LA LECCIÓN DE JULIAN

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         Me dijo que le habían gustado algunas cosas que me acababa de escuchar. Le di las gracias, y le pregunté cuáles en concreto. Entonces se giró, vio la cola de gente esperando y contestó: te las contaré otro día, con más tiempo. Sonreí mientras le dedicaba el ejemplar y le dije que no hacía falta que leyera todos los artículos recopilados en mi libro, que los había de temas variados, y que si se aburría leyendo alguno lo dejara y pasara a otro. “Tranquilo, eso seguro”. La última lección de humildad me la dio el pasado viernes Julian, de once años, en la presentación en el Ilustre Colegio de Abogados de Palma de Columnata Abierta, una selección de mis columnas de opinión publicadas en Diario de Mallorca hasta el año pasado. 

        Hoy es Sant Jordi. Habrá gente en las calles comprando libros y rosas, algunos autores firmando ejemplares, y otras tantas personas del gremio alertando del descenso de la lectura entre los jóvenes. Todos sabemos que no es del todo cierto, que algunos chicos leen bastante, otra cosa es en qué formato lo hacen. Si incluimos el texto digital, hoy leemos más que nunca, jóvenes y adultos. Es fácil echarle la culpa a la abundancia de estímulos que compiten con la lectura. Cine, series de televisión, deportes, redes sociales, videojuegos… la oferta es tan variada que no hay horas suficientes para atender todas las propuestas. La ciencia explica cómo el cerebro humano tiende a la supervivencia física. Esto implica un ahorro de energía, que a su vez lleva a la comodidad mental. Ver una película consume menos azúcar -el combustible de las neuronas- que leer durante dos horas. A partir de ahí nos vemos obligados a construir una teoría que salve la lectura con la promesa de un hipotético vigor intelectual para el esforzado lector. Convertimos así los libros en las pesas del cerebro. Y luego nos quejamos porque la gente no lee, como si esa especie de sudor mental le tuviera que gustar a todo el mundo. 

        Es paradójica toda esta presión en favor de la lectura. Leer es sexy. Leer te hace mejor persona. Leer te transforma. Leer te hace crecer. Todo esto es cierto, o no, como luego veremos. Mientras tanto, fomentamos un modelo de educación utilitarista en el que las Humanidades en general y la Filosofía en particular van perdiendo importancia en los planes de estudio. No sirven para nada, dicen. Mikitta Brottman, psicoanalista y doctora en Lengua y Literatura inglesa por la Universidad de Oxford escribió hace años Contra la lectura, un libro maravilloso cuyo título original fue The Solitary Vice, y por ahí ya vamos entendiendo algo. Entre otras ideas, Brottman explica que la lectura en abstracto es una actividad que se opone al modelo de consumo capitalista: no produce nada, no genera dinero por sí misma, no nos pone en forma física, no adelgaza, ni nos hace ser más rápidos, ni más fuertes. Obviamente, el libro de Brottman no es una cruzada contra la lectura, sino todo lo contrario. Lo que rechaza la autora son las mentiras y exageraciones, la fe ilimitada en los poderes de una actividad que en los últimos años parece una imposición social, como la de parecer jóvenes, delgados y guapos. 

           Desmitificar la lectura quizá sea el primer paso para popularizarla. El elitismo mal entendido espanta a un lector potencial que piensa que va a quedar como un tonto, que no llegará ni a rozar el listón de los listos, esos que leen autores de apellidos imposibles por desconocidos, minoritarios o de obra inextricable. Si se juzgara menos a la gente que no lee, o que lee poco, quizá otros no se sentirían en la obligación de decir que han leído completo el Ulyses de Joyce, o el Moby Dick de Melville. Yo no he acabado ninguno de los dos y aquí estoy, perpetrando un artículo más en un periódico respetable, en un periodo de mi vida en el que solo leo lo que me gusta, trabajo aparte. Nadie debería sentirse culpable por abandonar una novela en el segundo capítulo. Un libro es como el vino: es bueno el que te gusta. El problema no es la lectura, sino los libros escogidos. El proceso de formación de un lector equilibrado y exigente no es único. No existe una fórmula universal, pero en cualquier caso pasa por hacer de la lectura un acto más amable y menos obligatorio, más ligero y menos solemne. 

           El viernes pasado mi editor y compañero de estas páginas de opinión, Román Piña, comenzó la presentación de Columnata Abierta riéndose de mi, y haciendo reír al público. Empezó con mis chaquetas, siguió con mis hoyuelos, y terminó afirmando que una voz como la mía podría doblar al fallecido Morgan Freeman y a otros actores, incluso actrices, de Hollywood. En ese momento, en mitad de las carcajadas, recordé a varias personas queridas que me habían excusado su presencia en el acto, algo avergonzadas, porque no estaban acostumbradas a asistir a presentaciones de libros ni a frecuentar un ambiente “intelectual”. Fue el único segundo de tristeza que sentí en una tarde llena de emociones. Estoy en contra del onanismo columnista, del autobombo en forma de masturbación periodístico-literaria, pero no reconocer aquí mi asombro ante la presencia de casi doscientas personas en un acto benéfico-cultural supondría dar a entender que esperaba esa asistencia multitudinaria. Y no es así. He necesitado el fin de semana para ir saliendo de mi asombro, y quiero dedicar las últimas líneas de este artículo a agradecer el apoyo de lectores y amigos que quisieron acompañarme no solo el viernes, sino tantos lunes en este viaje semanal. Por si esto fuera poco, tuvieron la generosidad de agotar todos los ejemplares puestos a la venta ese día a beneficio de la Fundación Campaner. Si imaginaba en mi interior un acto cercano y emotivo, alejado de la pomposidad y la hoguera de las vanidades periodísticas, no podía haber salido mejor. Con la humildad aprendida de la lección de Julian -si me aburro no te leo- les doy las gracias de corazón. 

4 Comments

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  1. Estimado José Manuel,

    Enhorabuena por tu libro, me hubiera encantado estar en la presentación, pero no me enteré del evento. En otra ocasión será.
    Si bien, me hizo sonreír la noticia de la publicación porque no hacía mucho pensé… «debería publicar un libro con los artículos…», y al poco leí la noticia 🙂

    También quería decirte que es un placer volver a leerte después de un tiempo de silencio, y que, haciendo uso de la sinceridad y apertura que demostró Julián, te comento que en mi caso , aunque el contenido de los artículos no siempre se ajustan a mi interés, abro los mails teniendo la certeza que siempre habrá algún párrafo, frase o incluso una sola palabra de tu reflexión personal que me aportará y enriquecerá.

    Por ello, mil gracias .
    Un abrazo.
    Pilar

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  2. Gracias a ti, Pilar, por la fidelidad, y sobre todo por la sinceridad. Creo que te envié un WhatsApp, pero has debido cambiar de teléfono.

    Un abrazo

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  3. Hola José Manuel,

    Me parece que hay lío de «Pilares» porque seguro que no tienes mi teléfono :), pero se agradece igualmente la intención. Si volvemos a coincidir algún día me vuelvo a presentar, me pones cara y si se tercia me firmas el libro 🙂

    Mil gracias por todo.
    Un abrazo
    Pilar

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