Hace unos días Mateo Isern tuvo la osadía de pronunciar en castellano la mitad de su primer discurso como Alcalde de Palma. Como era de esperar, desde un sector del nacionalismo catalanista radical le han llovido las críticas habituales con los argumentos sempiternos. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. No los rebatiré porque reconozco que la superioridad intelectual de estas personas llega a convertirse en supremacía moral frente a un minusválido lingüístico como yo. Aunque tanto en mi vida privada como en mis colaboraciones en los medios de comunicación me relacione con absoluta normalidad con cientos de personas catalanoparlantes, a ojos de los Astérix y Obélix indígenas siempre seré un discapacitado al que, en el mejor de los casos, se mira con condescendencia. Pero no profundicemos en este trauma que no me deja vivir. Me vengo a referir aquí a otros comentarios, no tan furibundos pero más sorprendentes por proceder de voces teóricamente alejadas de cualquier tipo de fundamentalismo, a una suerte de collejas preventivas sobre el cogote del Alcalde para que sienta en el mismo un aliento vigilante.
Por supuesto, no considero esas críticas como un ataque hacia el castellano. De hecho, esta lengua sirve para muchas cosas y no está mal visto su uso en determinadas situaciones. Por ejemplo, es lógico y no merece ninguna reproche utilizarla en Son Gotleu para pedir el voto en campaña, porque hay mucha competencia y es comprensible que le quieras tocar el corazoncito a los electores en su lengua materna. También se puede utilizar para hacer anuncios publicitarios en los medios sin que a nadie le parezca mal. No hay inconveniente en publicar artículos de opinión en la lengua de Cervantes, y se le permite no sólo a forasteros como yo, sino a insignes representantes mallorquines de la literatura en catalán que nos ilustran semanalmente desde las páginas culturales de nuestros diarios locales. Es más, tampoco hay problema en que columnas de opinión en castellano puedan ridiculizar a alguien que pronuncia medio discurso en ese mismo idioma, y en español se puede editar sin controversia desde la primera hasta la última letra de la práctica totalidad de los periódicos de nuestra comunidad. Pero ya está, se acabó. Al parecer los discursos de los políticos deben distanciarse de esa normalidad en su uso público.
Les pedimos que salgan de sus despachos después de ser elegidos, sí, pero ya con tapones en los oídos. Reclamamos que la política se acerque a la ciudadanía y lo primero que criticamos es que un cargo electo se comporte de la misma manera que ha venido haciendo mientras pedía el voto antes de conseguir una victoria arrolladora. Mateo Isern es el primer alcalde de Palma que pronuncia parte de su discurso de investidura en castellano, y también es el primero que obtiene una mayoría absoluta tan aplastante. Pero al parecer una cosa es concederle una licencia bilingüe durante las semanas previas a las elecciones, y otra muy distinta que se crea con derecho a seguir haciendo lo mismo desde su poltrona. Eso sí, en todo lo demás le exigiremos coherencia y que cumpla escrupulosamente su programa electoral.
Mientras tanto, muchos nos hemos tenido que resignar a un bilingüismo pertinaz y obstinado, de amigos tozudos, de compañeros de tertulias y conocidos catalanoparlantes, privilegiados por tener dos lenguas maternas pero tercos como mulas, impasibles ante nuestros ruegos para que se dirijan a nosotros solo en catalán si así lo prefieren. Y a la segunda ocasión en que se lo pides, si hay confianza y ya sabiendo que no tienes ningún problema de comprensión, te explican que te hablan también en castellano, no por educación, sino por su propia comodidad, porque son capaces de pensar en las dos lenguas, porque se comunican con su pareja en castellano y con sus hijos en catalán, porque no pueden evitar que les salte el conmutador lingüístico de un lado a otro en su afortunado cerebro, porque no son alcaldes, pero son bilingües, con perdón y sin ánimo de ofender.
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