LAS MEMORIAS DE SUAREZ

Hablábamos la semana pasada de la maestría requerida para tejer ficción y realidad en la escritura sin que se note. Desde ese punto de vista, La gran desmemoria de Pilar Urbano es un libro repleto de costurones y zurcidos que no resiste dos estirones porque se rasga. Uno accede a los diálogos textuales de dos personajes reales como si estuviera sentado entre ellos, y aquello chirría sin remedio. Se escucha el pensamiento silente de un hombre solo frente a un urinario, y dan ganas de abandonar para siempre la lectura del tocho. La cuestión es que la autora no pretende desfilar con ese ladrillo bajo el brazo por ninguna pasarela literaria, ni aspira al premio Cervantes de las Letras. Pilar Urbano es una señora mayor que lleva cuarenta años hablando con personas poderosas e influyentes. De algunas de esas conversaciones fue testigo una grabadora encendida. Y en todas las demás, la mayoría, la periodista salió corriendo para tomar notas y no perder los detalles. Y son precisamente esos detalles los que permiten despejar la bruma del olvido hasta construir un relato coherente y documentado. A partir de ahí, es preferible analizar su libro en un contexto onírico y metaliterario para evitar así el suicidio o el exilio del lector que termina de constatar el país en el que vive.

Urbano compone un puzzle en el que se notan las fisuras entre las piezas, pero la imagen final que refleja es plausible y congruente, y encaja punto por punto con el radio macuto de las últimas tres décadas. Todos los nombres importantes que aparecen habían sonado con anterioridad, pero la periodista aporta datos contrastados e incontestables. En el fondo, creo que lo hace de una manera novelesca para dejar un resquicio a la duda de los que prefieren desacreditar el relato porque la autora es del Opus Dei, viste faldas horripilantes o luce un peinado imposible en estos tiempos. Todo muy riguroso. El problema estriba en que los críticos del libro también deberían explicar cómo dos de los generales más monárquicos del siglo XX se podrían atrever a montar un contubernio de aquellas dimensiones a espaldas del Rey. Deberían aclarar cómo Enrique Múgica se puede embarcar en un proyecto de gobierno de concentración sin comentar nada a la gran esperanza blanca del socialismo europeo en los ochenta, un joven arrebatador aupado por los grandes popes de la izquierda europea, nuestro primer Obama, Felipe González. Nos tendrían que subtitular aquel diálogo en los pasillos del Congreso de los Diputados entre Miguel Herrero de Miñón y Alfonso Guerra en el voto de censura de Suárez (¿tú también, Miguel?). Y luego están todos aquellos apellidos de rancio abolengo, compañeros de negocios y cacerías, para terminar de componer un gobierno tripartito: militares, políticos y amigos del Rey.

El aparato mediático puesto en marcha para apagar el fuego ha sido estruendoso, pero el resultado ha sonado mucho más verbenero que sinfónico. Los petardazos contra la autora y el editor han hecho ruido, pero no han disipado ni una sola duda. A la vista de las reacciones de la Casa Real, parece que José Manuel Lara ha confesado a sus íntimos que está arrepentido de haber publicado el libro, y admite haberse equivocado porque no calculó bien las consecuencias. Esta filtración es mucho más difícil de creer que la hipótesis del general Armada conspirando contra la monarquía. Junto con el Jefe del Estado, el presidente de la editorial Planeta es quizá la persona viva y no condenada por los sucesos del 23F que más información tiene sobre lo que sucedió aquellos días.

Adolfo Suárez dejó escritas sus memorias a finales de los años ochenta, cuando el mal de Alzheimer ni siquiera había asomado por su cerebro. Al parecer esos folios podrían reposar en una caja de seguridad en Suiza. Algo interesante debe contener aquel manuscrito para que el editor más influyente de este país pagara por él quinientos millones de pesetas de las de entonces, una cantidad exorbitante para la época. Con ese dinero el expresidente compró su casa mallorquina en Son Vida, cumpliendo los deseos de su mujer, ya enferma. Que ese libro no haya visto aún la luz puede deberse a dos motivos, no necesariamente excluyentes: que su publicación esté condicionada a la muerte de uno o varios de sus principales protagonistas, o que el material que contiene sea tan inflamable que no existan mangueras suficientes en España para controlar el incendio subsiguiente. En cualquier caso, lo que resulta absurdo es pensar que una inteligencia como la de Lara cometería el error de publicar el libro de Pilar Urbano sabiendo que contradice gravemente la versión de Suárez, porque eso supondría saltar sin red sobre un foso de leones.

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