Estoy sopesando mi defenestración de esta página, pero al estilo hotelero. Eso supondría que la dirección de este periódico decidiera prescindir de mi colaboración semanal, y al día siguiente yo comenzara a publicar en The New York Times, a 1000 dólares la columna. Inma Benito ha cesado como Presidenta ejecutiva de la Federación Hotelera de Mallorca, pero hay quien filtra que en realidad se trata de un despido encubierto, sin indemnización, y por la puerta de atrás. Esto es comprensible, porque el cargo que deja no es precisamente para batir el récord mundial de amistades, ni siquiera entre los suyos, pero cabe exigir algo más de coherencia a la hora de criticar a Benito. Se la cargan por culpa de un convenio colectivo, que dos semanas después de saltar la noticia del relevo es firmado prácticamente en los mismos términos que estaban pactados. Resulta conveniente que las fobias personales entre hoteleros no afecten al rigor de la filtración, que incluyó duplicar de un plumazo el sueldo real de la Presidenta de la FEHM.
Esta vez no me puedo resistir a la autocita. El 19 de Diciembre de 2016 lo leyeron en esta página. Si no eran idiotas los hoteleros iban a firmar unas subidas salariales históricas con varios meses de antelación a la expiración del vigente acuerdo. En aquel momento sólo uno de los grandes no lo veía claro, pero terminó por darse cuenta que el tiempo corría en su contra, porque cada día que pasaba quedaba uno menos para la convocatoria de una huelga durísima. Como cada negociación, cierto, pero esta vez no habría una sola excusa que oponer. Los hoteleros se iban a encontrar completamente solos en esa guerra, con el Govern y toda la opinión pública de parte de los sindicatos. Hay que saber elegir las batallas que se pueden dar. Era de cajón, pero entonces surgieron las discrepancias internas dentro de la Federación Hotelera.
El convenio de hostelería, tal y como está planteado en Balears, es una cajón de sastre en el que cabe casi de todo, y obliga a empresas cuyos modelos de negocio tienen poco que ver entre sí. Se pactan las mismas condiciones para los trabajadores de una cadena hotelera que gestiona 20.000 camas en Mallorca que para el empleado de un agroturismo con seis habitaciones. Es más, el acuerdo también afecta al camarero de un bar en Pina. Algo difícil de entender. Como es lógico, y mientras el colectivo de restauración y otros no consigan descolgarse, ese acuerdo obliga a todos por una cuestión de volumen y mayorías. Y aquí llega la traca final, porque de esta fractura del sector también son responsables los grandes hoteleros. Culpables por no repartir de manera más justa sus beneficios, y también culpables por hacerlo. Hace unos meses uno de estos big four escuchaba mi opinión sobre la negociación, y las repercusiones sobre la imagen de sus empresas. Al final de la conversación dijo algo que me molestó porque sentí que menospreciaba una parte del análisis que le había expuesto sobre reputación empresarial y sostenibilidad social de un modelo económico basado en el turismo. Sonrió con amabilidad y concluyó: “lo has explicado muy bien, pero pactaremos una subida de sueldos espectacular y también encontrarán la manera de criticarnos”. Entonces me sonó cínico. Hoy reconozco que tenía toda la razón.
Pero seamos optimistas. Este convenio recién firmado marca el comienzo de una nueva era, más justa, luminosa y feliz para el resto de los trabajadores. Sometido el gran maligno hotelero, enderezar otros sectores debería ser más sencillo. Los sueldos de la hostelería no se han visto rebajados ni en los peores momentos de la crisis salvaje que nos azotó hace años. A pesar de ello van a subir un 17% los próximos cuatro años. No sucedió lo mismo en otros gremios, como por el ejemplo el de los periodistas, que en muchos casos vieron sus nóminas recortadas entre un 15 y un 30% de un día para otro. Ahora que Francina Armengol puede ir desmontando redacciones a golpe de talonario, entendemos que habrá incrementado también su capacidad de gasto en publicidad institucional. Esto, unido a la mejora general de la economía, entiendo que va a permitir como mínimo recuperar el poder adquisitivo de muchos profesionales de la comunicación con titulación universitaria, que en demasiados casos ganan menos que un camarero. Y por supuesto, el verano que viene dejaremos de ver en las redacciones becarios haciendo gratis el trabajo de los compañeros que están de vacaciones.
Haber podido doblar el espinazo de los grandes hoteleros debería abrir el camino para acabar con las kellys del periodismo, pero también de los bufetes de abogados, del sistema sanitario o del transporte aéreo. Personalmente, las nóminas de un redactor, de un joven pasante, de un médico de urgencias o de un auxiliar de vuelos low cost me provocan más vergüenza que la de un recepcionista. Pero ya digo que la derrota salarial del Belcebú hotelero seguro que abre un nuevo tiempo marcado por la justicia social y la desaparición de unas formas modernas de explotación laboral menos conocidas que las de algunas camareras de piso, pero igual de sangrantes.
Deja una respuesta