SOBREDIMENSIÓN MARIANA

Hubo un tiempo en el que pedíamos créditos estratosféricos para pagar la casa de nuestros sueños. Comprábamos coches imposibles de mantener, y viajábamos a Dominicana como el que antes iba a Benidorm. Nos convertimos en masa en inversores bursátiles y nos hicimos expertos en sofisticados productos financieros. No se nos pasó ni remotamente por la cabeza que quizá algún día las circunstancias podrían cambiar, nuestros sueldos podrían bajar, o que directamente podríamos perder nuestro puesto de trabajo. En aquellos días también hubo quien obró con más cautela, puso parte de sus ahorros en un plan de pensiones prudente o adquirió una segunda residencia cuando tenía prácticamente pagada la primera. Y hubo empresarios que se endeudaron basándose en planes de negocio que preveían un crecimiento razonable de su actividad. De una u otra manera, la crisis actual ha arrasado con todo y con todos. Por aquel entonces ya existían los políticos, les votábamos y les pagábamos el sueldo con nuestros impuestos. Al salir del notario, tras firmar la hipoteca por el total del valor de tasación inflado de nuestra nueva casa, les pedíamos a esos políticos piscinas climatizadas en cada pueblo, pistas de pádel y guarderías gratuitas. Como querían que les siguiéramos votando, además nos construían un aeropuerto o una universidad a la vuelta de la esquina, y les aplaudíamos con las orejas, o al menos no les hacíamos preguntas incómodas del tipo ¿cómo vamos a pagar todo esto? Y por supuesto, dábamos por hecho que los nuevos hospitales, carreteras y colegios públicos, en definitiva, las infraestructuras que de verdad justifican todo el tinglado político-administrativo, ya estaban en marcha.

Ahora, en mitad del huracán y con el cielo negrísimo más allá de donde alcanzan a ver nuestros ojos, nos da vergüenza reconocer nuestra ceguera, el papanatismo, la falta de sentido común, la estupidez generalizada y la desmemoria, y entonces nos ponemos a inventar conceptos globales que nos sirvan de excusa para seguir haciendo lo mismo que en los años de vino y rosas: eludir nuestra responsabilidad. Una de estas ideas, que lo mismo valen para un roto que para un descosido, es la «sobredimensión». Todo lo que se hizo en los años de bonanza económica estaba sobredimensionado, que es un término aséptico, que suena técnico e impersonal. Es mucho más digerible para nuestras conciencias pensar que las dificultades por las que pasa quien conducía a doscientos por hora en un deportivo prestado son las mismas que las de aquel al que se le ha parado un modesto utilitario pagado hace años. Del mismo modo, metemos en el mismo saco pasarlas canutas por no poder pagar una televisión autonómica que la financiación de una infraestructura construída para los próximos cincuenta años. Ahora todo nos viene grande, las obras megalómanas, por supuesto, pero también lo que se proyectó para modernizar un país, generar riqueza o dar soluciones durante las próximas décadas. Están cayendo tal cantidad de chuzos de punta sobre cada uno de nosotros que, ocupados como estamos por esquivarlos, olvidamos algo fundamental: vamos a salir de la crisis. No sé cuándo, pero volverá a haber muchos coches circulando, y mercaderías que transportar, y residuos que tratar. Las inversiones productivas lo seguirán siendo cuando superemos el profundo socavón en el que nos encontramos.

La lección para el futuro debería consisitir en aprender a distinguir de una vez por todas gastar de malgastar, invertir de derrochar. Pero será difícil conseguirlo mientras sigamos instalados en la hipocresía y la incoherencia. El problema reside en el ritmo de reducción de nuestro déficit público, en la velocidad del viaje hacia la estabilidad presupuestaria, pero hay que ser un cínico para poner a parir a una Unión Europea que, por debajo de la mesa, es la que nos está permitiendo seguir financiándonos en el exterior para pagar nuestra sanidad, nuestra educación, nuestros funcionarios y nuestros desempleados. Y presentar a Rajoy como un sádico armado con un bisturí, dispuesto a hacer una sangría gratuita con todos los que le votaron hace unos meses, como si no se fuera a presentar a las elecciones en 2015, es una broma macabra que no se cree nadie, ni siquiera esa señora del PSOE que para aclararnos el misterio de la sobredimensión mariana se ha puesto muy seria delante de los periodistas y ha declarado solemnemente que «Rajoy no era el milagro». Claro, el milagro es sobrevivir a tanta simpleza.

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