Spotlight fue la sorpresa en la última gala de los Oscar. Es una gran película que reivindica el papel fundamental del periodismo frente al poder. El guión, que también fue premiado, está basado en hechos reales protagonizados por un equipo de investigación del Boston Globe en el año 2002. Un reducido grupo de profesionales del periódico destaparon uno de los mayores casos de abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia Católica. El relato es minucioso, a ratos desgarrador, y describe a la perfección las rocosas resistencias que tuvieron que vencer para llegar al meollo del asunto: no se trataba de casos aislados, sino de una trama criminal que contaba con la complicidad encubridora de la jerarquía eclesiástica. Esas presiones para tapar, o al menos poner sordina al escándalo, tenían diferentes orígenes, y ponen de manifiesto lo complicado que es el oficio de contar ciertas cosas, caiga quien caiga.
Uno de los aspectos que me gustaron de la película es que huye de una exposición maniquea de la historia, y la propia profesión periodística recibe su ración de crítica despiadada. Las oposiciones a publicar toda la verdad también existieron en el seno de la redacción del Boston Globe. Hubo recelos para tirar del hilo por el peso del catolicismo en la ciudad, por el temor a la reacción de los lectores, y por la natural tendencia del ser humano, incluidos los periodistas, a salvar cada uno su propio culo. Y no sólo eso: también existió una negligencia previa, el error al valorar una información, la pereza de un redactor local, el peso aplastante de la conciencia al descubrir la magnitud de las consecuencias, y la vergüenza al comprobar el número de dramas humanos que se podían haber evitado. El abogado encubridor, avergonzado de su trabajo, le pregunta al jefe de la unidad de investigación: ¿y dónde estabas tú cuando sucedía todo esto?
Hasta aquí los hechos reales que narra la película. Vamos con lo que no se cuenta en el cine. En términos generales, hay estudios que sitúan el coste de un periodista de investigación para un medio de comunicación por encima de los 250.000 dólares anuales. Los ocho meses dedicados a la investigación del equipo de reporteros del Boston Globe le costaron a su empresa editora, The New York Times Company, alrededor de un millón de dólares. Esta cifra no incluye los gastos generados para poder personarse en los procesos judiciales. Como todo el mundo sabe, los abogados en Estados Unidos no constituyen precisamente un gremio barato. Lo que es más difícil de cuantificar es la trascendencia en términos de higiene moral que la publicación de toda aquella inmundicia tuvo para la ciudad de Boston, para el clero norteamericano y, sobre todo, para las decisiones a partir de entonces de la curia vaticana ante los nuevos casos de abusos sexuales que iban saltando por todo el mundo. En cualquier caso, hubo un antes y un después. El actual Arzobispo de Boston acaba de agradecer la labor de aquellos periodistas, y también el recordatorio de la película, por levantar aquel velo ignominioso que cubría, no sólo su archidiócesis, sino la ciudad entera.
A partir de aquel hito del periodismo en estado puro sólo cabía imaginar a los civilizados bostonianos reconociendo la labor del periódico más importante de su ciudad y uno de lo más influyentes del país, ensalzando los logros de un medio de comunicación centenario, y apoyando su estabilidad financiera gracias al incremento de suscriptores, por ejemplo. Pero pocos años después la propiedad del rotativo anunciaba su cierre si no conseguían reducir en 20 millones de dólares sus costes anuales. Y llegaron los despidos, los recortes y la pérdida de calidad en la información. Hoy el Boston Globe estaría cerrado de no ser por la aparición del millonario John Henry, empresario e inversor norteamericano, propietario del equipo de beisbol de la ciudad, los Red Sox, y también del Liverpool Football Club. Henry compró el periódico en 2013 por la mísera cantidad de 70 millones de dólares.
Muchos de estos datos aparecen en un ensayo publicado recientemente en España. Julia Cagé explica en “Salvar los medios de comunicación” (Editorial Anagrama) las razones del ocaso del periodismo independiente, que lleva a una creciente confusión entre información y entretenimiento. Y demuestra con cifras que el principal motivo de la actual crisis de los medios no está en la caída de los ingresos por publicidad, que se remonta a 1950, sino en la enorme dificultad para monetizar los usuarios digitales. Es decir, conseguir que los lectores vuelvan a pagar por algo que es muy costoso de producir. El periodismo de calidad forma parte de la economía del conocimiento, como la cultura, la educación superior o la investigación científica. Por eso tantas alabanzas a Spotlight me dejan un sabor amargo, un regusto a hipocresía social de los que consideran hoy en día un disparate pagar un euro por un periódico. Y te lo cuentan sonriendo con un gintonic de doce euros en la mano.
Brillante amigo. Como siempre. Pero ten en cuenta que hablas de los USA, que son otro mundo en lo que se refiere a prensa independiente. En nuestra tierra, los medios de comunicación no funcionan como el Boston Globe, y llevan muchos años acostumbrados a vivir de la sopa boba de las subvenciones del poder. Por eso sólo investigan o critican a quienes no les pagan. A los que pagan, ojos y boca cerrada. Así de crudo. Pues que les vaya bonito……
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En el ensayo de Julia Cagé también se habla del tema de las subvenciones públicas y, aunque no cita el caso de España, en general su peso sobre los ingresos de los medios es menor del que se cree. Pero tienes razón que este es otro de los problemas para garantizar la independencia de los medios. En cualquier caso, Alvaro, coincidirás conmigo en la necesidad de un periodismo potente que actúe como freno del poder. Eso es así en todos los países libres y desarrollados. Un abrazo
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Es imprescindible!!!!! Lástima que en España, donde tanta falta hace, casi no exista….
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Es imprescindible!!!! Lástima que en España, donde tanta falta hace, casi no exista…..
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Brillante!!!
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Gracias Carles
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Joder, se me había pasado. Menos mal que los cuelgas. Qué grandísimo artículo, amigo. Pagaría por él. Te debo un gintonic.
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Gracias maestro. Nos tomamos dos cada uno, y así en paz 🙂
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