MALLORCA, ISLA LENTA

Croydon es uno de los suburbios más poblados al sur del gran Londres. Hoy es una amalgama étnica cuya convivencia es difícil de gestionar, pero a finales del siglo XIX albergaba una de las principales industrias automovilísticas del Reino Unido. En 1896 la señora Bridget Driscoll, una honrada ama de casa que vivía en el centro de la ciudad, bajó un bordillo y se convirtió en el primer peatón del mundo atropellado y muerto por un vehículo de motor.

Desde aquella fecha la estadística ha crecido descontrolada, así que no es difícil identificar el automóvil como el enemigo número uno del viandante. Y esto no solo ha sido consecuencia del avance tecnológico de las máquinas, cada vez más potentes y rápidas, sino de una revolución cultural que ha impuesto hasta la obsesión la idea del tiempo como un recurso finito, y que por tanto no conviene despilfarrar. Ahora bien, ¿cómo se gana el tiempo? ¿a qué precio se consigue disponer de él? Y sobre todo, ¿a qué dedicamos el tiempo que ahorramos? 

Carlo Petrini dijo “basta” el día que se topó con un McDonald’s junto a la escalinata de la Plaza de España en Roma. Fundó entonces el movimiento Slow Food, que ha sido el germen de una corriente cultural que se ha extendido con rapidez -tremenda paradoja- por todo el mundo. Slow Life, Slow Fashion, Slow Sex, Slow Reading, Slow Education, Slow Fishing… y así hasta llegar a las Slow Cities, enun avance imparable de un estilo de vida que los más osados, que suelen coincidir con los más ignorantes, querrían llevar hasta la Fórmula Uno, la MotoGP y los 100 metros lisos. Algunos de estos lumbreras parece que han elegido esta vía para convertir Mallorca en una isla lenta. 

Digo ignorantes porque según su fundador la filosofía de la lentitud se basa en el equilibrio: “si uno actúa o se mueve siempre con lentitud es un estúpido”, dice Petrini. El equilibrio, que tiene tanto que ver con el sentido común, implica actuar con celeridad cuando tiene sentido hacerlo, y moverse despacio cuando es conveniente. O sea, que el objetivo principal del movimiento Slow consiste en controlar los propios ritmos de vida, y no alcanzar ese sueño húmedo de la izquierda radical de destruir el sistema capitalista. En cuestiones ideológicas, la gente con menos luces se apunta a un bombardeo. 

Circular en coche a treinta por hora como máximo en una vía urbana, estrecha y que atraviesa una zona densamente poblada es una cuestión de sentido común. Por tanto, imponer ese limite de velocidad en ciertas calles de las ciudades es una medida equilibrada capaz de salvar decenas de vidas humanas cada año en nuestro país.

Esa limitación es de sentido común porque la mayoría de atropellos se producen por despistes, más de peatones que de conductores según las estadísticas, así que moderar la velocidad atenúa las consecuencias fatales de esos accidentes. A pesar de esta evidencia se permite la construcción de coches cada vez más rápidos, con motores silenciosos que se desplazan con suavidad con las marchas altas, y traquetean ahogados con las marchas bajas. Es un tipo de coherencia en la gestión pública similar al de esta Navidad: engalanamos las ciudades con luces para animar las calles y el consumo, y seguidamente pedimos al pueblo que se quede en casa porque hay un virus circulando entre los farolillos. 

Si de verdad aspiramos a una sociedad más civilizada, resulta conveniente no confundir al personal con normas absurdas. Ahora un par de genios han decidido que el límite máximo para circular con vehículos cada vez más inteligentes y seguros por una vía de tres carriles, sin una sola curva pronunciada, bien iluminada y sin accesos peatonales sea de ochenta kilómetros por hora. Es un intento, otro más, de cambiar los hábitos de la población por la vía de la coacción, como si la tropa no entendiera otro lenguaje que el del palo y tentetieso. 

En Mallorca no existen los desplazamientos largos. Quien no entienda esto es un paleto que no ha viajado fuera de la isla, al menos en coche. Por tanto el ahorro de tiempo entre circular a ochenta o a ciento veinte es mínimo en la gran mayoría de trayectos. Pero a nadie se le ocurre explicar esto en una campaña, para que el conductor decida no ir rápido y entienda que la lentitud es buena cuando al aplicarla se tiene la sensación de ganar el tiempo, no de perderlo. Como las excusas para correr son infinitas, la gente seguirá frenando al acercarse al radar, y acelerando al pasarlo. No saben que el coche que atropelló a la señora Driscoll en 1896 circulaba a cuatro kilómetros por hora. 

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