LA SEÑORA DE LAS PERLAS

joven perla

       Todo comenzó hace cien años, una tarde de abril de 1917. Tres hombres jóvenes caminan por la Quinta Avenida hacia el sur de Manhattan. Se detienen en el 118, el local de J. L. Mott que almacena todo tipo de objetos de fontanería. El más alto y delgado del trío, francés, elige el urinario de pared más corriente que encuentra porque cumple la única condición requerida: una parte trasera lisa que permita el equilibrio en el suelo de su estudio, sin colgar la pieza. Marcel Duchamp titula la ocurrencia Fuente, y lo firma bajo el seudónimo R. Mutt. Es un juego de palabras entre el nombre de la tienda donde había comprado el meadero y el personaje de una tira cómica de la época, avaro, timador y obsesionado con enriquecerse rápidamente. La R inicial se atribuye a una abreviatura de Richard, que en francés coloquial se emplea para referirse a un ricachón. Duchamp se mofaba así de los especuladores y críticos pomposos que decidían qué era y qué no era arte. El arte era la idea, no el objeto, y eso lo decidía el artista. Acababa de nacer el arte conceptual.

       Un siglo más tarde la broma de Duchamp perdura con más vigor que nunca. Sin embargo, al contemplar arte moderno, no es fácil gritar tan a menudo como lo pensamos que el rey va desnudo. Hay cientos de ejemplos de artistas que fueron desconocidos en vida de cuya genialidad nadie duda hoy. Uno de ellos es Johannes Vermeer, el pintor holandés del siglo XVII que murió arruinado a los 43 años dejando viuda y once hijos. La joven de la perla es su obra más famosa, y estos días está siendo analizada con tecnologías de vanguardia en la galería Mauritshuis de La Haya. Expertos de varios países tratan de averiguar algo más sobre los orígenes y la técnica creativa de uno de los cuadros más misteriosos de la Historia. Su última restauración se produjo en 1994, cuando se logró eliminar el horrendo barniz ocre que ocultaba parte de su encanto. Pero el milagro se produjo al descubrir una gota de pintura oscura sobre el pendiente de la joven. Era un error demasiado obvio para un pintor tan sutil como Vermeer, así que la mácula tenía que haber caído desde otra parte del lienzo, quizá en una restauración anterior poco cuidadosa. Al retirar el minúsculo pegote sobrante, cambió por completo la manera de mirar la obra. La perla se convertía en el punto de entrada al cuadro, y explicaba el magnetismo del retrato de Vermeer. Un pequeño detalle termina por revelar el conjunto.

           Ha cerrado ARCO 2018, y parece que los galeristas se han ido contentos. La feria de arte de Madrid ha perdido en los últimos años casi la mitad de sus visitantes, pero el negocio marcha bien. La masificación era incompatible con el sosiego que requiere una inversión de cierta envergadura, así que los profesionales no se quejan. Tampoco han levantado demasiado la voz ante la majadería que protagonizó el director de IFEMA al solicitar a una galería la retirada de una serie de fotografías titulada Presos Políticos. El autor decidió que unos caretos pixelados eran una obra de arte. Como Duchamp, pero en plan cutre. Alguien estuvo de acuerdo con el artista y pagó por ellos 80.000 euros. Contento el genio creador, contento el comprador, y contenta la propietaria de la galería, que llevaba esa pieza a la feria precisamente para eso, para venderla, aunque decidiera descolgarla cuando ya había sido filmada el día anterior en sus paredes por todos los medios de comunicación acreditados en ARCO.

          En el mercado del arte, lo normal es que el espectáculo vaya por un lado y el negocio por otro. En este gremio, los profesionales quieren obras que impacten, no que distraigan. La polémica alimenta de contenidos a los periodistas, pero no las cuentas de marchantes y galeristas. Huyen de una controversia que casa mal con la discreción de una mayoría de filántropos, o al menos de los más importantes. A esta categoría pertenece la multimillonaria Ella Fontanals-Cisneros, la mayor coleccionista de arte contemporáneo latinoamericano, que ha sido noticia en ARCO por la firma de un preacuerdo con el Ministerio de Cultura para donar parte de sus 3200 obras, que serán expuestas en el antiguo edificio de Tabacalera en Madrid. El acuerdo ha sido impulsado también desde el Ayuntamiento de la capital. Sus colecciones ya han protagonizado exposiciones temporales en la Tate Modern de Londres, el MOMA neoyorkino o el Museo Reina Sofía.

         Por mucho que les moleste a los profesionales del rencor social, los grandes mecenas de la cultura no necesitan ir pregonando a los cuatro vientos sus éxitos, ni tampoco sus fracasos. Quizá por ello no hayamos conocido que entre los primeros destinos que manejó la Fundación de Arte Cisneros Fontanals para trasladar su inmensa colección desde Miami no estaba Madrid, sino Mallorca. Sus gestores se interesaron hace meses por dos edificios en Palma para ubicar su espacio expositivo, el de GESA y el de La Misericordia. Las cifras mareantes de esta fundación alcanzan también a las becas para jóvenes artistas locales. Las primeras tomas de contacto despejaron cualquier duda en los emisarios, porque la respuesta que exhalaron al unísono nuestras autoridades fue lo más parecido a una ola de frío siberiano. A partir de ese momento los representantes de Fontanals-Cisneros se dirigieron al cálido Madrid, desde donde dice nuestra Presidenta Armengol que “soplan vientos de recentralización”. En realidad, lo que se percibe aquí es un vendaval de obstáculos de entrada, por ejemplo a través de la lengua, a costa de perjudicar un servicio público esencial como es el de la sanidad. Pero también resistencias de salida, con nuestros estudiantes con peor nota media que los de otras comunidades, y por tanto con menos oportunidades para obtener plaza en universidades de la península. A mi me parece que, como en los cuadros de Vermeer, el pequeño detalle del gélido recibimiento a la señora de las perlas termina por revelar el conjunto de una sociedad cada día más aldeana y cerrada por culpa de unos gobernantes obsesionados con levantar barreras, y no solo a los coches diésel.

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