La respuesta mayoritaria a unos guiñoles franceses haciendo el idiota disfrazados de deportistas españoles es un claro ejemplo de esa patología ocular tan frecuente últimamente en nuestro país que permite ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Para evitar malas interpretaciones, aclaro que la parodia de los monigotes del Canal Plus Francia no sólo me parece zafia, burda, grosera y sin un ápice de gracia, sino también propia de perfectos ignorantes: hay que ser un memo para incluir entre los aludidos a un baloncestista que juega en una liga donde no existen los controles antidoping, dicho de otro modo, donde el dopaje no está sancionado, o sea, que no se prohíbe. También hay que ser un zote para sacar con una jeringa en la mano a un portero de fútbol, que ya me explicarán esos genios en qué le puede ayudar el clembuterol o la nandrolona para mejorar su rendimiento bajo los palos.
Pero da igual, la cosa no iba por la vertiente legal ni por la científica. Únicamente se trataba de dar algo de carnaza a la plebe con la excusa de la sanción a un ciclista español. Y lo han conseguido porque una parte importante de los espectadores del Coliseo galo llevan años cansados de ver a los mismos gladiadores derrotando a sus leones, y encima todos oriundos de un territorio invadido por Napoleón sin bajarse del caballo. Una afrenta con aspecto de perpetuarse: Nadal llegará en mayo a París, meará todo lo que le pidan, le sacarán la sangre, ganará y volverá a Manacor sonriente y sin quejarse. Y eso, no nos engañemos, molesta a muchos. Pero la envidia francesa no debería utilizarse como venda para tapar una realidad: también en Canadá, en Suiza, en el Reino Unido o en Estados Unidos hay dirigentes y medios de comunicación que tienen dudas sobre la actitud y la dureza de las autoridades deportivas españolas frente a los casos de dopaje de nuestros deportistas. Yo no sé si esto responde a la realidad, pero en cualquier caso es un problema. Y ahí tenemos el campo abonado para hacer una broma chabacana que trata de poner en entredicho, sin pruebas, el desempeño de unos profesionales del deporte que tratan de hacer su trabajo lo mejor que pueden y saben.
Si casi unánime ha sido la risotada en Francia, de igual calibre ha sido la reacción patria ante esta ofensa nacional: embajadores, ministros, presidentes de gobierno, jefes de estado, grupos parlamentarios, todos haciendo piña ante la injusticia de una bufonada que pone en la picota a unos deportistas sólo porque a nuestros vecinos no les convencen los resultados de su trabajo. Lo que yo no entiendo es en qué se diferencia esta generalización estúpida que han hecho los guionistas de televisión franceses para deleite de sus espectadores, de las patéticas declaraciones de Garzón tras ser condenado por siete magistrados del Tribunal Supremo, y el posterior espectáculo de medio país jaleando a un ex-juez que llama delincuentes a los profesionales de la máxima instancia judicial porque tampoco le ha gustado el resultado de su trabajo. La demoledora sentencia ha contrariado a una parte importante de la ciudadanía, y qué mejor manera de deslegitimarla que afirmar que sus autores son unos tramposos, unos prevaricadores, unos tipos que llegaron dopados al juicio con una sentencia ya escrita. Siguiendo ese mismo razonamiento podríamos concluir sin dudar que todos los políticos son unos ladrones, los funcionarios públicos unos vagos, los médicos de urgencias unos quejicas, los periodistas unos mentirosos, y en este plan. Ya sabemos que la fiesta siempre va por barrios, pero siendo pacifistas coherentes deberíamos tener la decencia de rechazar todas las bombas de neutrones lanzadas indiscriminadamente sobre la credibilidad de un colectivo o institución, se lancen éstas en París o en Madrid.
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