UN JUEZ HUMANO

No hay niebla que no se disipe, ni muerto mal enterrado que no termine por asomar un pie. Esto a menudo sucede cuando ya te has acostumbrado a la bruma, o has olvidado dónde quedó aquel difunto, que siempre vuelve cuando menos lo esperas. A mi el espectro de una antigua amistad se me acaba de aparecer en los titulares de varios medios de comunicación, y superada la primera náusea he sonreído recordando el pasado. Era un gordinflón simpático, desaliñado y algo tímido, con una sonrisa extrañamente inclinada que sin embargo invitaba a la confianza. Lo conocí a finales de lo ochenta en la facultad de Derecho de la Universidad de Deusto. Un buen estudiante, que no brillante, aunque sin duda mucho más aplicado que yo. El chico era el prototipo de joven vizcaíno de familia con tradición de juristas bien relacionada con el poder político. Más tarde supe que ya estaba afiliado al PNV.

Aquellos años universitarios llegaron a su fin. Yo acabé en Mallorca, y por un tiempo perdí la pista de aquel compañero agradable con el que no llegué a compartir demasiados momentos, pero del que guardaba un buen recuerdo. Hasta que nos volvimos a cruzar a mediados de los noventa por una amistad común. Me enteré que el joven abogado trabajaba en Babcock&Wilcox, una empresa cien por cien estatal tras ser rescatada en 1983 por el Instituto Nacional de Industria, y que estaba muy implantada en la margen izquierda del Nervión, aunque a mi antiguo compañero lo habían enviado a Gran Canaria. Soltero y sin demasiados compromisos, un día me llamó para decirme que venía a Mallorca a pasar un fin de semana. Me sorprendió un poco la confianza, pero ejercí de anfitrión lo mejor que supe paseándolo por Palma y la Serra de Tramuntana. Pero el último día sucedió algo desagradable que marcó el recuerdo de su estancia. Habíamos hablado muy poco de política, y no recuerdo cómo surgieron en la conversación los últimos atentados de ETA. Aznar ya había ganado las elecciones generales por primera vez, y el terrorismo separatista vasco golpeaba con fuerza y frecuencia. Entonces comenzó a soltarme aquel discurso melifluo, pastelero y equidistante del PNV sobre el conflicto vasco, el contexto, la raíz política… en fin, la mierda de siempre que convertían en oxígeno los del pasamontañas para sobrevivir cuarenta años matando en nombre de la patria. Bajábamos caminando desde el cementerio de Deyá, y el colega cerró el sermón criticando el papel de los medios de comunicación, sus interpretaciones políticas torticeras y la amplificación de los atentados que se hacía en los periódicos de ámbito nacional. Y para que lo entendiera mejor me puso un ejemplo: hacía unas semanas unos skinheads habían matado en Madrid a un mendigo, y el asesinato había tenido menos repercusión que el último coche bomba de ETA. La comparación me dejó atónito. La discusión fue brusca, y aunque él trató de enmendar en algo sus palabras, a mi la conversación me dejó un regusto amargo que no pude evitar hasta que lo dejé en el aeropuerto.

Poco tiempo después me volvió a llamar, y entonces comprendí mejor su visita. Se iba a renovar en breve el Consejo de Administración de Babcock&Wilcox, y me pedía si mi padre podía interceder por él ante algún alto cargo del Ministerio de Industria para su ascenso como consejero. Si la presión venía del PNV y del PP al mismo tiempo, aumentarían mucho sus posibilidades. Le dije que no se preocupara, que llamaría y que haría todo lo posible por favorecer su nombramiento. Colgué el teléfono y no hice nada, ni volví a pronunciar su nombre, ni a escucharlo, ni a leerlo, hasta el pasado viernes.

Supongo que Borja Iriarte ha seguido pidiendo favores de gran calado durante todos estos años, y a la vista de los resultados con más éxito que conmigo. A propuesta del PNV y por el mecanismo del cuarto turno, en Septiembre de 2013 fue nombrado magistrado de la sala de lo Civil y de lo Penal del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. En Abril de este mismo año, Iriarte decidió archivar las diligencias abiertas contra el presidente de Sortu y parlamentario de Bildu, Hasier Arraiz, por un delito de enaltecimiento o justificación del terrorismo. A fin de cuentas, lo único que dijo Arraiz fue que “hace 35 años la izquierda abertzale hizo una elección [la de que ETA siguiera matando tras la aprobación de la Constitución] que consideramos, hoy más que nunca, acertada. No estamos dispuestos a rechazar ni a revisar nada de aquello; es más, reivindicamos, con todos nuestros errores, lo que fuimos y lo que somos”. En aquella primera vista, Borja despachó el interrogatorio del antiguo militante de Jarrai y Herri Batasuna con dos preguntas. Y lo exculpó alegando que sus declaraciones fueron ambiguas, que la cronología ha jugado a favor de la interpretación de Arraiz, que no exhibió propaganda de ETA, y que las palabras fueron pronunciadas en el turno de preguntas posterior a su intervención, por lo que no hubo premeditación, sino que fueron fruto de la improvisación.

Sin embargo su compañera de sala, la magistrada Nekane Bolado, decidió reabrir la causa al considerar insuficiente aquel interrogatorio. Y Borja ha vuelto a interrogar la semana pasada a Arraiz. En esta ocasión no le ha hecho dos preguntas, sino tres. Es lógico, no le hacen falta más porque Borja lo tiene claro. Ya escribió en su primer auto que «solo un exabrupto de meridiana interpretación podría considerarse de suficiente dolo para que hubiera un delito en una contestación a una pregunta directa del público”. La cuestión es que, aquella tarde en Deyá hace casi veinte años, bajando del cementerio, su exabrupto miserable comparando los ochocientos crímenes de ETA con el asesinato a patadas de un mendigo por unos delincuentes disfrazados de neonazis, no se produjo contestando a ninguna pregunta mía, sino que fue parte de su exposición inicial. Como los jueces son humanos, tienen pasado, y algunos charlan animadamente antes de pedir influencias políticas, se entiende que Borja no encuentre dolo suficiente en las palabras de un individuo que no sólo no rechaza, sino que reivindica el pasado de ETA y la izquierda abertzale, y por tanto las consecuencias de sus acciones.

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