Hay quien opina que el freno al auge del sector independentista del PNV ha estado en Alava y, sobre todo, en el espíritu liberal que aún impregna buena parte de las clases medias en Bilbao. Yo admito parcialmente esta tesis, pero creo que la moderación de un sector importante de las bases del nacionalismo vasco tiene otro origen. Osakidetza, el servicio vasco de salud, es un ejemplo modélico en la gestión pública de los servicios sanitarios. Hace muchos años que funciona un modelo de inmersión lingüística total en euskera para los padres que así desean educar a sus hijos. Ha habido un desarrollo progresivo y constante de infraestructuras viarias, y el súperpuerto de Bilbao es hoy una gran realidad tras centenares de millones de euros de inversión. Resumiendo, el asunto en líneas generales funciona, y así lo percibe la mayor parte de la población. Luego llega el Aberri Eguna y salen a la calle todas las ikurriñas para celebrar la fiesta patriótica. Y al día siguiente vuelta a la normalidad. Porque en el subconsciente de muchos quedó grabada a cincel aquella máxima que pronunció Xabier Arzalluz: independencia para plantar berzas. Ahora la cosa se ha animado un poco, porque hay quien cree deberle un favor a ETA por dejar de asesinar. Pero yo sostengo que no hay nada peor para el nacionalismo irredento que el bienestar socioeconómico del pueblo a liberar.
En Cataluña la cosa ha seguido otros ritmos. Sin la presión de los coches bomba, el proyecto de construcción nacional ha transcurrido por derroteros distintos. El asunto se animó en los tiempos de Carod I de Perpignan, por el desprecio del electorado hacia una clase dirigente corrupta (mucho más que la vasca) y el despiste de un socialismo perdido en el laberinto que ellos mismos construyeron. Pero lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Sustentar el ansia separatista sobre una asfixia lingüística o cultural en un país donde todo dios habla como le da la gana, da para unas cuantas manis y mosaicos de colores en las gradas del Nou Camp, pero poco más. Yo tomé plena conciencia de la posibilidad real de una Cataluña independiente hace poco más de un año, durante un trayecto en taxi desde el aeropuerto al centro de Barcelona. El joven taxista, con un acento híbrido entre el catalán barceloní y el español cordobés, me soltó una explicación sobre las balanzas fiscales, el sistema de financiación autonómico y el expolio español sobre su tierra de acogida que me dejó estupefacto. Cuando no le miraba los tatuajes de su antebrazo ni los piercings de su lóbulo derecho pensaba que me hablaba una alto cargo de la Generalitat. El paro de Cataluña era culpa de Rajoy, y también los cierres de quirófanos en los hospitales y los recortes en los servicios sociales. Por un momento pensé que también me iba a hablar en esos términos de la lesión crónica de Xavi en su tendón de Aquiles. Pero no llegó a tanto: simplemente el hombre había evolucionado desde el colectivismo agrario andaluz al independentismo catalán. Madrid ens roba. Ese fue el viaje.
Anda circulando por la red un vídeo que propugna la independencia de Balears. Comienza con las manoseadas interpretaciones de la historia que señalan lo que debemos ser hoy en función de lo que dicen que fuimos hace setecientos años. Pero se ha demostrado en Cataluña y Euskadi que para la mayoría esto son cosquillas en los pies. La artillería pesada comienza al comparar los ratios de inversión por habitante en sanidad y educación. Ya sabemos que los números convenientemente torturados dicen lo que uno quiere. Pero en este caso, lo que declaran es tan escandaloso que resulta imposible obviar una parte de esa realidad. Aunque sólo sea porque los datos utilizados están extractados de las páginas webs de los respectivos ministerios.
Ahora Cristóbal Montoro ha presentado unos Presupuestos Generales del Estado humillantes para Balears, por ser educado. No han sido los primeros, aunque sí lo más salvajes en cuanto al recorte de inversiones. Rajoy dice desde Tokio que no pasa nada, que es normal que alguien se cabree un poco, que siempre ocurre, y que ya se arreglará. El actual sistema de financiación ha dejado de ser injusto para convertirse directamente en la columna vertebral del secesionismo. Y el margen de discreccionalidad del gobierno central a la hora de decidir las inversiones es tan amplio que ha hecho desaparecer cualquier atisbo de racionalidad. En un territorio con lengua propia como el nuestro, esas decisiones tan atrabiliarias están haciendo más por el nacionalismo independentista que todas las sentencias del Tribunal Constitucional juntas. Por una vez seré keynesiano: no se puede esperar que los sistemas resuelvan sus problemas sin intervención. Los diputados en el Congreso son representantes de la soberanía nacional. Una broma de esta envergadura justifica sobradamente la ruptura de la disciplina de voto, no sólo por defender los intereses de nuestra comunidad, sino también los de todo un país sometido a un continuo proceso de centrifugación por culpa de sandeces como esta.
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