LA CURVA

El cáncer pasará, pero los accidentes de tráfico llegaron para quedarse. En cincuenta años no quedará célula asesina que se resista a la ciencia, pero ni los avances en la seguridad de los coches, ni los controles policiales, ni las campañas de la Dirección General de Tráfico bastarán para frenar la hemorragia anual de víctimas en las carreteras. O en las aceras. La dictadura de la estadística impone que como mínimo cada cierto tiempo te roza un accidente: un familiar, un amigo, un punto kilométrico o una calle que transitas a diario. Hace unos años ocurrió algo que aún me estremece al recordarlo. Colisionaron tres vehículos en la vía de cintura de Palma, y yo conocía a los tres conductores.

El resultado fueron dos muertos, una persona en coma y dos familias destrozadas. Uno de los coches atravesó la mediana, impactó lateralmente con otro que venía en dirección contraria y su parte delantera terminó entrando por el parabrisas de un tercer vehículo. Era un domingo por la mañana. El joven responsable de aquel desastre volvía de uno de los afters que estaban de moda por entonces en el polígono industrial de Marratxí. Imagino que se le cerraron los ojos un par de segundos, y la vida de otros cambió para siempre. La cuestión es que una pésima instrucción de la investigación de aquel accidente, errores formales en la obtención de las pruebas in situ, y alguna otra circunstancia inexplicable permitieron al kamikaze eludir cualquier responsabilidad. Esto es tremendo, pero puede ocurrir. Muchos teníamos una idea bastante exacta de lo que había sucedido, pero no se pudo demostrar ante un tribunal. Recuerdo haber hecho comentarios duros sobre aquel irresponsable a algunos conocidos que teníamos en común, y que esos comentarios le llegaron, como era mi intención. Unos meses después me lo crucé, y jamás olvidaré su mirada desafiante y aquella sonrisa torcida en su cara bonita: jódete, aquí estoy, y no me ha pasado nada.

Se ha cumplido un año del accidente del Alvia en la curva de Angrois, en Galicia, y en esta misma página escribí por entonces un elogio del maquinista. Fue uno de esos artículos que no sabes cómo resistirá el paso del tiempo, si cambian las personas o sus palabras, pero hoy repetiría cada coma del mismo. Sólo mostraba entonces mi respeto ante un hombre destrozado, que pedía perdón y, sobre todo, asumía su responsabilidad. Aún en estado de shock, el juez le interrogó sobre los sistemas de seguridad del tren, los avisos, las señales, las circunstancias del accidente… Con posterioridad llegaron las citaciones a los políticos, a los directivos de RENFE, a los técnicos, a los expertos… Pero antes de todo eso el maquinista ya le había dicho a su señoría que sí, que le entendía y que todo eso estaba muy bien, pero que la cosa sólo era que él tenía que ir más despacio, que se equivocó. Ahora se ha dirigido por carta a los familiares de las víctimas para decirles que no sabe cómo pedirles perdón, que le da miedo decir nada por si hace más daño, que le gustaría poder ayudar en algo, pero no sabe cómo. Es un hombre paralizado, aplastado por el peso de su culpa moral, la jurídica ya se verá cuando haya sentencia. No se le puede desear nada malo a un hombre al que ya le ha sucedido algo monstruoso, que además le acompañará hasta el día de su muerte. Es muy cierto que hay personas que dificultan el sentimiento de compasión, pero otras lo facilitan.

Y ahora otra curva. Constituye una extraña paradoja que el genio del cubismo, Picasso, dé nombre a la avenida más sinuosa de Palma. Yo la he subido y bajado de lunes a viernes, día sí y día no, por la mañana y por la tarde, durante seis largos años. La mitad de las veces solo, y la otra mitad con una personita colgando de mi mano que iba o venía de su colegio. Seis años en los que fue cambiando la altura, los peinados y el largo de la falda del uniforme de mi acompañante. Hasta que finalmente cambió también la puerta de entrada a sus clases, y yo dejé de recorrer caminando aquella curva. Ahora recuerdo que mientras lo hacía, de manera instintiva, situaba a mi hija en la parte interior de la acera.

Y también pensaba que era una suerte que hubiera en aquella zona un bordillo tan alto, por si algún conductor se despistaba bajando con su coche. Ahora uno de ellos ha arrollado por la espalda a ochenta por hora a una mujer que corría por allí, con sus cascos y sus pensamientos, pero este otro desgraciado no merece tanto respeto. La fatalidad no es una opción, la cobardía sí lo es. Dio positivo en el control de alcoholemia a las ocho y media de la tarde, pero declaró que sólo había bebido un par de cervezas en la comida. Dio positivo también en el test de drogas, pero dijo que eran restos de consumos del día anterior. La policía comprobó que utilizaba el teléfono móvil mientras conducía, pero él lo negó. A este valiente no lo conozco, así que al menos no tendré que soportar una sonrisa socarrona cuando un juez lo ponga en libertad.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: