Un juez ha cerrado la instrucción de la pieza principal del caso Cursach, y ha abierto juicio oral contra cinco de los cien imputados en la causa matriz de esta investigación. Para el resto se ha sobreseído el caso, si bien es cierto que una parte de ellos serán juzgados por otras piezas en las que se desgajó esta macrocausa. Parece un hecho noticiable que tantos imputados en un caso judicial se vayan a ir a su casa sin reproche penal después de una investigación tan mediática y dilatada en el tiempo. Por tanto, desde un punto de vista periodístico se justifica el enfoque de la noticia que ayer hizo la subdirectora de este digital, que además hizo algo inaudito en la profesión: dedicó más de la mitad del cuerpo de la noticia a transcribir el nombre y los dos apellidos de todas las personas que NO van a ser juzgadas.
Cabían otros titulares que también leímos ayer. Serán juzgados por corrupción varios responsables de la Policía Local de Calviá por unos hechos ocurridos en 2013. Según el juez, estos agentes emplearon medios ilícitos para demostrar a determinados empresarios la capacidad que tenían para perjudicar sus negocios aun no habiendo cometido estos ningún acto reprobable. Lo llaman extorsión. En un sistema garantista como el nuestro, ser condenado en firme por hechos falsos resulta altamente improbable. No digo imposible, pero sí que las posibilidades son remotas. Otra cosa distinta es la calificación jurídica que merezcan unos hechos ciertos y probados. Pero destrozar un negocio, o una reputación, eso es algo mucho más fácil.
Resulta pertubador imaginar que alguien dispone del poder suficiente para intentar arruinarle la vida a otro que ni siquiera se ha acercado a la comisión de un delito. Según el juez de instrucción, a esto se dedicaban algunos policías en Calviá. Y según yo, a esto se han dedicado algunos periodistas con la anuencia del medio de comunicación que les paga el sueldo.
Si ustedes dedican un par de minutos a leer el listado de los imputados para los que se ha sobreseído el caso no encontrarán mi nombre. Si se interesaran por la larga nómina de testigos que han pasado por los juzgados para declarar durante la fase de instrucción tampoco me hallarán en ella. Pero si bucean en las redes sí localizarán una noticia en la que un testigo del caso Cursach me relacionaba con un político investigado y no se qué de una parada de taxis. Algunos ahora levantarán una ceja soprendidos, pero aquello fue suficiente para ser despedido de manera fulminante de un programa de IB3 Televisión por decisión de su director general, y para mantener una de las reuniones profesionales más bochornosas de mi vida con la directora del periódico en el que llevaba siete años escribiendo cada lunes.
Diario de Mallorca dio total credibilidad en ese momento a las palabras de un testigo que más tarde declaró que no había dicho eso, y cuestionó por completo la versión de uno de sus colaboradores en las páginas de opinión. Con el argumento de “no publicamos nada que no esté en el sumario”, la directora terminó por decirme -ante el asombro de un periodista honesto allí presente- que debía estar agradecido porque el periódico no había publicado mi foto. En aquella página aparecían las de Maria Antonia Munar y Rodrigo de Santos. Lo llaman periodismo.
No vivo de mis apariciones en televisión, ni de mis columnas de opinión. Ni entonces ni ahora. Lo mío es una batallita insignificante que interesará, si acaso, a una mínima parte del gremio periodístico. Por desgracia, otros llegaron a perder los empleos con los que se ganaban la vida, la salud e incluso la libertad, al menos de manera temporal. Más allá de mi anécdota, lo que asusta es comprobar la facilidad con la que en unas circunstancias concretas un resentido social, un envidioso, un desesperado o un pirado, sea camarero, fiscal o escriba a diario en un periódico, puede tener la posibilidad de triturar una reputación, de provocar la muerte civil de alguien, sin que sea posible una reparación posterior. La lección a aprender es clara: lo tenemos fácil para ensuciar tu nombre. Los profes eran los polis malos de Calvia, y los periodistas sin escrúpulos. A los primeros los juzgará un tribunal, a los segundos sus menguantes lectores.
Nada puedes esperar de un medio como Diario de Mallorca, que claramente se ha decantado por el feminismo más radical. Te sigo desde hace años y tus artículos de opinión son respetuosos y destilan libertad de expresión sin ofender. Por eso me ha parecido muy injusta tu eliminación de su plantilla, un perjuicio enorme para la credibilidad del periódico al que ya siempre leo con perspectiva de género negativa.
Se bien de lo que hablas cuando mencionas esta batallita nada desdeñable y las que libran otros periodistas serios y comprometidos. Yo mismo he sufrido el escarnio de la administración en manos de la Directora insular de Igualdad del Consell de Mallorca, Nina Parrón, quien puso una denuncia en la fiscalía contra mí por expresar mi opinión a través de una carta de lectores, publicada en prensa escrita, sobre un caso de violencia de género.
Sigue así, José Manuel, no te rindas. Los que te leemos agradecemos que seas sincero y honesto en tus opiniones, lo valoramos enormemente y creemos en tu compromiso con nosotros, tus fieles lectores.
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Gracias Jorge, y disculpa el retraso en contestar. se me pasó. Es curioso comprobar cómo en ocasiones coinciden en las mismas personas los «defensores de las libertades» con los censores más implacables. Un saludo y gracias por leerme
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