SI YO FUERA ANGELA MERKEL

Acaba hoy Abril, el mes que concentra algunos de los mejores y más concurridos maratones internacionales: París, Londres, Madrid, Milán, Zurich, Viena, Boston, Rotterdam y, finalmente ayer, Hamburgo. El jinete apocalíptico de la crisis va arrasando con todo, y el deporte no iba a ser una excepción. Sin embargo, mientras van desapareciendo gimnasios, clubes aficionados, profesionales y empresas patrocinadoras, el número de personas que se ponen las zapatillas para correr en todo tipo de pruebas populares crece de manera exponencial durante los últimos años. Con los índices de consumo interno deslizándose desde una preocupante hipotermia a la congelación absoluta, sólo en Palma han abierto en el último año dos importantes tiendas especializadas, y las grandes superficies dedicadas en exclusiva a la venta de material deportivo no dejan de incrementar su facturación.

Una de los datos más sorprendentes para los neófitos en este tipo de pruebas de fondo es que más del noventa por ciento de los participantes culminan con éxito el desafío de completar los cuarenta y dos kilómetros. El motivo es que, cada cual a su nivel y dentro de sus posibilidades, gran parte de los que afrontan con seriedad este desafío cumplen tres requisitos básicos. En primer lugar, siguen una planificación a la hora de preparar la prueba. Según las circunstancias personales, la disponibilidad de tiempo y la capacidad física, hay un orden y un control de las distancias y de los ritmos de entrenamientos de los que no hay que apartarse. Es obvio que pueden surgir imprevistos que obliguen a modificar algunas pautas, pero lo importante es la constancia, evitando la euforia desmedida el día que te encuentras muy bien para no pasarte de revoluciones, y tampoco cayendo en el desánimo cuando tienes la sensación de haberte quedado sin gasolina, o la mañana que las agujetas te hacen descubrir músculos del cuerpo que no sabías que existían.

En segundo lugar, la mayoría de los que culminan un maratón se han sometido en mayor o menor medida a algún tipo de disciplina personal. Este punto admite muchas variantes, pero en líneas generales se puede resumir así: durante las semanas o meses de preparación hay que dejar de hacer cosas que hasta entonces eran habituales en nuestro comportamiento. Y uno de los motivos por los que se ha creado esa mística popular del maratón como punto de inflexión en la vida de muchas personas es que esa modificación en los hábitos a menudo se mantiene para siempre. Es más, uno se sorprende al echar la vista atrás y observar su yo anterior, porque no le encuentra sentido a ciertos comportamientos pretéritos e incluso se descubre el porqué de algunos antiguos problemas.

Por último, en toda esta historia hay un componente de honestidad, que a veces viene de fábrica incorporada en cada uno y a veces aparece de manera sobrevenida o impuesta por la dureza del reto. Me refiero a la honestidad en un doble sentido etimológico: el latino, que habla de honradez y modestia, y el anglosajón, que apela a la sinceridad. Aquí no caben las mentiras ni las bravatas, ni ocultar cartas debajo de la mesa, ni salen conejos de ninguna chistera. Se deben fijar objetivos realistas, y no sirve de nada engañarse o engañar a los demás. Probablemente sea esta la razón por la que en este contexto surgen algunas de las historias de camaradería y solidaridad más bellas que se conocen. La sana competición no impide el nacimiento de vínculos que permanecen más allá la prueba, porque se comparte la pasión por algo que trasciende una marca o un puesto en la clasificación.

Si yo fuera Angela Merkel, o cualquier otra persona capaz en estos momentos de imponer un comportamiento a nuestros políticos, aflojaría un poco la soga de la estabilidad presupuestaria y los obligaría a todos a entrenar con el objetivo de finalizar un maratón. Obligaría a Rajoy a abandonar por una temporada el cicloturismo, y a Rubalcaba las pruebas de velocidad de su eterna juventud. Y lo mismo a Bauzá y al resto de presidentes autonómicos. Y prohibiría a Armengol sus ejercicios semanales de aerobic verbal en el Parlament, y a los nacionalistas esas carreritas de cinco kilómetros que se pegan con el orgullo de ser todos abanderados olímpicos. Todos a entrenar un maratón, y a aprender las tres lecciones del largo camino que te lleva hasta la meta: planificación, disciplina/sacrificio y honestidad.

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