LAS WEBS ERÓTICAS DEL CONGRESO Y EL SENADO

Hace más de tres décadas que la Cantudo, Nadiuska y compañía revelaron al público lo nunca visto en nuestro país. Los gloriosos años del destape me pillaron algo joven para hacerme una idea exacta de aquel jolgorio, pero los Alcántara y sus hijos me han contado cómo pasó. Hace unos días hemos asistido al desnudo patrimonial de sus señorías y me ha invadido el mismo olor a naftalina de aquella España carca, provinciana y paleta que heredamos de Franco. Con la excusa de algo tan deseable como la transparencia en la vida pública hemos asistido a un espectáculo grotesco. El colapso de los servidores informáticos del Congreso y el Senado a la hora en que se publicaban las declaraciones de nuestros parlamentarios no se hubiera producido ni aunque se hubieran conectado a ellos simultáneamente todos los medios de comunicación europeos. Eran las doce de la mañana, la hora del ángelus, pero centenares de miles de ciudadanos no pudieron resistir ni un minuto más y aprovecharon los necesarios bolsillos de cristal para vislumbrar las ingles económicas no sólo de las vedettes de la política, sino de todas las coristas. Al igual que algo tan saludable como el sexo puede transformarse en perversión, el avidez de información puede convertirse en chafardeo puro y duro.

Las barbaridades que se han dicho y escrito en muchos medios de comunicación me producen vergüenza ajena. No me refiero a miles de comentarios de lectores en medios digitales, que darían para una antología del disparate, eso sí, anónimo. En esa competición del absurdo, cualquiera bajo un pseudónimo puede mentir, injuriar y calumniar gratis total. Estoy hablando de los profesionales de la información a los que se les puede y se les debe exigir un mínimo de responsabilidad. Vaya por delante una convicción: los salarios que perciben muchos periodistas en este país son una auténtica miseria. Esto no lo puede discutir nadie que conozca mínimamente el trabajo que realizan, las horas que dedican y su responsabilidad por lo que publican. Pero eso no es excusa para disparar a discreción sobre las testuces de diputados y senadores, sin demasiadas distinciones. Los que tienen porque tienen, y los que no tienen porque son unos mentirosos o unos desgraciados. En demasiados casos se he hecho un análisis de brocha gorda, criminalizando la riqueza y ridiculizando la carencia. Y aún peor, se han lanzado insinuaciones o puesto en duda determinados datos patrimoniales sin la menor, no digo ya investigación, sino simple cotejo de las circunstancias del declarante. Por ejemplo, un divorcio cruento tras veinte años de matrimonio te puede dejar en pelota viva. Alguno no sólo ha podido perder recientemente más de la mitad de su patrimonio, sino que además ahora se le presenta como un posible defraudador. Y por supuesto, aquí la carga de la prueba recae sobre el político, no sobre el autor de un titular simpático. Pero aún más lamentable resulta escuchar ciertas opiniones en boca de tertulianos que en tres o cuatro comparecencias televisivas se levantan el sueldo de un diputado. Y encima les ovacionan.

¿Por qué sucede esto? ¿Por qué se logra el aplauso fácil diciendo que los políticos ganan demasiado? Por varios motivos, pero hay uno fundamental: porque parece que para la política sirve cualquiera. Y ese constituye un error fatal, aunque Pajín sea ministra y tengamos diputados y senadores sin el menor bagaje profesional e incapaces de escribir cinco líneas sin faltas de ortografía. Nadie se escandalizaría si conociéramos los ingresos de los cien mejores cirujanos del país, porque hacen cosas en su trabajo que sólo están a su alcance, y sus resultados son trascendentes. Eso mismo debería suceder con la política en España: siendo más de cuarenta millones los pacientes en la mesa de operaciones, tendría que estar en manos de los mejores. Por desgracia, la diversión cinegética a la que hemos asistido estos días sólo contribuye a alejar un poco más a las élites profesionales de la vida pública. Lo único que he podido corroborar como espectador de esta cacería es que para tertuliano sí que vale cualquiera, incluyéndome yo, por supuesto.

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