Ha estado estos días un ex-diputado del PP prometiendo hostias vía Twitter. Lo gracioso del asunto, porque hay que buscarle algo gracioso a todo este sindios, han sido algunas de la reacciones a la promesa pugilística de este energúmeno. Llevamos semanas escuchando sesudas disertaciones teóricas sobre el derecho a la libertad de expresión, de manifestación, de opinión, de reunión, sobre el derecho a insultar (pero no mucho), en definitiva, sobre el derecho que todos tenemos a que los que no opinan como nosotros se caigan del caballo de una puñetera vez y abracen la fe verdadera, la nuestra. Pero ahora un tarugo reivindica de facto su derecho constitucional a hacer el merluzo, verbalmente hablando, en una red social, y no han sido suficientes los escombros de Ses Covetes para lapidarlo en la plaza pública de internet.
La benevolencia de una parte de la izquierda sociológica al juzgar los escraches no se compadece con la severidad mostrada con este boxeador de salón virtual. El origen etimológico de la palabreja está en el latín sputare: escupir, afrentar, hacer burla o escarnio, injuriar, todos verbos de hondas raíces democráticas y respeto profundo por el prójimo. Pero al parecer al prójimo sólo hay que respetarlo si te respeta él a ti. Lo que algunos no consienten es que una gente elegida democráticamente para hacer leyes luego no haga las que quiere el pueblo. Porque somos unos ignorantes los que no sabemos que, desde la revolución bolchevique de 1917, la voluntad del pueblo es de color rojo. Rojo sangre, rojo pasión, rojo atemperado en tonos pasteles socialdemocrátas, pero siempre rojo. Lo que pasa es que la tropa a veces se despista y vota a la derecha. Pero bueno, para eso están las elecciones, para corregir los desvíos del electorado y hacer que vuelvan a la senda de la razón, la del pueblo, la de la izquierda.
Para algunos, Aznar ganó sus primeros comicios porque Felipe González se pasó de frenada con los GAL y la corrupción se le fue de las manos. Fue algo circunstancial. Después le pusieron en frente a Almunia, un piernas, y el del bigote logró la mayoría absoluta. Otro error del PSOE. Porque según los análisis a posteriori de los expertos de Ferraz, Almunia hubiese perdido también frente a Jesulín de Ubrique. Llegó 2004 y las cosas se pusieron en su sitio natural. La cosa fue un poco brusca, con escraches que aún no se llamaban escraches frente a las sedes de PP en la jornada de reflexión electoral, pero tampoco había que exagerar esto.
Ocurre que, en ocasiones, los exégetas de la voluntad popular no pueden esperar cuatro años para enmendar el estropicio que supone votar a la derecha. A Aznar le consintieron gobernar ocho años, porque eran tiempos de bonanza económica y algunos de los que hoy justifican los escraches estaban ocupados pidiendo créditos a los bancos para comprarse apartamentos en Torrevieja, y luego alquilarlos. Pero ahora la cosa se ha puesto fatal, hay personas sufriendo situaciones dramáticas, y no pueden permitir esta disfunción sociológica de tener a la derecha haciendo leyes, o rechazándolas. De acuerdo, ganaron las elecciones hace menos de dos años con once millones de votos, pero en realidad esto tampoco es así exactamente. Lo cierto es que para ellos la culpa fue de nuevo de la izquierda, que no legisló a tiempo en favor de una dación en pago retroactiva y universal, que no dedicó miles de millones de euros a un plan contra la pobreza, que no se pasó por el forro las directrices de Bruselas sobre estabilidad presupuestaria, que bajó las pensiones y los sueldos de los funcionarios. Es decir, lo hicieron mal, y se les coló Rajoy. Otro accidente.
Ahora le han intentado montar un escrache a Albert Rivera, de Ciutadans, desde un partido radical con representación parlamentaria en Cataluña. Y en Extremadura los miembros de la PAH anuncian escraches también contra diputados de IU en aquella comunidad por no haber sido suficientemente contundentes a la hora de permitirles entrar a montar un cirio en el Parlamento. Porque tampoco van a administrar la medicina sólo a los del PP, que eso sería discriminatorio con el resto de enfermos que no tienen ni idea de interpretar la voluntad popular, y se quieren esconder tras esa estupidez de las elecciones cada cuatro años. Felipe González, que sigue atesorando una inteligencia política diez veces superior a la de todo el Comité Federal del PSOE junto, ha dicho que cuidadín con los atajos, que los carga el diablo. Y ya tenemos a una parte de la corte de opinadores que se mueven en el vasto campo cromático del rojo revisando las sandeces que han dicho y escrito en los últimos tiempos excusando los escraches.
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