Hace unos años asistí a un partido de fútbol del Liverpool en su mítico campo de Anfield. Me acompañaban una pareja de amigos. Ella no había estado nunca en un estadio. En realidad creo que no había visto un partido ni por televisión, porque en el descanso escuché cómo le preguntaba a su novio si la segunda parte duraba lo mismo que la primera. Pero antes de eso había sucedido algo. Al inicio del partido, cuarenta y cinco mil individuos cantaban el legendario himno del club. Parecía que habían preparado el escenario para la ocasión, porque hacía un frío de mil demonios, llovía a cántaros y soplaba un aire a ráfagas que te cortaba la cara. Y miles de gargantas entonaban aquello de Walk on through the wind, walk on through the rain, though your dreams be tossed and blown… walk on, walk on, with hope in your heart, and you’ll never walk alone (Sigue a través del viento, sigue a través de la lluvia, aunque tus sueños se rompan en pedazos, camina, camina, con esperanza en tu corazón, y nunca caminarás solo). Entonces me giré hacia mi amiga y la vi en pie, con la mirada perdida recorriendo aquella marea roja en las gradas, tragando saliva y llorando. A ella, la misma que nos preguntaba de camino al estadio si un jugador en fuera de juego era lo mismo que un jugador lesionado. A partir de aquí, quien piense que este artículo trata de fútbol que lo deje, porque no lo va a entender.
Lo que ha sucedido en las últimas semanas con el Real Oviedo se va a estudiar como caso práctico en las facultades de Ciencias de la Comunicación de todo el mundo. La campaña viral originada a partir del tuit de un periodista inglés hubiera sido imposible e impagable sin unas redes sociales tan potentes para unas cosas como inútiles para otras. El equipo estaba a punto de desaparecer por problemas financieros tras casi noventa años de historia. Entonces Sid Lowe, corresponsal de The Guardian que había vivido en la capital de Asturias durante su beca Erasmus, le metió tal meneo mundial a Twitter que ha convertido un modesto club de provincias en una Sociedad Anónima Deportiva con veinte mil accionistas minoritarios de más de cuarenta países. Hoy el Real Oviedo tiene socios en Monterrey, Tel Aviv, Pekín, Auckland, Bombay, Seúl, Amman y Nueva York, por poner algunos ejemplos. Antes de la avalancha internacional, miles de asturianos se habían rascado el bolsillo para adquirir al menos una acción por valor de 10,75 euros. O sea, en una comunidad con más de 100.000 parados, en lo más crudo de esta crisis rompedora de sueños y proyectos de vida, un club deportivo es capaz de generar una ola azul de solidaridad nunca vista. Abuelas que nunca pisaron el estadio Carlos Tartiere les dan a sus hijos o a sus nietos parte de su pensión para que ayuden a la supervivencia de un club arruinado. La realidad es tan deprimente que la gente tiene más ganas que nunca de soñar. El sálvese quien pueda de estos años ha sido tan vergonzoso que sobreviene una necesidad vital de hacer piña en torno a una fuerza social que difumina otras diferencias. El fútbol funciona hoy como un catalizador colectivo de sentimientos de una potencia asombrosa, difícil de comprender en sociedades cada vez menos tribales y más individualistas, heterogéneas y desestructuradas.
Y en estas andábamos, con el club prácticamente salvado por miles de pequeñas aportaciones anónimas, cuando irrumpió en el Principado de Asturias el talonario de la primera fortuna del mundo. El mexicano Carlos Slim se convirtió en propietario del club inyectando dos millones de euros en el capital social, más o menos lo que gasta en gasoil su megayate durante un verano tranquilo. Se alzaron entonces algunas voces hablando de “estafa de sentimientos”. Otros opinaron que hay que estar con el fango a la altura de la boca para que te tenga que venir a rescatar un millonario. Sin embargo yo pienso exactamente lo contrario. El olfato depredador de un mecenas como Slim no mete un céntimo de su fortuna si no es por la repercusión internacional de acompañar a miles de príncipes que derrochan orgullo de ser quienes son, estima por su ciudad, respeto por la historia de su tierra, y fidelidad a una institución casi centenaria que en las últimas temporadas se ha venido enfrentando en auténticos barrizales al Cudillero CD y al Atlético Lugones, entre otros, y que ahora sueña con volver a jugar en el Bernabeu como hace diez años.
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