¿TIENE COMPLEJOS AINA CALVO?

Si descartamos la montaña rusa de la prima de riesgo, la ruleta mareante de los miles de millones de euros necesarios para sanear nuestro sistema financiero, los martillazos de las agencias de calificación hundiendo aún más las previsiones de nuestra economía y la aterradora posibilidad de una huelga de hostelería en los meses de verano, la noticia más emocionante de la pasada semana ha sido el regreso de Aina Calvo a la política. Tras su paso fugaz a la vera de Carmen Chacón por todas las televisiones nacionales, la última alcaldesa de Palma se había evadido de la escena. Algunos se maliciaban que el mago del aparato socialista la había hecho desaparecer para siempre cual conejo de chistera, porque cuatro años en la oposición de un ayuntamiento después de haber presidido los plenos sólo lo aguantan los viciosos de la política, o los que no tienen otro sitio donde ir. Este no es el caso de Calvo.

La rendición incondicional de la exalcaldesa ante el pánzer de Inca constituía una magnífica noticia para el Partido Popular de Balears por las razones que explicaré después. Pero hete aquí que un señor que dicen que era el líder de los socialistas de Palma interpreta por sorpresa una tocata y fuga que nadie esperaba escuchar. El ilustre desconocido se marcha sin dar ni una sola explicación pública dos meses después de ser elegido por las bases (no se rían) y se abre lo que los cursis llaman un nuevo escenario político. Calvo corrige uno de sus mayores errores hasta ahora, su falta de combatividad, y anuncia que se presenta. De nuevo las prisas en los despachos para sacarse otro gazapo del sombrero que obedezca al mando a distancia que pulsan desde la calle del Miracle. Pero el milagro se obra una vez, dos ya van a ser demasiadas. En esta ocasión triunfará Calvo porque la treta de Armengol canta demasiado incluso para los afiliados más disciplinados.
El motivo de preocupación para el PP de Balears proviene no tanto de las posibilidades de éxito electoral de una candidata como Aina Calvo, aún por demostrar, sino del debate ideológico que se puede producir en el seno del PSIB. Los socialistas de nuestra comunidad están dirigidos por un grupo de nacionalistas reciclados, personas a las que, hasta hace bien poco, se les abrían llagas en la boca al pronunciar la palabra España y tenían que recurrir a la metadona del «estado español». Son dirigentes portadores de un ADN político que en el fondo es incompatible con un partido de ámbito nacional como el PSOE. En mitad de esta esquizofrenia, enarbolaban desde su ignorancia un modelo federal de imposible encaje en un país con tensiones separatistas alentadas por sus propios socios de gobierno en Cataluña, Balears o Galicia. Esto, claro, antes del tsunami de la crisis que arrasó con todo, puestos de trabajo y debates estériles incluidos. El problema surge cuando hay que elegir entre nacionalismo y poder, y en este caso lo tienen claro: siempre la silla. Es entonces cuando se empieza a utilizar el colador, a tamizar el discurso catalanista con esos conceptos 0´0, de bebida light que pueda ingerir cualquiera: pluralidad, diversidad, singularidad, idiosincrasia, peculiaridades territoriales? Pero al final el código genético es el que es, y uno tiende a moverse en el terreno en el que se encuentra más cómodo. Por eso los socialistas de Mallorca llevan años disputándose los votos con el PSM, abandonando una enorme llanura política por la que cabalga a sus anchas el PP, con apellidos regionalistas o sin ellos. Encumbrar en los congresos a líderes que lo primero que hacen al agarrar el micrófono es proclamarse republicanos, feministas y de izquierdas sin complejos (nada de maricomplejines socialdemocrátas) es otorgar en la práctica un cheque en blanco al principal adversario políticos para que mantenga una distancia electoral de escala sideral. No importa la nula influencia de ese toreo de salón bravucón en el día a día de los ciudadanos. Lo determinante es la percepción alejada de la mesura que mucho de estos tienen de la única alternativa real al actual gobierno.

Si Calvo consigue salirse de esa estela de dirigentes que van dejando a su paso un tufo radical, baja a la arena y conecta con los miles de electores moderados que finalmente son los que deciden quién gobierna, el PP puede empezar a vislumbrar en el horizonte un problema que hoy no tiene. Y obviamente no me refiero al ayuntamiento de Palma.

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