Hace unos días los residentes en Palma nos enteramos que tenemos la suerte de vivir en la segunda ciudad mejor del mundo. Knight Frank, una gran multinacional dedicada a la consultoría inmobiliaria, publicó un ranking que nos colocaba en nivel de fortuna sólo por detrás de los residentes en Dubai, y por delante de los de Ginebra, Londres, Singapur, Copenhague o Sidney, por citar otras urbes que aparecen en el informe. En realidad, resulta bastante lógico que la mayoría de vecinos no lo supiéramos, porque no consumimos botellas de champán a buen precio en hoteles de cinco estrellas, ni tenemos que escoger entre varios colegios internacionales para escolarizar a nuestros hijos, ni nos vemos obligados cada fin de semana a elegir en qué restaurante con estrellas Michelín quedamos para cenar con los amigos. Estos son algunos de los parámetros que se han medido en el estudio, junto a otros tan etéreos como la calidad de vida y el riesgo político. Entendemos que este último no se refiere ni a imputados ni a condenados por sentencia firme, sino más bien a la posibilidad de revolución popular y/o asalto por la fuerza de alguna institución pública. En este punto, el carácter mediterráneo y la alergia a cualquier forma de violencia ha jugado claramente a nuestro favor.
Podría seguir escribiendo memeces sobre el asunto, pero prefiero centrarme en otra cuestión. ¿Cómo se puede poner tan campanudo el personal a la hora de opinar sobre un documento que elabora una organización dedicada a la venta de inmuebles de lujo? Ha habido quien ha valorado el puesto de Ciutat en la lista con el pecho inflamado y los ojos vidriosos por la emoción. Y otros que no entendían cómo podía aparecer Palma en esa relación tras la muerte de Alpha Pam días después de su paso por el hospital de Inca. Asombrosos los motivos de unos y otros para elogiar o criticar algo que no pasa de ser un instrumento de marketing puro y duro de una empresa, que va dirigido a sus potenciales clientes de alto standing (como si el nivel económico fuera algo contagioso), y que busca obtener una visibilidad gratuita en los medios de comunicación de los lugares que más le interesan desde un punto de vista comercial. Alucinantes las demostraciones del amor al terruño de algunos representantes públicos, apareciendo casi como responsables de las playas y los días de sol al año que disfrutamos. Y acojonante el nivel de autoflagelación de los críticos, a punto de convencernos que habitamos en las profundidades del averno.
Hay estudios a priori no tan interesados en vender algo, y por tanto menos sospechosos que el de Knight Frank. The Economist elaboró recientemente un listado de diez ciudades que me llamó la atención, porque conozco varias de ellas y todas excepto Sidney soportan inviernos largos y fríos. ¿No le gusta el sol a esta gente? Al parecer les importa menos, pero valoran mucho el nivel cultural, la estabilidad del país, los índices bajos de criminalidad y las infraestructuras municipales. No es descabellado pensar que éstas pueden ser las principales preocupaciones del lector medio del prestigioso semanario británico, pero en el Reino Unido hay personas que no pasan de las contraportadas de los tabloides con fotos de tías en bikini. Además, ocho de esas ciudades se ubican Australia, Canadá y Nueva Zelanda, tres países de la Commonwealth. Otra casualidad.
Me vengo a referir con ello a que ningún estudio de este tipo es de carácter científico, ni tampoco se presenta como tal. Se establecen criterios y valoraciones totalmente subjetivos, y no hay nada malo en ello. Lo que resulta ridículo es establecer conclusiones sobre sus resultados como si se tratara del descubrimiento de la penicilina. Los alardes exagerados, sean chauvinistas o masoquistas, sólo muestran el pelo de la dehesa que no se nos termina de caer. La única investigación con valor universal debería medir el índice de felicidad de los residentes, y no cabe pregunta más personal y menos extrapolable que esa. Si alguien tiene un trabajo digno y remunerado justamente, un entorno social y familiar que le reconforta, y alguna pequeña o gran pasión que mueva su vida, puede vivir donde le de la gana o le lleve el destino, y estar encantado. No tendrá tiempo para leer listados de ciudades maravillosas, ni ganas de dejar todo para mudarse a Dubai, Melbourne o Palma. En nuestro caso pueden venir de vacaciones, pero no todos juntos, que entonces nos sacarían de los informes.
Deja una respuesta