Kant postulaba la existencia de una realidad trascendente, no fenoménica, una realidad independiente del sujeto, a la que denominó noúmeno. Pero llegaron los filósofos idealistas, Fichte, Shelling y Hegel, y lo liaron todo. Rechazaron de plano la noción de noúmeno, de la cosa en sí, porque según ellos no existe nada que esté más allá de la realidad conocida. No hay distinción entre la realidad pensada y la realidad en sí misma. El GOB se apuntó al noúmeno de Kant en la ITB de Berlín, presentando la realidad de una Mallorca negra, independiente del sujeto ecologista que la embadurna en el vídeo. Pero resulta que han sido los ejecutivos de los Tour Operadores alemanes los que han ejercido de idealistas en la feria turística más importante del mundo. Estos ignorantes, que en lugar de leer a los filósofos teutones del XIX se dedican a hacer encuestas de satisfacción a sus clientes, no han captado la realidad trascendente, no fenoménica, del Hong Kong guarro que habitamos en pleno Mediterráneo. E insisten en traernos este verano más turistas que nunca, para alborozo, supongo, de un GOB que ahora se declara aliado del turismo. Por eso, hay que ser un malpensado para interpretar sus goterones de tinta como una amenaza para nuestra principal industria. Tampoco es algo personal contra el PP. El chapapote artístico es un regalo que les hacen a ellos, nuestros visitantes, para que luego no se sorprendan por lo que se pueden encontrar. Además, tenían preparada una ensaimada putrefacta que no llegaron a sacar de la caja. Deberíamos estar agradecidos.
La dificultad más grave que afronta el GOB no es la de su financiación. Es más sencillo culpar de todo a la crisis, pero su penuria económica es una consecuencia directa del problema principal. La credibilidad del grupo ecologista entre los públicos informados tocó fondo hace tiempo, y ahora está escarbando. Apoyarse de manera sistemática en la hipérbole, en el mensaje apocalíptico a la hora de denunciar determinadas actuaciones puede ser una estrategia útil puntualmente, pero resulta devastadora para la reputación en el largo plazo. La denuncia de brocha gorda, las mentiras, las medias verdades, el soslayar sistemáticamente los datos objetivos que refutan sus planteamientos, son comportamientos incompatibles con una capacidad de influencia real allí donde se llegan a tomar las decisiones. No hace falta gritar que un hotel estará donde no estará para oponerte a su construcción. Dibujar el horizonte de Mallorca jalonado de grúas ante profesionales del turismo que viajan por todo el mundo es una estupidez como un piano. Colocarte una mascarilla, ponerte a hablar de cáncer y mostrar imágenes de fetos con tres cabezas mientras hablas de los millones de dioxinas que invaden el aire de la Tramuntana puede impresionar a una vecina de Palmanyola, pero te deja en ridículo ante personas con acceso a información veraz, contrastada e independiente. Nadie sensato le puede negar al GOB sus éxitos en la defensa del territorio y la naturaleza, que no fueron por cierto fruto de la desmesura. Tampoco su protagonismo principal en la concienciación ambiental de la ciudadanía. Pero esos méritos indudables del pasado no pueden avalar hoy un discurso mesiánico y maniqueo, que ya suena extemporáneo incluso en los oídos de personas cuyas trayectorias vitales no admiten lecciones de ecología.
Si a las exageraciones sistemáticas se añade una afición excesiva al ilusionismo (ahora me ves, ahora no me ves) que coincide en el tiempo con los cambios de gobierno autonómico, el GOB renuncia definitivamente a uno de los rasgos fundamentales para su supervivencia como organización creíble y de prestigio ante toda la sociedad: la transversalidad. Los magos se ganan la vida haciendo trucos, pero no aspiran a ser percibidos como divulgadores científicos, ni predican desde un púlpito su superioridad moral porque hagan aparecer y desaparecer conejos. Yo sí creo que el GOB puede dedicarse a hacer política, o magia, pero asumiendo entonces su posición y su coste en términos de imagen ante la opinión pública. Y eso que aún sigue recibiendo por parte de algunos un trato caritativo en agradecimiento por los servicios prestados antaño, o por su utilidad como herramienta de desgaste del Partido Popular. Lo grave es no darse cuenta del error descomunal que ello supone en términos estratégicos, que no tácticos, para una organización que debería aspirar a algo más que a su mera subsistencia.
Algunos pensarán que estos rasgos ideológicos van de suyo en el ADN ecologista. No es cierto. Esta es una travesía efectuada hace años por estos movimientos sociales en Escandinavia y Centroeuropa, cuando pasaron de la pancarta a la toma real de decisiones. No pretenden sólo manifestarse o denunciar. Quieren estar, y de hecho están, en los centros efectivos de poder y/o control de las políticas ambientales. Y avanzar con pragmatismo, paso a paso, en la aplicación de unos programas transversales, y no a golpe de portada de un periódico, que es algo que da pan para hoy y hambre para una larga temporada.
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