EL COMUNISMO EN MALLORCA

Hace un par de semanas nos sobrecogíamos observando las imágenes de una niña de dos años atropellada por una furgoneta en el sur de China. La boca se nos iba abriendo al contemplar durante minutos cómo los transeúntes pasaban a su lado sin detenerse para ayudarla. Algunos, ni siquiera miraban el cuerpecito inerte de la pequeña. La señora que finalmente la retira de la calzada y la asiste lo hace acongojada, mirando alrededor por si alguien la está observando, como si estuviera cometiendo un delito. La buena samaritana es una barrendera de 58 años llamada Chen Xianmei. Después que el vídeo haya recibido más de un millón de visitas en Internet, una parte de la opinión pública de su país la ha puesto parir diciendo que lo único que buscaba atendiendo a la niña era protagonismo y publicidad en beneficio personal.
Todo esto sucede en un país en el que ves ancianos desahuciados por las calles de cualquier gran ciudad porque han tenido la desgracia de perder a sus hijos antes de morir ellos. Esto último no sale en You Tube, pero lo he podido comprobar en Cantón, Pekín Shanghai y Nanjing. Algo tan burgués, rancio y decimonónico como la familia, algo tan pasado de moda en Europa como es el respeto y el cuidado de nuestros mayores, le funciona perfectamente al modelo comunista por excelencia como sustitutivo de un sistema de seguridad social y sanidad universal, que costaría una pasta en una país como 1400 millones de habitantes, y no dejaría margen financiero para seguir invirtiendo en deuda pública norteamericana, construyendo gigantescas infraestructuras en Brasil o comprando multinacionales por todo el planeta. Lo primero es lo primero, porque una cosa es ser comunista y otra muy distinta ser idiota en este glorioso mundo de oportunidades que nos brinda el sucio capitalismo. Pero claro, todo en la vida tiene un precio. El ejemplo más palmario de individualismo salvaje que he visto en mi vida ha sido el comportamiento de una masa de chinos haciendo cola, o algo parecido, para comprar un billete de autobús o para acceder a un ascensor. Sin embargo, desde la agencia estatal de noticias china nos han explicado que el terrible episodio de la niña atropellada y no auxiliada es un caso evidente de contaminación foránea de un modelo comunista de solidaridad entre camaradas casi perfecto: «la percepción de una moral en declive es fruto del beneficio y el materialismo (de importación, esto lo añado yo) que afectan a los valores de la sociedad china».

El domingo pasado bajaba por la mañana solo en bicicleta de Galilea a Puigpunyent. Un despiste tonto me hizo volar unos metros. El resultado fue el cuerpo de un ecce homo y una clavícula fracturada. Conseguí levantarme conmocionado, retirar la bicicleta de la carretera y sentarme en un bordillo. A los pocos minutos pasó el primer coche y se detuvo. Se bajó Tolo, un vecino de Puigpunyent que no se quiso ir hasta que cerraron tras de mí las puertas de la ambulancia. Al minuto paró el todoterreno de Rafel, otro paisano de la zona, que permaneció allí hasta que me trasladaron al hospital, y además se encargó de recoger mi bici y mis enseres personales. En los veinte minutos que tardó en llegar la ambulancia ni uno solo de los vehículos que pasaron dejó de detenerse para preguntar si necesitaba algo. Mientras esperaba tumbado en el arcén trataba de no pensar en el dolor, me concentraba en las nubes desplazándose en el cielo de derecha a izquierda, y escuchaba la conversación de mis dos ángeles de la guarda. Tolo le preguntaba a Rafel qué hacía por allí a esas horas de un domingo, y éste le contestaba que venía de la finca de la señora Laura, la anciana americana que enviudó hace un año, porque hacía días que no la veía por el pueblo y quería saber si estaba bien o si necesitaba algo.
Esta semana otro camionero chino ha atropellado a un niño de cinco años y la prensa oficial del paraíso rojo niega que lo rematara a propósito para evitar pagar los gastos de hospitalización. Espero no tener que leer de nuevo las estupideces pseudoideológicas de la nomenklatura china explicando el caso, porque cuando me río me duele mucho el hombro.

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