LA REPÚBLICA COMO IDEOLOGÍA

Concluye hoy la semana de celebraciones por la proclamación de la Segunda República hace 90 años. Una década más aplicando tanta memoria selectiva a la efeméride y los fastos del centenario podrían resultar esplendorosos. Total para llegar al mismo sitio: un enfrentamiento ideológico del que no puede surgir un marco estable de convivencia política. No digo que una república no pueda levantar una arquitectura institucional en la que las ideas divergentes de una amplia mayoría social encuentren cobijo. Me refiero a que la Segunda República española constituyó lo contrario, esto es, el mejor ejemplo de fracaso de un modelo de convivencia. 

En estas palabras los más sectarios interpretarán una defensa de la monarquía, o peor aún, la justificación de un alzamiento militar. Ni una cosa ni la otra, pero el debate está tan embrutecido que conviene aclararlo. Lo que quiero decir es que es exactamente esa república, la que se proclamó el 14 de abril de 1931, la que los republicanos cabales (y por supuesto pacíficos) deberían conmemorar con algo menos de orgullo y satisfacción de los observados estos días, si de verdad pretenden fortalecer su causa y ensanchar su base social. 

Hace unos meses la izquierda acusó a la derecha de patrimonializar la institución monárquica en España. Fue curioso el momento elegido para lanzar esa acusación, cuando todos los partidos que apoyaron a Sánchez en su investidura andaban a ostia limpia con el emérito, con Felipe VI, con las infantas, con el tercer grado de Urdangarín y con las copas de Froilán. Las crisis sanitaria, económica y social se echaron a un lado para hacer el paseíllo a Corinna y Villarejo convertidos en apóstoles de la Verdad. Al margen de esta bronca, la base teórica de la crítica era acertada porque las instituciones no pertenecen a ningún partido, y el PSOE mantiene votantes monárquicos. 

Es un error apropiarse de las instituciones, y también es un error patrimonializar ciertos valores. Para asociar hoy el progreso, los derechos sociales y las libertades a un régimen republicano hay que dar por supuesto que en Venezuela o Corea del Norte se vive mejor que en Dinamarca o Suecia. La república alemana funciona razonablemente, pero la monarquía noruega también. 

Sucede que la izquierda en España ha dejado de entender la república como una forma de organización del Estado para defenderla estrictamente como una ideología. Prueba de ello es que aplica a su idealizada Segunda República la triple dispensa que Jean-Françoise Revel atribuía a toda ideología: dispensa intelectual, porque descarta los hechos que no se ajustan a su verdad (por ejemplo los asesinatos desde el poder de los adversarios políticos). Dispensa práctica, porque elimina el criterio de la eficacia y por tanto el concepto de fracaso (el objetivo de libertad, igualdad y fraternidad, trajo dictadura, desigualdad y fratricidio). Y por último dispensa moral, porque no ha de someterse al juicio que afecta los demás (mi violencia es buena, la del otro es mala). 

Gaziel fue un republicano moderado, un burgués liberal que defendió el federalismo toda su vida, especialmente los 16 años que dirigió La Vanguardia, hasta que en 1936 el diario fue tomado por un comité obrero y se tuvo que exiliar. En 1931, una semana después de la proclamación de la Segunda República, dejó escrito: “Una república es por esencia mucho más frágil que una monarquía, precisamente porque siendo la composición y el funcionamiento de aquélla mucho más democráticos, requieren una superior delicadeza y prontitud de acciones y reacciones en la sensibilidad pública. Si la ciudadanía deja a la naciente República española tan abandonada como dejó a la Monarquía que acaba de desaparecer, el nuevo régimen durará muchísimo menos que el antiguo, pero los trastornos que lo aniquilen habrán de ser mucho más graves que los de ahora”

Lo clavó, pero no han aprendido nada. En España la posibilidad de declararse republicano y de derechas es hoy una llamada al suicidio político. Por eso no puede triunfar la república de Iglesias, Rufián y Otegi. Fracasará por los mismos motivos que fracasó hace noventa años, porque trató de imponer un sistema que alejara para siempre del poder al adversario político a fuerza de exterminarlo, incluso físicamente. Es exactamente eso lo que promueven los totalitarismos y evitan las democracias, con reyes o sin ellos. 

Por eso, cuando leí esta semana a Armengol diciendo que la Segunda República “nos enseñó que la democracia es un tesoro a proteger” pensé que tuiteaba desde la puerta de un bar de copas, o de cualquier otro lugar propicio para la dispensa intelectual, práctica y moral. 

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