Tenemos percepciones que dejan huella, y ya son difíciles de borrar. Son rasgos de las personas que se nos quedan grabados, y nos acompañan en la memoria para siempre. Con lo políticos sucede a menudo, porque normalmente aparecen en los medios de comunicación cumpliendo su papel, que siempre es el mismo, y no hay manera de enfocar el juicio desde un ángulo nuevo. A Rajoy, por ejemplo, uno lo ve delante del atril de Moncloa, o rodeado de micrófonos y grabadoras, y segundos antes lo imagina perezoso, haciéndose el remolón para no comparecer ante los medios. Y a su Secretaria de Estado de Comunicación empujándolo discreta, con su mano en la parte baja de la espalda del presidente, apremiando el canutazo para que la alergia a dar explicaciones públicas no lo mate en la urnas. Vamos Mariano, tienes que hacerlo, como en el anuncio de la lotería de Navidad. Ahora entramos en año electoral, y el Presidente se arrima más a los pitones periodísticos, pero esa apariencia tan poco transparente nos perseguirá hasta el final. El negativo de esa imagen es Pedro Sánchez, que busca las cámaras con el mismo ahínco que Cristiano Ronaldo antes de emitir su grito simiesco tras el gol. Uno observa la guapura del líder del PSOE en un plano medio, y de inmediato sabe dos cosas: una, que acaba de hacerse veinte selfies por la calle, o en los pasillos del Congreso. Y dos, que existe un porcentaje elevado de posibilidades de escuchar alguna frase bonita y hueca. Esa impresión de político ligero, vacuo, insustancial, se la ha ganado muy rápido. Puede que sea injusta, porque ya digo que el pantallazo dura lo que dura y no nos permite ver todo, pero es que son pocos los que desayunan con él, o asisten a sus debates con Piketty. Pero lo de Rosa Díez es más grave, porque en España el único político antipático que ha ganado unas elecciones es Aznar, y esto es difícil que se repita.
La líder de UpyD gasta un aspecto de celadora de residencia universitaria femenina fácil de asociar a un estado de cabreo permanente. Seguro que no siempre es así, pero lo parece. Su imagen enjuta y autoritaria dificulta un tanto la empatía, pero esto se puede racionalizar. A fin de cuentas, uno no está buscando novia, o un amigo, cuando deposita su confianza en un político. La cuestión se complica cuando la imagen se asocia a los hechos. Y los hechos dicen que llevarle la contraria a Rosa Díez en su partido acarrea consecuencias dolorosas y daños de difícil reparación. El desgaste de su imagen en un partido tan personalista como UPyD es uno de los factores que explica el frenazo en la intención de voto a esta formación, precisamente cuando el bipartidismo da más signos de agotamiento estructural. La pésima gestión del posible pacto con Ciudadanos, la formación política que encabeza Albert Rivera, ha sido un mazazo para muchos de sus posibles votantes, que no acaban de entender la debilidad de los argumentos en contra de una posible coalición. La constatación del fracaso se revela al comprobar que, con PP y PSOE en franco retroceso, la dirección de UPyD centra sus expectativas electorales para los próximos comicios autónomos en mantenerse en los parlamentos de Madrid y Asturias, y entrar en otros cuatro: Aragón, Castilla y León, Comunidad Valenciana y Murcia. En las actuales circunstancias, estas perspectivas son patéticas.
El candidato autonómico de UPyD en Balears será Juan Antonio Horrach. Horrach es un tipo instruido, culto, y con una sólida formación intelectual e ideológica. Además es buena persona y amigo de sus amigos. Esto último ya no interesa tanto al voto urgente que pregunta qué hay de lo suyo, aunque debería valorarse también. Horrach tiene las ideas claras, pero no tanto como para no escuchar las opiniones discrepantes, no sólo con respeto, sino con atención, por si pesca algo interesante. Por desgracia, esto hoy es decir mucho de un político. Por culpa de la torpeza de Rosa Díez, ahora se plantea la posibilidad de que Ciudadanos presente una candidatura autonómica en nuestra comunidad, con ninguna posibilidad de obtener un escaño, pero sí de restar un puñado de votos a UPyD que pueden resultar decisivos para esta formación. En las comunidades autónomas en las que no dispone de ningún tipo de estructura territorial, ni posibilidad de pactos con formaciones locales, Albert Rivera debería demostrar la responsabilidad, la altura de miras y la generosidad que la Señorita Rottenmeier de UPyD no ha demostrado nunca desde que abandonara el PSOE. Y en Balears con más razón, para no favorecer el nacimiento de otra extraña criatura eco-popu-nacio-socialista, cuyo alumbramiento con fórceps ya se anuncia con júbilo en un tercer parto de progreso.
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