Ahora resulta que a un flamígero inquisidor contra la corrupción ajena le dieron un aviso los responsables de la Conselleria de Comercio e Industria para que no hiciera pellas en su puesto de trabajo. Es importante conocer tus propias limitaciones, así que renuncio de antemano a criticar en este artículo al Coordinador General de Izquierda Unida en Baleares, Manuel Carmona, porque los comentarios sobre él de sus ex-compañeros de partido y de gobierno me harían quedar a mí como la Madre Teresa de Calcuta. No me sorprende nada que este señor sea desde 2007 el Subdirector del Centre Balears Europa, que para algo el hombre está en política. Lo inaudito es su trayectoria profesional previa, revelada por él mismo en una entrevista durante la campaña electoral: camarero, Mercapalma y un laboratorio de pruebas de resistencia para estructuras de hormigón. Quizá esta última ocupación explique sus motivos para no dimitir la misma noche electoral tras haber vaticinado poco antes unos espléndidos resultados para su formación política y quedarse prácticamente fuera de todas las instituciones. Pero la cuestión es otra: que este ciudadano, en el ejercicio legítimo de sus derechos, se presente como candidato a la presidencia de nuestra comunidad autónoma, ¿simboliza la igualdad de oportunidades? ¿Es esta la mejor manera de acercar la política al pueblo? ¿Es lógico que para la gestión de lo público valga cualquiera? En resumidas cuentas, ¿da igual estudiar que no hacerlo?
Lo fundamental del sueño americano no estriba en que un negro haya llegado a la Casa Blanca, sino en que el negro en cuestión, otro hijo de inmigrantes, se graduó en Harvard con una beca pública. En Balears, el empleo fácil y estacional en el turismo y la construcción ha ido rebajando la edad media de abandono de los estudios a niveles sonrojantes para un país desarrollado. Las sucesivas reformas legislativas han dejado nuestro sistema educativo como un erial por muchos años, y vamos a necesitar sangre, sudor, lágrimas y unos recursos económicos de los que hoy por hoy no disponemos para arreglarlo. Pero a pesar de todo, tenemos entre nosotros jóvenes que le dan al tipex en su curriculum vitae para conseguir un trabajo, porque si aparece el máster junto al título universitario les dicen que tienen un perfil demasiado alto para el puesto. A mí esto, además de un despilfarro, me parece un auténtico drama. No es el caso del señor Carmona, que a sus treinta y dos años no tuvo que borrar absolutamente nada de su expediente académico para acceder a un alto cargo en la administración autonómica. Y déjemos de hipocresía, clasismo, elitismo y demás retórica hueca: en España, la gran mayoría de los menores de cuarenta años han tenido la oportunidad de acceder a una formación digna. En estos casos rara vez se escucha ya que se dejaron los estudios para mantener a la familia. Lo que abunda es «se me daban mal», o «no me gustaban» o «preferí trabajar». Y no estoy hablando de titulitis, sino de adquirir una capacitación profesional sólida, sea cual sea. Comentaba un responsable de la Escuela de Hostelería que hoy todos los alumnos quieren ser Ferrán Adriá, pero les cuesta aprender a servir correctamente un vino.
Lo fácil es disparar contra Gran Hermano, Sálvame de Luxe y la generación nini, pero presentar la participación en política como una tabla de salvación para indocumentados o como un simple modus vivendi para los que no tienen otra cosa, tiene efectos aún más letales que la telebasura. Podemos apelar a la cultura del esfuerzo, el sacrificio y el trabajo bien hecho, pero si el mensaje que trasmiten algunos es que invertir unos años de tu vida en adquirir una formación es algo irrelevante a la hora acceder a un puesto de trabajo cuyo salario pagamos entre todos, nuestros índices de fracaso escolar seguirán aproximándose a los africanos.
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