La definición más extendida del populismo habla de “soluciones simples para problemas complejos”. Tiene una parte de verdad, pero es inexacta porque abarca una casuística demasiado amplia e incluye situaciones de conflicto que pueden ser resueltas -o al menos ver reducidos sus efectos negativos- aplicando el sentido común.
Por ejemplo, el sentido común nos dice que un sistema judicial garantista no puede extender su amparo al presunto delincuente hasta el punto de dejar desprotegida a la víctima del presunto delito. Esta es la contradicción que tiene preocupados a millones de españoles en el asunto de la okupación, un asunto que el populismo de izquierdas considera “un problema inventado por la derecha para imponer su agenda”.
El agujero legal ha sido tan enorme que han proliferado las mafias dedicadas a un negocio tan lucrativo como el de allanar viviendas ajenas para explotarlas al margen de sus legítimos propietarios. El caso más escandaloso lo encontramos en Barcelona, cuya alcaldesa a media jornada -por la mañana perfil institucional, por la tarde antisistema- ha convertido su ciudad en el Kabul mediterráneo de la okupación.
Quizá la peor consecuencia de la impunidad sea su efecto contagioso. Si uno observa que al infractor le sale gratis incumplir la norma, la tentación de imitarlo puede ser irresistible incluso para una persona que pretende comportarse honradamente. Un buen ejemplo es el impago del alquiler social. Una familia se ajusta todo lo que puede para pagar la renta mensual, mientras su vecinos de escalera viven más desahogados porque han interrumpido esos pagos sin verse amenazados por un desahucio. ¿Merece la pena ese esfuerzo?
He conocido de cerca el caso sangrante de una persona humilde y trabajadora que subarrendaba con permiso del propietario una habitación del piso que habita en régimen de alquiler. El calvario personal, económico y judicial que ha sufrido esta mujer para sacar del inmueble a una joven que se negaba a pagar, a trabajar, a ser ayudada por su padre, incluso a mudarse a otro piso que le ofreció el propietario, socava la confianza de cualquiera en un sistema incapaz de defender a la víctima por un exceso de garantismo demasiado fácil de aprovechar por personas sin escrúpulos.
La extrema izquierda siempre ha pescado con facilidad en ese caladero de votos. Es cierto que los sinvergüenzas no constituyen, de momento, una mayoría social. Pero esa es una cuestión numérica sin importancia cuando se ha renunciado al asalto a los cielos y se está peleando por un puñado de papeletas que permita mantener el sueldo, la dacha y el chófer. Lo terrible es que el PSOE haya decidido a chapotear en el mismo fango.
La Ley de Vivienda presentada esta semana por Pedro Sánchez como un “hito democrático” es una canción mala de Eurovisión. Pasará el concurso, las elecciones, y nadie recordará la letra. Las miles de viviendas prometidas harán un Blade Runner, o sea, se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Lo que sí padecerán miles de propietarios de clase media son sus “efectos indeseados” por una flagrante aberración jurídica. En la práctica se invertirá la carga de la prueba y serán los arrendadores los que tendrán que demostrar en un desahucio que sus inquilinos sinvergüenzas sí pueden pagar, y no al revés. Al tiempo.
Ya digo que la característica principal del discurso populista no es su retórica simplista, sino que no precisa coherencia. Es ese “no relato” el que permite decirle a cada votante lo que quiere oír, sin importar las incongruencias. Se puede defender una cosa por la mañana y la contraria por la tarde. Y no me estoy refiriendo a la actitud personal del activista bolchevique que abandona la moqueta del Ministerio para acabar su jornada laboral en un afterwork burgués. Estoy hablando de la ideología, o por mejor decir, de la no ideología.
Hay que tener bemoles para presidir un Gobierno gracias al apoyo de partidos independentistas, y luego sacar pecho por aprobar una ley que se pasa por esos mismos bemoles las competencias de las autonomías en materia de vivienda. Y encima amenazar con el dedito a las que osen rebelarse. Federalista de día, jacobino de noche. Si la gente necesita viviendas, ¿quiénes son los Estatutos de Autonomía para decirme a mí que no puedo construir cien mil pisos, o un millón?
El rosario de despropósitos legislativos -algunos de ellos afeados por el propio Tribunal Constitucional- la obsesión propagandística y el nulo respeto por las instituciones que se resisten a su control sitúan la acción de este gobierno en el terreno de la marginalidad populista. Es lógico que semejante estilo quinqui de hacer política acaba favoreciendo la quinquiokupación.
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