Pasan los años y nos entra curiosidad por saber qué habrá sido de tal o cual compañero de colegio, o de correrías juveniles. Dudamos si el empollón habrá triunfado profesionalmente y el calamidad habrá acabado en un centro de reinserción social, porque tal y como están las cosas en más de un caso se han invertido los papeles. Hace ocho años me encontré por casualidad en un viaje de trabajo a uno de aquellos cachondos mentales que no paraban de interrumpir las clases con sus chistes y gracietas de adolescente. Un estudiante mediocre, de los de cinco raspadillo, un caradura, pero ingenioso y divertido. A sus treinta y dos años dirigía la Oficina Permanente de apoyo a la internacionalización de las empresas vascas en Shanghai. Le felicité por ser un privilegiado y me dijo que no era para tanto, porque la SPRI (por entonces Sociedad Vasca para la Promoción y Reconversión Industrial) estaba presente en más de cincuenta países y había destinos mejores que China.
Cataluña mantiene abiertas treinta y ocho oficinas sectoriales de apoyo a las empresas catalanas en el exterior. La Junta de Andalucía sostiene con sus presupuestos veintiuna oficinas comerciales en diecinueve países. La Comunidad Valenciana dispone de veintiocho de ellas, aunque en 2011 ha cerrado las de Toronto, Pekín, La Habana, Buenos Aires y Tokio. En ese año la Xunta de Galicia abrió delegaciones en México y Colombia, y en la web de su Conselleria de Industria se anuncia la inauguración de las de Sao Paulo, Miami, Dusseldorf, Estambul, Londres, Nueva York, Shanghai, París, Moscú, Bombay y Casablanca. No sigo con el resto de Comunidades Autónomas porque me quedo sin artículo. He citado cinco de ellas gobernadas históricamente o en la actualidad por PNV, CIU, PP y PSOE, lo que demuestra que no nos encontramos ante un planteamiento del nacionalismo periférico sino ante una locura generalizada. Para mí la pregunta es sencilla de plantear: ¿hasta cuándo seguiremos haciendo el ridículo por el mundo con esta imagen grotesca de país de millonarios emergentes? Ahora el asunto salta al debate público por culpa de la crisis, el déficit público, los recortes, el equilibrio presupuestario y el toro que mató a Manolete, pero a algunos ya nos daba vergüenza este espectáculo derrochador incluso en los días de vino y rosas de nuestra economía.
El nuevo Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, ha ofrecido las embajadas españolas a las regiones que cierren sus oficinas en el extranjero para “crear sinergias y evitar duplicidades y costos”. Lo ha hecho en ese lenguaje almibarado tan propio de la diplomacia, tratando de no herir sensibilidades, aunque en el caso de Artur Mas no le haya servido para mucho. Y en el mío tampoco. Yo me imagino en los pasillos de una embajada alemana girando la cabeza a izquierda y derecha y leyendo cartelitos en las puertas: “Oficina de apoyo específico a empresas de Renania-Westfalia, de Baja Sajonia, de Baviera, de Turingia, de Baden-Wurtemberg…” y no doy crédito. Y lo mismo en las americanas: soporte singular para las de Ohio, Arizona, Montana, Coneccticut… Como si las necesidades de asesoramiento de una empresa riojana para establecerse en Angola o exportar sus productos a Brasil fueran distintas de las de una madrileña o catalana. Todo muy edificante en aras a la consolidación de la tan ansiada marca país. Mientras tanto, el Instituto Español de Comercio Exterior (ICEX) ha manejado en 2011 un presupuesto cercano a los 150 millones de euros, y el Fondo de Internacionalización de la Empresa (FIEM) estaba dotado con más de 300. Y Rajoy ha anunciado un incremento de estas partidas para 2012.
Seguimos con medias tintas porque ante cualquier cuestionamiento de este sinsentido te llaman jacobino y centralista, y suena fatal. La mayor parte de esas de esas oficinas han sido un capricho de nuevo rico, antes injustificable y ahora también insostenible, cuyas funciones ya eran realizadas por personal cualificado de las embajadas y consulados españoles. Y ninguna especificidad autonómica quedaría sin atender fijando un calendario de reuniones frecuentes y periódicas entre los consejeros regionales de Industria y el Secretario de Estado de Comercio Exterior.
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