UNA OCASIÓN PARA SONREIR

En la meta del maratón de Nueva York una señora se me acercó y me ofreció un botellín de agua. Me doblé por la mitad, exhausto, y entonces me envolvió con un plástico reflectante para taparme en aquella fría mañana de noviembre. Cuando me incorporé me preguntó si me encontraba bien. Intentando sonreír le contesté que mejor que nunca, y entonces me dijo que llevaba diecisiete ediciones colaborando como voluntaria en la organización de esta carrera, y que seguía emocionándose al ver llegar a los corredores a Central Park como si fuera la primera vez. Ocurrió hace unos años, pero recuerdo aquella mirada y el roce de aquella mano en mi hombro como si me estuviera tocando ahora mismo. En Nueva York no es nada extraño encontrarte algún famoso. Me crucé en una ocasión a Diane Keaton paseando sus perritos por la Quinta Avenida, tuve a Bill Murray sentado al lado en un musical de Broadway, y una noche saludé a Rod Stewart junto al Rockefeller Center como si le conociera de toda la vida. Pero el retrato humano de esa ciudad asombrosa que se perfila siempre en mi memoria proviene de los ojos brillantes y del contacto amable de aquella mujer anónima.

Desde entonces he participado en otros tantos maratones y he estado en la llegada de algunos más, pero no consigo dejar de emocionarme al ver a algunos de los participantes traspasar la línea de meta, porque detrás de muchas de estas personas se intuye una pequeña o gran historia, una promesa o un enorme reto personal. Seré un poco flojo, pero es lo que hay. A otros les ocurre al paso de la Virgen de la Macarena, o cuando ven a un niño levantar su bracito en lo más alto de un castell. Son éstas tradiciones religiosas y culturales dignas de todo respeto, y que obtienen la comprensión general a la hora de ocupar el espacio público.

Sin tratar de otorgar un valor estadístico al dato, la única vez en que he escuchado mentar desde un coche a la madre que parió a un corredor que padecía en los últimos kilómetros de un maratón fue en Palma. El conductor soltó el exabrupto porque llevaba detenido unos minutos esperando que un policía municipal le permitiera circular. Sentí pena al darme cuenta que era imposible que aquel hombre extranjero, bañado en sudor y a pesar de su agotamiento, no hubiera percibido la agresividad del lugareño impaciente. Y no pude evitar imaginar la imagen que podría llevarse de nuestra ciudad a su país, tan distinta de la mía en Nueva York. Traté de consolarme pensando que en cualquier lugar del mundo te puedes topar con un capullo grosero agarrado a un volante, pero a los pocos días leí en los diarios varias “cartas al director” protestando por los cortes de tráfico “solo para que pasen cuatro gatos, y encima algunos andando”.

El próximo domingo tomarán un año más las calles de Palma alrededor de diez mil participantes en las pruebas que componen el TUI Marathon. Dicen los organizadores que les acompañarán otras quince mil personas, para animarles antes y durante la carrera, y quizá también para abrazarles al final. Yo estaré por allí, merodeando, porque me gusta el ambiente que se respira y sé muy bien lo que significa una palabra de ánimo, o que griten tu nombre impreso en el dorsal cuando llevas cuarenta kilómetros corriendo. Y seguramente me pondré algo tontorrón cuando vea cruzar la meta a una pareja de sesentones cogidos de la mano, o a un corredor principiante en la distancia con la cara desencajada, y sin embargo una expresión feliz, al que se le puede leer en la frente: “nunca imaginé que fuera capaz de hacerlo”.

La cadena de valor de un destino turístico está compuesta por muchos pequeños detalles. Una ciudad se hace apetecible al visitante por su arquitectura, sus monumentos, su oferta cultural, sus tiendas o sus restaurantes. Pero la hacen especial y memorable sus ciudadanos. Ellos son el eslabón principal de esa cadena. Un maratón urbano es la mejor ocasión de mostrar a miles de personas, no sólo paciencia y respeto, sino una enorme sonrisa y una palabra de aliento que muchos de ellos no olvidarán en toda su vida. No tengo ninguna duda que eso vale más que la mejor y más costosa de las campañas de promoción turística.

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