Para qué esperar más a contarlo… este era el proyecto en el que llevaba trabajando con mucha ilusión desde hacía meses: subir un ocho mil. El Manaslu, «la montaña de los espíritus», es la octava cima más alta del mundo. No constan ascensiones de ningún federado de Baleares, y me hacía ilusión ser el primero. Tenía avanzados los patrocinios de la expedición, la logística, gran parte del material, las comunicaciones e incluso la cobertura mediática. Pero está claro que el mundo en general y yo en particular estamos para otras cosas en estos momentos. Todas las expediciones de primavera en Nepal están canceladas, y ni siquiera es seguro que se abran los permisos para escalar durante el otoño.
Más de dos semanas encerrado en casa dan para hacer muchas cosas, entre ellas pensar. Estos días echo de menos lo mismo que todos: la familia, los amigos, el deporte, los besos… La libertad es como la salud, se valora más cuando no se tiene. Pero he pensado que soy afortunado por haber aprendido tantas lecciones en la montaña, entre ellas la resistencia, y una determinada manera de afrontar la incertidumbre y las adversidades. No puedo hacer muchas cosas que me gustarían, de acuerdo, pero tengo a mi hija cerca, libros, televisión, ordenador, teléfono, agua caliente, una cama enorme y todo el agua y la comida que necesito. Incluso papel higiénico.
Lo que aprendí allí arriba es que cuando la cabeza se llena de dudas y miedos, el valor consiste en ir girando poco a poco el foco del pensamiento, y conseguir detenerlo en las certezas. L primera de esas certezas, que yo he podido comprobar, es que nuestra capacidad de resistencia es muy superior a la que imaginamos. La pena es que haya que pasarlo tan mal para darnos cuenta. En esas estamos justo ahora.
Que vamos a volver de este ochomil sanitario, social y económico es la segunda certeza. Aún no se atisba la luz, las temperaturas están desplomadas y está pegando durísimo el vendaval en las tiendas, pero antes o después amainará, saldrá el sol, y bajaremos. Habrá que ver en qué condiciones, si con los dedos algo entumecidos solo por un tiempo o perderemos alguna falange por el frío. Cicatrices nos va a dejar este virus a todos, sin duda, pero eso no tiene por qué ser del todo malo. Nos pueden servir para recordar, y aquí viene la tercera certeza: dentro de un tiempo nos costará creer lo que fuimos capaces de soportar, y cómo supimos adaptarnos a las circunstancias.
Del bicho que está matando sobre todo a nuestros mayores ya se ha escrito casi todo, incluso atribuyéndole cualidades humanas: maldad, inteligencia, crueldad, y en este plan. A mi esto me parece una tontería contemporánea. La historia de la Humanidad está jalonada de pandemias, solo que antes podíamos echarle la culpa a los dioses. Como ahora no cuela, porque nos creíamos todopoderosos, humanizamos al virus para visualizar al enemigo. Pero si hay que hacerlo, hagámoslo bien. La única propiedad del COVID19 realmente asimilable a las peores personas es su extrema toxicidad. Y un rasgo de estas últimas es su capacidad para amargar al prójimo, para arrebatarle sus ilusiones.
El virus se está llevando miles de vidas por delante. Ahora que estamos pasando las horas más oscuras de la noche, no dejemos que además nos arrebate los sueños. No sé cuándo, pero si las circunstancias vuelven a ser propicias y la salud me lo permite… subiré el Manaslu.
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