ENSEÑAR LOS MELOCOTONES

Naomi Klein es una periodista canadiense de gran influencia en la izquierda democrática. Su libro No Logo la convirtió en un icono de los movimientos antiglobalización por su crítica despiadada a la dictadura del capitalismo a través de una creación perversa: el concepto de marca. Entre otras cosas, para Klein las marcas son un instrumento de manipulación de los pueblos, y un mecanismo de control de la información y el conocimiento a través de su presencia masiva en los medios de comunicación. Ahora Pablo Iglesias ha declarado que Podemos es una marca de mucho valor, y que tienen que protegerla para que no se les desgaste. Uno ya no sabe dónde agarrarse ante tanta zozobra conceptual. La construcción de una marca poderosa es un camino largo y complejo que no admite atajos. Este proceso, branding lo llaman los expertos, ha evolucionado en las últimas décadas. Primero la marca fue un producto, un bien tangible que respondía a las necesidades del consumidor. Más tarde, en la década de los setenta, la marca se asoció a una personalidad, que venía determinada por una cultura corporativa. Hoy, una marca es una creencia, una visión, unos valores que conforman una manera de pensar la sociedad. Y aquí ya nos encaja un partido político, o algo que se le parezca. Digo esto último porque Podemos no quiere ser un partido político. No hace otra cosa que seguir las enseñanzas del consultor de marketing y catedrático de la Universidad de Berkeley, David A. Aaker, que afirma lo siguiente: “las marcas que logren crear y dirigir nuevas categorías haciendo que sus competidores sean irrelevantes, prosperarán”. Queda claro: por un lado, Podemos; todo lo demás es la casta. Aaker es un reputado consultor de grandes empresas en Estados Unidos, Europa y Japón, pero eso no impide que los dirigentes de un movimiento antisistema sigan sus enseñanzas como si fueran las de Hugo Chávez. Esta construcción mental tan excluyente y fácil de asimilar es la que permite establecer de inmediato una idea asociada: si criticas a Podemos, defiendes a la casta. Y si lo haces, sólo puedes tener dos motivos: el interés en que no haya cambios, o el miedo. Esto último es más disculpable, y por eso sus dirigentes se aplican en no espantar al potencial consumidor de su marca, también denominado votante. Resulta esclarecedor comprobar el debate no resuelto sobre la ideología política de Podemos. Acudes a Wikipedia y aparece, por este orden: igualitarismo, populismo, democracia participativa y republicanismo. Nada de comunismo, por ejemplo, para no acojonar. Es necesario esta sopa terminológica, como una tinta de calamar, porque Podemos no se presenta como un producto convencional que se pueda encasillar políticamente, sino como una categoría nueva, como lo fue en su origen la Coca-Cola. Si Pablo Iglesias ha declarado que tiene la obligación de proteger el valor de la marca Podemos hasta las elecciones generales, se entiende que nos autoriza a analizar esa marca sin convertirnos en cómplices de la corrupción. Hoy una marca es un bien intangible, inmaterial, gobernado por leyes psíquicas, capaz de generar vínculos emocionales con sus usuarios. La marca Podemos, como cualquier otra marca de éxito, es un transmisor de significados, pocos pero repetidos machaconamente en tertulias y redes sociales. Sus seguidores se convierten así en portadores de elementos simbólicos asociados al cambio, la igualdad, la lucha contra la corrupción, etc. Se establece así un contrato de confianza mutua entre la marca y los usuarios. Pero a la hora de testar el producto en unas elecciones municipales, Pablo Iglesias no se fía ni de los usuarios ni de los trabajadores de su fábrica, no sea que le suceda lo que a los demás partidos políticos y se le cuele algún golfo en la listas. Por eso decide retrasar la salida al mercado de su producto, para que la gente no establezca falsas comparaciones. Podemos es una categoría nueva y distinta, que no se puede exponer al desgaste de unos comicios locales, como el resto de formaciones políticas, porque está llamada a transformar un país desde las más altas instituciones del Estado. Este planteamiento es legítimo, pero por mucho que se enrolle Pablo Iglesias en la tele, supone un completo fraude a sus bases exponerlo a estas alturas de su aventura hacia el poder, y resulta totalmente incompatible con los principios de un movimiento popular que se ordena por definición de abajo hacia arriba. Pablo Iglesias pide a sus seguidores decepcionados que confíen en él, pero en una ocasión un profesor preguntó a un alumno:

-¿Qué es la fe?

-Creer en lo que no se ve.

-Póngame un ejemplo.

-Melocotones en bote.

Pablo Iglesias no quiere enseñar los melocotones para que su marca siga gobernada exclusivamente por leyes psíquicas en un mercado electoral de ilusiones, con millones de ciudadanos que no llegan a fin de mes, y otros tantos cabreados ante tanta corrupción. Sabe también que eso es un atajo, un truco insostenible en el tiempo, y por eso reconoce con sinceridad que no tendrán otra oportunidad de gobierno más allá de las próximas elecciones generales, cuando ya se le hayan visto los melocotones. Suena a rédito inmediato, de capitalista salvaje, y muy poco bolivariano.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: