Ayer se casó Tina Turner, con 73 años. Uno toma conciencia de su madurez joven, o de su juventud madura, al certificar que sus amores adolescentes son hoy mujeres septuagenarias. Agarrado a la cintura de Tina y sufriendo en su muslo derecho los espasmos de aquella pelvis eléctrica, David Bowie dijo en mitad de un concierto que estar junto a ella era ocupar el lugar más caliente del universo. En otra actuación, un Mick Jagger desatado intentaba colocar su escuálida mano en aquella entrepierna volcánica, pero no había manera. Hasta que Morritos tiró con fuerza de la minifalda de cuero negro y dejó a la cantante en el escenario vestida sólo con un body, unas medias de rejilla y unos tacones de vértigo. No hay noticias aquel día de denuncias contra el líder de los Rolling Stones por acoso sexual ni violencia de género. Aquello sucedió en los ochenta, cuando Tina Turner ya era una estrella mundial del rock. Años atrás había tenido que salir a cantar en tugurios de carretera de la América profunda con una mandíbula desencajada, un ojo amoratado o un labio partido, víctima de un drogadicto violento que ejercía de pareja artística, manager y marido maltratador al mismo tiempo. La vida de Tina Turner ha dado para una película y varios libros, pero además es un ejemplo real de lucha y superación personal, y un espejo para miles de mujeres que quizá no posean su talento, pero sí su valentía y su determinación para no permitir que ningún tipejo maneje sus vidas o les ponga una mano encima. A pesar de todo, es un historia que ha recibido críticas desde una parte del feminismo radical, porque una negra multimillonaria que reside en un paraíso fiscal como Suiza no supone una muestra representativa del universo de mujeres maltratadas. Hay que elegir mejor los ejemplos.
Lo más parecido a una orgía al aire libre y a plena luz del día lo he visto en los Sanfermines. Era cuando no había teléfonos móviles, e incluso los japoneses dejaban sus cámaras en los hoteles para que no se las pringaran con salpicones de kalimotxo. Como Roy, el replicante de Blade Runner, “he visto cosas que no podríais creer”, pero al no llevar encima un smartphone no las puedo mostrar. Tampoco sé si las hubiera grabado, porque con veinte años, unas fiestas populares como las de Pamplona, Vitoria o Bilbao constituían en cierto modo un espacio físico y temporal de intimidad a la vista de todo el mundo. Días después, te cruzabas con ellas por la calle y te decían con la mirada: no me acuerdo, y tú tampoco. Asentías, y allí quedaba guardado el recuerdo del aprendiz de caballero, en el último rincón oscuro del desván de la memoria, al que se acude muy de vez en cuando y en solitario. Hoy YouTube revienta las cerraduras del desván y alumbra todos los rincones. Ya no queda intimidad en mitad de una plaza pública saturada de adrenalina y cuerpos sudorosos friccionando unos contra otros por voluntad propia. Negar esto último es igual que protestar porque en el encierro los toros corren muy rápido y van con los pitones por delante, una memez. Ahora vemos decenas de fotografías con chicas levantando sus camisetas y mostrando el busto al mundo mientras las intentan tocar, y las asociaciones feministas más rancias han puesto el grito en el cielo. Son las mismas que entienden la custodia compartida como una forma de violencia de género, las que defienden la interrupción del embarazo en cualquier momento de la gestación y sin restricciones, porque una mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera. Son las que creen que la igualdad de género pasa porque en las farmacias las píldoras abortivas se expidan del mismo modo que los preservativos o las juanolas. Pero permitir que un desconocido te agarre una teta en público, eso sí que es denigrante para una mujer, como si la igualdad no debiera alcanzar a la frivolidad o al descaro unisex. Y han tenido que ilustrar la crítica con instantáneas de mujeres a carcajadas o con rostros extasiados, y sus senos palpados por manos de ambos sexos.
Efectivamente, hay que ir con cuidado con los ejemplos que se escogen, porque una denuncia como esta banaliza la causa de las mujeres realmente acosadas. Los dramas de la violencia machista y el acoso sexual, además de provocar un sufrimiento injusto en millones de mujeres en todo el mundo, han ido formando una suerte de mentes sabias capaces de penetrar en lo más profundo de la psique femenina, interpretar su voluntad, y discernir lo que es bueno y lo que es malo para ellas. Son manos expertas que dedican su vida a luchar por la libertad y la igualdad de las mujeres, mientras caminan sujetándolas firmemente por el brazo por si se desmadran. Son el padre que vuelve a casa arrastrando a su hija, a la que acaba de pillar revolcándose en la era con un mozo. Pero aquí no hay autoritarismo decimonónico sino carabinas del siglo XXI, la tutela femenina de unas pobres insensatas, el feminismo de pellejo y la bronca de género, aunque ellas también soben.
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