ANIMALES ANIMALISTAS

Este artículo fue escrito unas horas antes de que trascendiera la noticia de la muerte de José Luis Barbero. Esta circunstancia no resta vigencia a su contenido
Cuando escribo este artículo cabe la posibilidad que su protagonista esté muerto. Lo digo para dejar claro mi egoísmo. Lo escribo por mi, no por él. Son unas líneas rezagadas, que llegan con retraso por la falta de valor, o las pocas de ganas de meterme en líos. Quiero decir en más líos. Uno se puede justificar pensando que no se puede estar a cada incendio en las redes sociales provocado por los pirómanos del honor ajeno, pero a esto también se le podría llamar cobardía. Escribir opiniones en un diario para hacer justicia con los demás es tarea de iluminados, y la mayoría no alcanzamos ni a encender un fósforo con nuestras palabras. Así que me limitaré a escribir lo que yo vi, y nadie me contó, durante ocho días conviviendo con una persona a la que se ha lapidado en la plaza pública de las redes sociales, quizá con resultado de muerte. El periodismo se ha convertido en el último refugio de algunos cínicos, pero me gusta pensar que subsiste una mayoría de profesionales conscientes de su responsabilidad, conocedores de las consecuencias para otros de las informaciones que publican. Pero internet es el terreno de juego propicio para los rompepiernas de la reputación ajena. Un patio de colegio repleto de salvajes maleducados, donde no hay expulsiones, ni tarjetas amarillas, ni nadie que vigile a los violentos de la patada verbal. Todo vale, todo gratis, y además te aplauden cuanto más denigrante sea el comentario.

Hace unas semanas circuló por las redes un video, al parecer manipulado, que reflejaba unos presuntos malos tratos a delfines por parte de un adiestrador. Para mi asombro, no tardé en reconocer al personaje principal. Conocí a José Luis Barbero a finales del año 2002, y en la primavera de 2003 viajé con él una semana a Cuba. Por entonces yo trabajaba como directivo en una gran empresa dedicada al ocio y al turismo, y estábamos desarrollando el proyecto de un parque de animales acuáticos en Mallorca. José Luis era uno de lo profesionales con más prestigio en el mundo, y tenía un preacuerdo para incorporarse a nuestra organización si finalmente el proyecto, difícil de desarrollar por múltiples cuestiones, cristalizaba en una realidad. En aquel viaje comprobé varias cosas. La primera, el respeto absoluto hacia José Luis Barbero de la parte de la comunidad científica que tratamos en La Habana y en Santiago de Cuba. Biólogos y veterinarios de sus dos acuarios nacionales me felicitaron por haber conseguido incorporar a nuestro proyecto a uno de los mejores profesionales del mundo. Su experiencia nos ayudaría a solventar las enormes exigencias para garantizar la salud de los animales que conlleva la obtención de los permisos internacionales CITES de importación de especies protegidas.

También comprobé el cariño y el afecto personal hacia José Luis de muchos de los adiestradores que allí conocí, la mayoría formados por él en dos décadas de profesión. Fueron unos días intensos, y muchas horas viéndolos trabajar. Puedo asegurar que su práctica no tenía nada que ver con lo que sugieren las imágenes del famoso vídeo. El entrenamiento se basa en el premio, no en el castigo. Eso es lo que yo vi. Insinuar que un maltratador de animales se puede dedicar a esta historia con éxito y reconocimiento mundial durante treinta años supone no tener ni idea de cómo funciona no sólo este negocio, sino la vida en general. Barbero es un profesional un tanto incómodo para quien lo contrata por sus exigencias y su manera de trabajar. No me extenderé aquí en las anécdotas de aquellas negociaciones, pero un día de aquellos le solté: “José Luis, siempre miras más por los animales que por la empresa”. Y me contestó: “no lo dudes, y es bueno que te hayas dado cuenta tan rápido. Aún estáis a tiempo de contratar a otro”.

Es cierto que los animales en cautividad plantean un dilema moral. Lo afirmo yo, que no he vuelto a pisar un zoológico desde que vi un león en libertad. La mirada no vuelve a ser la misma. Pero no acabo de comprender la violencia argumental, incluso física, de las personas que dicen defender los derechos de los animales mostrándose ellas aún más crueles con las personas. A la hora en que escribo estas líneas José Luis Barbero continúa desparecido, y en las redes sociales se pueden leer comentarios deseándole el mayor de los sufrimientos, incluso la muerte. Sus autores son verdugos por la vía rápida de personas a las que niegan los derechos que reclaman para los animales. Aquel proyecto se frustró, y hace más de diez años que no veo ni hablo con este hombre. Dicen que más vale tarde que nunca, pero a mi me gustaría que estas líneas no llegaran tarde, y las pudiera leer José Luis.

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