MONAGO ES AL NACIONALISMO LO QUE URDANGARÍN A LA REPÚBLICA

Que te tomen por tonto suele resultar mucho más ofensivo que el insulto más grueso. Vivimos en una época en que un individuo capaz de pensar y expresar una opinión fuera de la manada se considera inmediatamente sospechoso, aunque no se sepa de qué. Al momento intuimos que debe albergar alguna razón oculta para salirse del rebaño. Por eso, cuando sentimos que el discurso de un político insulta nuestra inteligencia, hacemos un esfuerzo de abstracción, y pensamos que en realidad considera lela a toda la audiencia, no sólo a ti. Ocurre que, en ocasiones, a mi me surgen dificultades con esta operación lógica. Me falla el mecanismo por el cual el receptor individual se diluye en el colectivo, y tengo la impresión de que me están llamando estúpido a la cara. Sin ir más lejos, me sucedió la semana pasada al escuchar la entrevista que Carlos Herrera le hizo en su programa matinal de Onda Cero a José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura.

Monago es un demagogo, engolado y pagado de sí mismo. Recuerda bastante a José Bono, pero sin su inteligencia y su visión de Estado. Esto no es relevante, ni original, y sólo debería preocupar a los extremeños. Monago es el alumno poco brillante, pero espabilado y con buen pico, que se enfrenta al profesor para lograr el aplauso fácil de los que no quieren estudiar, o quieren retrasar los exámenes. Hay que ser un hábil trapecista para saltar cada dos segundos de un argumento al contrario sin perder el equilibrio, y encima concluir que lo que está haciendo con sus piruetas es sacarle brillo a la Constitución española, defendiéndola de los que quieren reducirla a escombros. El saltimbanqui declaró en la entrevista que “cuando uno reclama más para sí en perjuicio del otro está dándole con la piqueta a la Constitución española”. Como Monago es experto universitario en criminología, considera que puede asesinar impunemente el intelecto de los demás con frases como ésta.

El presidente extremeño dijo estar preocupado por la publicación de las balanzas fiscales, aunque no da más importancia a este documento del Ministerio de Hacienda que a cualquier otro de los elaborados por su gobierno autonómico. O sea, de tú a tú con el gobierno central, como la Generalitat catalana. A continuación pasó a criticar el discurso nacionalista sobre los agravios, que se está contagiando a otras comunidades, incluso a las gobernadas por el Partido Popular. Pero son otros los infectados por el virus nacionalista, no él. Sacó pecho por la mejora de la situación económica en Extremadura (con una tasa de paro por encima del 32%), y cuando le recordaron que es gracias a las aportaciones de otras comunidades, dijo que la solidaridad no la ejercen los territorios, sino los individuos. Seguidamente defendió un sistema de financiación que beneficie a las regiones menos favorecidas. Es decir, el flujo redistributivo de la riqueza nace en los bolsillos de los contribuyentes, pero desemboca en las arcas públicas autonómicas para que los legítimos representantes de la voluntad popular regional, que deben someterse a un periódico juicio electoral, decidan qué hacer con el dinero.

Monago dijo que las balanzas fiscales no incluyen toda la realidad, como por ejemplo el desempleo. Y tiene razón: el número de contribuyentes frente a perceptores en Extremadura es un 60% inferior al de Cataluña o Baleares. Tampoco recogen que el ratio de trabajadores públicos extremeños por habitante duplica al de estas dos comunidades, y también al de Valencia y Murcia. En el reino de Monago, el ratio de trabajadores privados sobre población adulta es un 40% inferior al de las comunidades contagiadas por el virus nacionalista, que según parece pretenden demoler un texto constitucional que consagra el equilibrio interterritorial. Monago cree que como sigamos así vamos a generar dos Españas. Debe ser que él ahora sólo ve una, como si no hicieran falta varias Españas para sostener el descomunal peso de una economía subsidiada y un sector público mastodóntico en Extremadura. Apeló a la equidad para que “todos podamos converger algún día”, pero sin poner plazos, ni fechas, ni ritmos, no sea que le toque a él cerrar alguno de los centenares de organismos públicos inútiles que administra.

Ya estábamos acostumbrados en Andalucía al discurso socialista del pobre que se hace el ofendido cuando le piden que baje los pies de encima de la mesa. De hecho, allí nadie, ni siquiera el PP, se presenta a las elecciones explicando que va a desmantelar unas estructuras clientelares que dan de comer a decenas de miles de ciudadanos con derecho a voto. Tampoco lo dijo Monago en su campaña electoral, antes de iniciar su relación de sexo sin amor con Izquierda Unida para desalojar a un PSOE fosilizado en la poltrona tras casi treinta años gobernando. Pero al menos alguien en el PP debería explicarle a este palabrero insufrible la diferencia entre un proyecto político liberal y reformista, y un plan temporal de ocupación del poder. Y es que con políticos como Monago, y sus antecesores, Extremadura siempre será una región menos favorecida.

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