CONTRA LA MUJER MALLORQUINA, Y CONTRA EL BALONMANO

Media vida en esta isla da para comprender que la Mallorca profunda abarca las calas de Santanyi y un secarral en Sineu, los olivos de Selva y la costa de Banyalbufar. La profundidad de Mallorca es original porque desborda su interior y se desparrama hasta el mar, como una erupción que no cesa desde hace siglos. Octavio Cortés ha escrito un libro sobre la belleza tiránica de una tierra que atrapa al autóctono y al foráneo. Días en Cala Escorpí (Editorial Sloper) describe esa hermosura monstruosa que, como la lava de un volcán, engulle a todo el que la pisa. Dice Octavio que desde los romanos “de aquí no se ha ido nadie”. Esa fuerza centrípeta explica que “el mallorquín quiera navegar a todas horas, pero siempre cerca de la playa”. Sin decirlo, Cortés tumba de un plumazo la teoría de un Colón nacido en Felanitx.

El libro de Cortés es una fiesta de la palabra y la erudición, y el canto al amor de su musa Laura. Esa loa extasiada en boca de un ácrata iconoclasta como Octavio suena a descubrimiento tardío de la vida, o al menos de una parte de ella. Bienvenido sea el hallazgo. Por lo demás, el texto está plagado de hipérboles maravillosas, a través de las cuales el autor construye un humor apto para cualquier lector que no padezca un exceso de dioptrías mentales, que es la enfermedad que ataca mayormente a los dogmáticos.

Antes de disfrutar con el libro leí en la prensa local una crítica literaria y feminista -más feminista que literaria, todo hay que decirlo- que se refería al texto en términos de “fango deleznable”. Es una lástima para el escritor que la crítica no se publicara en un suplemento cultural influyente, porque habría disparado las ventas. Yo corrí a leer el libro de Cortés porque conociendo al sujeto irreverente aquello prometía, pero no resultó para tanto. Es cierto que el autor habla de “una maldad general de la mujer mallorquina”, pero también dice que las menorquinas son “criaturas celestiales” y “tienen alas de Ave del Paraíso”. Por aquí ya vamos deduciendo que su musa Laura debe de ser de Alaior, aunque el resto sepamos de buena tinta que entre Mahón y Ciudadela habita un número indeterminado de pajarracas, como en todas partes.

Esa crítica feminista -más feminista que crítica- entendió el libro como un ejemplo insoportable de machismo y misoginia. Es la consecuencia de observar el mundo en general y el arte en particular a través de un cedazo cada día más tupido, que estrecha la mirada hasta unos límites tan grotescos que no solo deforman la realidad, sino que impiden ver más allá de la cuestión hacia la que se apunta para disparar a discreción.

Abriendo algo más el punto de mira leemos que “el hombre mallorquín lee revistas de motos y juega al balonmano en algún polideportivo absurdo”. En Mallorca la mitad de hombres mallorquines que hacen deporte corre, la otra mitad va en bici, cuatro juegan al pádel y el resto son excepciones. Desde Urdangarín no se juega al balonmano en Mallorca. Lo sabe todo el mundo, menos Cortés. El lector medio entiende que su comentario sobre el balonmano tiene unos fundamentos empíricos similares a los de la definición de la mujer mallorquina, y que Cortés está a ratos jugando y a ratos ajustando cuentas con las féminas de su vida. Por eso nadie de la Federació Balear d’Handbol ha puesto el grito en el cielo.

Cortés presentó su libro en Literanta junto a Sabina Pons, una feminista sin dioptrías en la cabeza, lúcida y plena de humor, que es lo único que no nos debería arrebatar ninguna ideología. Si un machista es un hombre incapaz de reírse de los hombres, el feminismo de gafas gruesas debería tomar nota y no replicar el error. El discurso políticamente correcto está alcanzando un nivel de esperpento que no solo constriñe el campo del arte o la opinión, sino que es capaz de conseguir el efecto contrario, o sea, que cada día más mujeres piensen que su dignidad es algo demasiado serio como para dejarlo en manos de una ideología de género tan avinagrada.

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