LA MIRADA 261

Está cansada. Ha dormido un par de horas y soporta aún el jet lag de un largo viaje. Me pide que cambie de silla para evitar la luz de frente. Yo obedezco, pero trato de negociar, porque además de mi interés por conversar con ella, quiero verle los ojos. Sonríe ante mi descaro, y de inmediato se retira las gafas de sol, un gesto sorprendente en una mujer que según la revista Time protagoniza una de las “100 fotos que cambiaron el mundo”. No iba errado, porque la mirada intensa de Kathrine Switzer explica más sobre ella que las 133.000 entradas que anuncia Google al teclear el nombre de la primera mujer en la historia que corrió un maratón con dorsal.

La famosa fotografía es en realidad una secuencia de imágenes en blanco y negro que muestran a un hombre iracundo, fuera de sí, con el rostro desencajado y mostrando los dientes, que trata, primero de empujar, y después de arrancar los dorsales con el número 261 de una mujer que corre rodeada de hombres en una fría mañana de abril de 1967. El azar quiso que la escena ocurriera justo delante del autobús que transportaba a los periodistas que cubrían aquel año el maratón de Boston, y permitió que nos quedaran algunas de las imágenes que mejor simbolizan la discriminación y la violencia contra la mujer. En cualquier época, en cualquier lugar del mundo. Kathrine me cuenta aquella historia por enésima vez: cómo convenció a su entrenador para que le dejara participar, por qué optó por la visibilidad de correr con dorsal (otra mujer lo hizo sin él), cómo burló las lagunas del reglamento inscribiéndose con sus iniciales… Yo la escucho con atención, aunque conozco todos los detalles del relato porque están en internet, y en los libros que ella misma ha publicado. Pero observando de cerca la mirada vívida y penetrante de esta mujer uno comprende todo un poco mejor. Kathrine Switzer no dice toda la verdad cuando explica que aquella carrera y aquella fotografía marcó su destino. Lo que realmente ha conformado su figura icónica es una personalidad arrolladora, su magnetismo, su capacidad para comunicar, y una pasión por lo que hace que mueve conciencias en los cinco continentes.

KS ha interpretado mejor que nadie el poder del deporte como lenguaje universal, y su capacidad para transmitir un mensaje igualitario y comprensible en culturas tan dispares como la japonesa, la islámica o la del Africa subsahariana. Hoy, centenares de mujeres keniatas o etíopes compiten por todo el mundo ganando honores, medallas y dinero, y gracias a ello consiguen el respeto en sus comunidades de origen. Pero además, muchas de ellas aprovechan su posición de merecido privilegio para implicarse políticamente en la lucha por los derechos de la mujer en países donde la discriminación y la violencia machista no es noticia, sino una forma más de las relaciones sociales. Pues bien, la madre y el espejo en que se miran algunas de estas grandes atletas de élite se llama Kathrine Switzer.

Frente al feminismo histérico de berrido y exabrupto -aburre tanto que logra el efecto contrario al que persigue- KS es una activista inteligente que cuando debe elegir entre buscar culpables o encontrar soluciones, opta siempre lo segundo. Cita el ejemplo paterno en varias ocasiones cuando habla de compromiso y responsabilidad, y no duda en reconocer que su legendaria determinación viene inspirada por una norma vital de su progenitor. Cuando se enfrentaba desfallecida en aquel primer maratón a la famosa y agónica Heartbreak Hill (una empinada y larguísma rampa en el kilómetro 32) su primera motivación le vino de una máxima de su padre: “si quieres hacerlo, hay que terminarlo”. Sólo después pensó en cómo se intentaría utilizar su retirada para demostrar la debilidad de las mujeres. Y superó todas esas adversidades y sus miedos acabando aquella carrera con una marca mediocre, que siete años después rebajó en noventa minutos para ganar el maratón de Nueva York.

Kathrine Switzer sigue siendo una mujer bellísima, de ojos glaucos y brillantes que miran con una profundidad oceánica. Debe ser la del Pacífico, porque KS es una mujer sin odio capaz de exculpar al juez que trató de derribarla aquel día en una carretera a las afueras de Boston, y de reivindicar su amistad posterior con él: “sólo era un hombre de su tiempo”. Ello obliga a un esfuerzo para entender cómo el activismo de KS puede compartir objetivos con el de esperpentos de tetas pintarrajeadas. Tras impulsar más de 400 carreras en 27 países, en las que han participado alrededor de un millón de mujeres (muchas de ellas vestidas con mallas y shorts, pero también con hijabs y burkas), ayer esa mirada se posó en el Mediterráneo. Palma ha acogido la primera edición mundial del “261 Women Marathon”, un evento deportivo que debería consolidarse en Mallorca con un apoyo institucional más decidido, para que KS lo mencione en alguna de colaboraciones en The New York Times, o en Runner’s World, o para que se lo cuente a Oprah Winfrey en la próxima entrevista que le haga. O al menos, para poder ver de cerca otra vez los ojos de Kathrine.

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