La semana pasada expresaba mi opinión sobre la necesidad de limitar de algún modo la atención sanitaria a las personas que se encuentran en situación ilegal en nuestro país. Recibí algunos comentarios muy críticos que me han hecho reflexionar. En primer lugar, me he dado cuenta que en determinados artículos uno, sin pretenderlo, se dirige mucho más a quienes a priori pueden no compartir sus planteamientos que a quienes sí lo hacen. Lo contrario parece que es buscar el aplauso fácil, y a mí la demagogia me repele. Puedo haber caído en ella en más de una ocasión, sin duda, pero sin pretenderlo nunca. Repasando estas críticas, lo segundo que advertí es que muchas de ellas están basadas en planteamientos morales. Me han llamado mezquino, antiético, insolidario y finalmente y resumiendo todo lo demás, mala persona.
Uno ya va haciendo callo. En un debate televisivo un profesional de la progresía me espetó en directo que yo era un destructor del paisaje, que quería enterrar Mallorca bajo cemento, y que mi planteamiento era propio de una persona sin ninguna sensibilidad hacia lo nostro. Toda una lección de moralidad porque me había manifestado a favor de la seguridad jurídica de las empresas que habían realizado cuantiosas inversiones con arreglo a una normativa urbanística vigente, y del riesgo de tener que abordar desde el erario público indemnizaciones millonarias. Yo no daba crédito y miraba al pilotito rojo de las cámaras por si todo aquello era una broma y no se estaba emitiendo, porque cinco minutos antes de sentarnos en el plató, en la sala de maquillaje, el compañero tertuliano me había explicado sus últimos éxitos como promotor inmobiliario aficionado.
A Rouco Varela sólo lo he visto por la tele, pero las críticas más furibundas al proyecto de Eurovegas que he escuchado en persona provienen de sujetos que acuden al tocador a empolvarse la nariz dos o tres veces cada noche. En boca de ateos confesos, este discurso flamígero de reverendo predicador alertando de los males del juego resulta grotesco. Son las señoras de la Liga anti-alcohol con la petaca de whisky escondida entre las enaguas. Los mismos que han defendido el uso de dinero público para explicar a una niña de catorce años cómo hacer correctamente una felación, como si eso se pudiera aprender en un manual, ahora nos dicen que el póker o la ruleta son nuestra perdición como sociedad y nos convierten en seres abyectos, incluso a los que no hemos pisado un casino en nuestra vida, ni tenemos intención por ahora de hacerlo. Rodrigo de Santos se iba a los prostíbulos a ponerse hasta las cejas sin contárselo a nadie. Estos te advierten de los peligros de importar el modelo turístico de Las Vegas con el hocico bañado en blanco, y no se ponen colorados.
Me cuesta disimular la cara de pasmo cuando escucho las críticas a la amnistía fiscal del PP pronunciadas por esa parte de la progresía que se pasea por todas las galerías de arte de los amiguetes, trapicheando con cuadros y esculturas en dinero negro. Supongo que no les quedará más remedio por culpa de la subida del IVA. Francois Hollande prometió durante su reciente campaña electoral una subida de impuestos cuasi confiscatoria para las rentas más elevadas. Todos, insisto, todos, a diestra y a siniestra, sabemos lo que significa pagar el 75% de impuestos a partir de un determinado nivel de renta. Es una invitación directa a no ganarlos, o a ganarlos de otra manera o en otro país. Tras las elecciones, el Presidente de la República francesa ejerce el poder legítimo obtenido en las urnas y anuncia esa reforma fiscal que afecta a los más ricos, y entonces uno de ellos, en el ejercicio de sus derechos y respetando la legalidad vigente, anuncia que va a pedir la nacionalidad belga. La respuesta del periódico galo de izquierdas por excelencia se lee a toda plana en su portada: “Vete ya, rico gilipollas”. Yo a eso le llamo coherencia.
Es pobre y denota una falta alarmante de argumentos recurrir simultáneamente y por sistema a la moral y a la descalificación personal para rebatir los planteamientos de los que discrepan de nosotros. En mi caso, acepto sin problemas lo de gilipollas, pero mala persona no.
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