EL EXITO DE RYANAIR, UNA METÁFORA DE NUESTRO TIEMPO

¿Por qué existe Ryanair? Porque un empresario atípico creó una compañía aérea basándose en una agresiva política comercial y en un peculiar concepto de servicio al cliente. Todo queda orientado a ofrecer a los usuarios precios imbatibles que destrocen a la competencia. ¿Y por qué más vuelan los aviones de Ryanair? Porque una autoridad competente le otorgó un certificado de operador aéreo (AOC) al estimar que la empresa cumple todos los requisitos necesarios para transportar pasajeros por los cielos de este mundo. ¿Y por qué sigue creciendo en la actual coyuntura de recesión económica europea? Porque cumple con sus proveedores, paga a sus empleados, abona el combustible que consumen sus aeronaves, y responde antes los bancos que la financian. Y así podríamos seguir hasta llegar a la cuestión final: ¿por qué mientras otras compañías quiebran, o se ven obligadas a vender parte de su flota o a acometer profundos y dolorosos planes de reestructuración, la cuenta de resultados de Ryanair engorda cada año hasta parecer el muñeco de Michelín? Hay diversas razones que explican ese vigoroso crecimiento, y muchas de ellas admiten fáciles comparaciones con una suerte de doping empresarial en forma de subvenciones anabolizantes, dumping fiscal y laboral, lobismo salvaje en Bruselas, etc. Sin embargo, nada de todo esto nos debe llevar a engaño. La principal causa de su vigorosa expansión es que sus aviones van llenos.

Si en un restaurante el camarero nos ofrece un plato de lubina salvaje pescada en el día por tres euros, sabemos que nos está mintiendo. Podemos levantarnos de la mesa y largarnos, o arriesgarnos y a pesar de todo pedirla, rezando para no intoxicarnos. Sabremos que como mínimo es una pieza congelada, de toda confianza de la casa porque lleva allí más tiempo que los propios empleados del negocio, pero quizá nos compense pedirla por un precio tan irrisorio si finalmente es comestible. Sea cual sea nuestra decisión, sabemos a lo que nos exponemos porque es obvio que nos están tratando de engañar.

En lo tocante al transporte aéreo no nos gusta que las cosas sean tan evidentes. Adquirimos un billete de Palma a Madrid por diecinueve euros, pero preferimos no pensar en aviones congelados ni vuelos indigestos. Aquí sí que creemos que podemos engañar nosotros al camarero. Volamos por la mitad de lo que cuesta el taxi al aeropuerto porque somos más listos que el idiota del asiento de al lado que olvidó imprimir la tarjeta de embarque. Somos más prácticos que la joven mona que quiere lucir el fin de semana en la capital un par de modelitos y se ha pasado dos kilos en la maleta de mano. Pensamos que son este par de lelos, y muchos otros más que abarrotan ese y otros vuelos de la compañía, los que van a pagar el coste real de mi billete, pero no es suficiente. Es cierto que todo esto está escrito en ese contrato de servicios que se firma al comprar un pasaje, por eso habría que entrar siempre en la web de Ryanair acompañado de un buen abogado que te susurre al oído todas las consecuencias cada vez que pulsas la tecla de aceptar. Al final nos hemos creído que la democracia y la igualdad de oportunidades se basan en el derecho que nos asiste como consumidores a un fin de semana en la Toscana casi gratis, y si no se puede llegar a tanto, al menos que sea baratísimo gracias al low cost y el principio universal de supervivencia de los más espabilados.

Nos creemos muy listos, pero el que va por delante a una distancia sideral del viajero más avezado, es el inventor de este juego trilero en las nubes. Un tipo que te clava sesenta euros por olvidarte un folio impreso, ¿cómo no va a ser capaz de llevar sus aviones al límite de combustible para ahorrar costes? Ante la amenaza del Ministerio de Fomento de retirarle la licencia de vuelo, el presidente de Ryanair, Michael O’Leary se muestra tan tranquilo que somos los demás los que nos asustamos. Ni siquiera miente o disimula. Nada de abrir una investigación interna por los tres aterrizajes de emergencia en un solo día de sus aviones en el aeropuerto de Valencia, nada de revisar los procedimientos de repostaje de sus aparatos. Simplemente sonríe y aclara que a él sólo le puede suspender la licencia quien se la ha concedido, la autoridad de aviación civil irlandesa. Llegados ya a este punto, nos podemos imaginar a este buscavidas sentado en algún despacho de Dublín frente al político de turno, con los dedos de una mano tamborileando sobre la mesa y el índice de la otra señalando la cifra final que figura en la declaración de su impuesto de sociedades, que obviamente tributa en Irlanda. Esta es la Unión Europea que hemos creado. Yo no pienso esperar a que la burocracia de Madrid o Bruselas resuelvan una papeleta que afecta a la seguridad del transporte aéreo. La única manera de vencer a este pillo es no subir a sus aviones, y yo hace años que voy ganando por goleada.

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