¿Y POR QUÉ NO SE VAN DE VACACIONES MÁS LEJOS?

                 No sé para cuántas personas la idea de sus vacaciones pasa exclusivamente por tumbarse en una hamaca o retozar en un sofá frente al televisor. Espero que no para muchas, o al menos quisiera pensar que la necesidad de descansar y salir de la rutina diaria es compatible para la mayoría con la posibilidad de emprender actividades más productivas, y sin duda compatibles con la siesta y la playa. La información de Miquel Adrover en Diario de Mallorca sobre las vacaciones de algunos de nuestros políticos me ha dejado más turbado que la rueda de prensa que perpetró Mario Draghi para regocijo de especuladores y otras gentes de buen vivir.

Me acabo de enterar, por ejemplo, que tener tres niños en casa durante el verano es una circunstancia que elimina por completo la posibilidad de descansar. No me refiero a que haya que darles de comer y poner lavadoras, sino al hecho de que compartir más tiempo con ellos, jugar, pasear, bañarte o ir de excursión sean actividades obligadas durante unas vacaciones familiares, claro, pero que se alejan totalmente del concepto de relajación estival. La pregunta es bien sencilla: ¿para qué narices tenemos hijos entonces? ¿Para qué vamos a gastar tiempo y dinero en discursos teóricos y leyes sobre la conciliación de la vida laboral y familiar si al final consideramos que los niños son sólo trabajo, incluso en agosto? ¿O se trata de aparentar que somos tan sufridos que no descansamos nunca?

Luego está lo de la austeridad. Convendremos todos en que dos semanas a todo trapo en un resort de lujo en las Maldivas no es la imagen más edificante que en estos momentos esperamos ver de un responsable público. Pero esta crisis económica ha propagado de manera alarmante el SAMG, Síndrome de la Ascensión al Monte Gólgota, que está dejando algunos cerebros hechos fosfatina. En la época del low cost, las ofertas de último minuto y las gangas hoteleras por internet, resulta que el descanso sobrio y virtuoso pasa por desplazarse, con la cruz a cuestas, a media hora en coche del domicilio habitual. Nunca sabremos si las gambas de Sóller en la terraza del apartamento de Alcudia se riegan con Vega Sicilia o Möet Chandon, porque eso ya pertenece al ámbito de la estricta intimidad, pero al menos el envoltorio del paquete vacacional debe aparentar la textura del papel de estraza.

Y por fin, al referirse a la duración del período de descanso que se piensan tomar, dos o tres días, uno no puede evitar pensar en auténticos minijobs políticos. Algunos tratan de arreglarlo explicando que sólo cogerán “vacaciones de fin de semana”, lo que supone que, en consecuencia, el resto del año trabajan los siete días y no respetan ni un solo descanso dominical. Como no somos chinos ni japoneses, esto eleva vertiginosamente el riesgo de estar fundido los lunes, con las peligrosas consecuencias que ello acarrea a la hora de tomar decisiones importantes. Ya les digo que la información de Adrover me provoca inquietud, porque en lugar de transmitir responsabilidad y comedimiento, en el fondo rezuma un tufo a hipocresía y mala conciencia que tumba de espaldas.

Si me garantizan que lo hacen con los ojos bien abiertos y afán de aprender, no veo yo qué problema hay en que viajen un poco más lejos durante una semana, de su bolsillo, para ilustrarse sobre cómo funcionan las cosas en otros lugares, para sacudirse de los trajes el polvo que dejan los tópicos ignorantes. Si como parece se trata de dar ejemplo y no desconectar por completo de la apremiante realidad, entonces propongo un paseo por Estocolmo para conocer de primera mano lo que garantiza y lo que no garantiza la sanidad pública en el país que sirvió de cuna a la socialdemocracia europea. Sugiero una breve extensión a Oslo para instruirse sobre políticas de inmigración, o una estancia en Helsinki para descubrir que una potente dotación de recursos públicos para educación es incompatible con el mantenimiento de una burocracia política ingente e inútil. Una excursión por Dublín para profundizar en un modelo de convivencia lingüística en la educación, sin imposiciones. Y por qué no, incluso un salto a Berlín para comprender por qué un modelo de estado federal o descentralizado coherente sólo puede funcionar con éxito en un país alejado de las tensiones secesionistas de los nacionalismos identitarios. Insisto, ¿por qué no se van de vacaciones un poco más lejos?

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