Hace unas semanas Joan Lladó, presidente de Esquerra Republicana de Cataluña en Balears, manifestó su deseo de crear una “Bildu a la mallorquina”. Lo hizo en presencia de su invitado, Pello Urízar, portavoz de esta coalición y líder de Eusko Alkartasuna, el partido que se ha prestado a ejercer de vientre de alquiler para la serpiente etarra de toda la vida, transformada durante las semanas previas a las elecciones en un cordero necesitado de los afectos y compresiones de casi todos. Sólo los estúpidos, los interesados o las personas a las que su buena fe y sus deseos de paz les impedían ver la realidad puedan estar sorprendidos por la metamorfosis del osito de peluche en muñeco diabólico. También eran previsibles los espectaculares resultados electorales de Bildu, con el PSOE, el PNV, EA, Aralar, IU, y no sé cuántos partidos más insistiendo cada día de la campaña en lo buenos que se habían vuelto estos chicos tras su repentina caída del caballo y posterior conversión a nuestra fe verdadera, esa que impide matar y delinquir para conseguir objetivos políticos.
Algunos medios de comunicación andan en estos días de asueto y fiestas patronales con el punto de mira puesto en el pasteleo permanente de los antiguos batasunos con sus jefes armados desde sus recién estrenados puestos de responsabilidad institucional. La profusión de ejemplos es tal que ya no constituyen noticia, pero los informadores, con una ingenuidad conmovedora, se esfuerzan por transmitir una sensación de vigilancia permanente sobre una gente que ni les lee, ni les ve, ni les escucha. ETA va a lo suyo, como siempre, y la estrategia de sus líderes no va encaminada a que los propongan para el Nobel de la Paz. Pero el problema más grave no está en los salones de plenos ni en los despachos oficiales.
Joan Lladó es un tipo simpático en la distancia corta, de esos con los que se puede pasar un buen rato con una caña en la mano dejando de lado las distancias ideológicas. La expresión infantil de su rostro y la suavidad de sus gestos hacen que, en persona, la radicalidad de sus planteamientos resulte bastante llevadera. Mi particular percepción no debe compartirla demasiada gente porque en su última comparecencia en las urnas no han llegado a votarle ni sus vecinos de escalera. Así es difícil hacerte un hueco mediático, y por tanto es comprensible tener que recurrir a “jaimitadas” como la comentada para que te saquen en los periódicos. Como Joan es una persona sociable seguro que devolverá la visita, si no lo ha hecho ya, a su ilustre invitado. Pero paseando por Euskadi del bracete de Pello no podrá distinguir el auténtico conflicto vasco, que por mucho que insistan no tiene que ver con ideologías ni nacionalismos, sino con la libertad y el respeto por los que no piensan como tú. El drama de lo de Bildu se ve en la cola de la panadería, tomando potes por los bares del pueblo o en las oficinas de una pequeña empresa del valle del Goierri. Acompañado por Pello, Joan no podrá comprobar la vuelta de las sonrisas esquinadas, las poses de pecho pichón ni la expresión de las hienas perdonando la vida, de momento, a los que no comulgan con la secta. Cuando Joan entre con Pello a tomarse un txakolí en según qué garito no se hará un estruendoso silencio, como me ha sucedido a mí en Mondragón. Joan no se sentirá como el forastero del Western que irrumpe en el salón para pedir un whisky y todo el mundo se calla o se aparta, porque él comparecerá con el amigo del sheriff, y así todo es más fácil. Yo no tengo problema en tomarme un copazo con Joan Lladó en el Bauxa de Manacor, pero también me gustaría poder hacerlo sin él y que nadie se preguntara mirándome de reojo de dónde ha salido este puta foraster. Si lo de Bildu es tan beneficioso para el proyecto de construcción nacional, por una cuestión jerárquica es mejor ir probando el experimento en la metrópoli, y luego pensar en su exportación a las colonias.
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