DIOS ESTÁ CON LOS QUE PIENSAN

“Aquí se aprende poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”. Así comienza una de las novelas más extrañas y geniales del siglo XX. El personaje de Jakob Von Gunten, hijo de una familia adinerada, se matricula en esta academia para llegar a ser el perfecto sirviente, entendido éste como un magnífico y redondo cero a la izquierda. Su creador, Robert Walser, construyó una metáfora perfecta y absurda del hombre sin atributos, menos desgarrado que el de Musil, pero igual de pertinaz en su anhelo de ser nadie. No corren buenos tiempos para disfrutar del sentido del humor y la ironía de Walser, porque aquí ya nadie lee libros escritos hace más de cinco años, y además permitimos que la cruda realidad reduzca a escombros la ficción más brillante e instructiva. Y eso que en nuestras escuelas sobreviven expertos en enseñar a no ser nada.

Servir, dicho así, a secas, tiene mala prensa. Se identifica con una alienación perpetua, con un no ser que impide el desarrollo personal y va destruyendo la capacidad de pensar por uno mismo. Lo característico de esta teoría es que nunca la expone Obama, ni Carlos Slim, ni el Dalai Lama, ni Messi, ni quienquiera que represente un poder omnímodo sobre la faz de la tierra. La exponemos criados algo más cualificados, es decir, todos los demás, nosotros. Los columnistas, sin ir más lejos, que manejamos inteligencias deslumbrantes capaces de escribir varias líneas seguidas sin faltas de ortografía, estamos sirviendo cada día durante horas, a menudo a distintos amos de manera simultánea. Uno se consuela ante el teclado pensando que no hay peor tirano que la propia conciencia, como si la mayoría no la escondiéramos bajo la alfombra más de una vez para evitar dolores de cabeza, y otros inconvenientes. Pero nos sentimos libres porque no servimos cafés a nadie. Tan sólo limitados por el código penal y el pudor, desde el espacio adjudicado en esta página de opinión podemos compadecernos de una joven española que ha invertido 50.000 euros en formarse durante tres años como nanny de lujo, soltera de por vida para cambiar pañales, limpiar mocos ajenos y enseñar buenos modales a los hijos de quienes puedan costearse sus servicios exclusivos. Los duques de Cambridge, por ejemplo. Y luego continuamos escalando las cumbres de la literatura universal, y destripando la realidad como cirujanos de la actualidad con honorarios de minijob. O eso, o escribes un diario íntimo, que ahora se llama blog. Después de pasar varios años deambulando por aulas y bibliotecas universitarias, el día que me enteré de lo que ganaba un camarero de discoteca en Ibiza tuve una crisis existencial. Mi trauma se agudizó al comprobar su facilidad de acceso al camerino de las bailarinas. Felizmente superé aquel trance, y hoy luzco orgulloso el disfraz de opinador independiente, no sin antes sufrir numerosas recaídas al conocer los ingresos de conductores de autobús, jefes de cocina de restaurantes de medio pelo, escayolistas y encofradores durante la época del ladrillato, y una larga nómina de sirvientes al mejor postor, como todos.

El declive de las rentas del trabajo es un hecho innegable, y su origen es algo anterior y más complejo que la recesión o la avaricia de los malos empresarios. Tiene que ver con un proceso irreversible de cambio tecnológico aplicado a los procesos productivos, y con una globalización que ha permitido fragmentar las cadenas de valor a escala mundial. Hoy los trabajadores de países emergentes son competencia directa de nuestra fuerza laboral, ya no sólo de los empleados vinculados a las tareas menos cualificadas, sino también de las clases medias dedicadas a servicios sencillos que pueden ser deslocalizados. Esta realidad es un ejemplo más de la diferencia entre el mundo en que nos ha tocado vivir, y el que nos gustaría habitar. En Europa en general, y en España en particular, soportamos esta injusticia del capitalismo, mientras en Brasil, India o China millones de personas van accediendo paulatinamente a unos niveles de vida inimaginables para ellos hasta hace tan sólo dos décadas. La solidaridad universal es más fácil reclamársela a la Guardia Civil en Melilla, que de momento no nos afecta tanto al bolsillo particular.

El sarcasmo de Robert Walser nos sacude cuando Jakob Von Gunten afirma que “Dios está con los que no piensan”. La alternativa a tanta hipocresía no se encuentra en la resignación, por supuesto, ni tampoco en una indignación dramatizada de manifa y amenazas de huelgas. Frente al tsunami ineludible de la globalización, la única salvación a medio plazo para el empleo de calidad en nuestra sociedad se encuentra en un nivel educativo y tecnológico avanzado que incluya, entre otras cosas, el respeto de todos por un concepto tan noble como el de servir. Con todo eso por hacer, no debería quedar tiempo ni espacio para la ideología y la bronca en las escuelas, que como sigan así las vamos a confundir con un parlamento.

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