LA FOTO DE OBAMA

La mejor técnica de comunicación política es la que no se nota, pero traspasa hasta la médula a sus receptores. Dejando al margen consideraciones de derecho internacional que nos podrían hacer explotar de vergüenza ante tanta hipocresía y doble moral, la foto de Obama siguiendo en directo la operación militar que acabó con la vida de Bin Laden es una auténtica obra maestra, un prodigio de propaganda al servicio del líder y su decisión de autorizar la ejecución extrajudicial de un criminal abyecto. Es imposible colocar más mensajes en los tres segundos que millones de personas en todo el mundo han dedicado a observar la imagen difundida por el gabinete de prensa de la Casa Blanca. No hay discurso, ni vídeo ni titular de noticia que puedan obtener semejantes efectos. El Presidente de Estados Unidos aparece en un segundo plano en esta composición coral con la plana mayor de la defensa y la inteligencia norteamericana. Da igual que aparezcan otras catorce personas: estas meninas del siglo XXI son la foto de Obama.

Parece una imagen furtiva, espontánea, como si la hubiera tomado alguno de los presentes con su iphone aprovechando un descuido del resto. El fotógrafo de guardia debió tomar quinientas para elegir ésta: tensión máxima, nervios porque no está todo bajo control. El presidente demuestra su capacidad ejecutiva asumiendo un alto riesgo. Es consciente que puede fracasar, pero eso ni le asusta ni le paraliza. La sala es muy pequeña, ni siquiera caben todos sentados. Si el objetivo se moviera a la derecha casi nos imaginamos el microondas y la cafetera. De las ciento treinta y dos dependencias del complejo presidencial seguramente no habría ninguna otra más amplia y desocupada un domingo por la tarde: equipo de confianza, intimidad, secretismo. Clara mayoría de descorbatados, indumentaria casual, Obama con la cazadora con la que sube al helicóptero los fines de semana hacia Camp David o Martha´s Vineyard: veinticuatro horas diarias al servicio del país, trescientos sesenta y cinco días al año velando por su seguridad y la del mundo. ¿Todos con atuendo informal? No, la figura central del grupo es un general de Brigada y comandante general adjunto de Operaciones Especiales, sentado en el único sillón de la sala y con todo el pectoral izquierdo cubierto de condecoraciones. También es el único que no mira al frente, sino a su ordenador. Está de servicio, trabajando, de uniforme, porque estamos ante una misión de guerra que sólo puede y debe dirigir un militar. Obama aparece detrás, a su derecha, dándole su respaldo pero en una posición secundaria, clavando una mirada dura en la pantalla con el rictus contraído por la inquietud. Un líder preocupado pero que no muestra piedad ante el terrorista que ordenó el asesinato de tres mil compatriotas hace casi diez años.

Sólo hay dos mujeres en la reunión, y una de ellas es la encargada de aportar el grado máximo de carga emocional. Hillary Clinton se lleva la mano a la boca, tapándola, tratando de ocultar su angustia por los chicos que están asaltando la vivienda de Osama, jugándose la vida por todos nosotros. Sin embargo, sus ojos saltones sí revelan esa congoja maternal. Podría tener un punto de machismo, pero pasa desapercibido si no se analiza con detenimiento, y ese gesto es mucho más creíble en una mujer.

La fotografía se publicó dos días después del tiroteo, y todos creímos que estaban siguiendo en directo el combate contra el Maligno. La teatralidad de la escena quedó confirmada al conocer con posterioridad que lo que estaban viendo en la pantalla era el rostro de Leon Panetta, director de la CIA, que les narraba lo que sucedía en esos momentos en Pakistán. O sea, una simple videoconferencia. Con su imagen desplomada por la reciente subida de impuestos y una larga lista de incumplimientos de su programa electoral, Obama ha remontado diez puntos en las encuestas de popularidad. Y ahora, que venga alguien a explicarnos que existe una sobrevaloración de la imagen en la política.

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