Según la RAE, el carisma es la especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar. Me parece una de las definiciones más pobres que podemos encontrar en nuestro diccionario, y por tanto inexacta. A mi me fascina la capacidad de Javier Marías, por ejemplo, para envolver al lector en uno de sus elegantes párrafos, largos, sinuosos, plagados de meandros en los que detenerse para admirar la belleza de su lenguaje. Pero carismático precisamente no era. Quizá lo fuera en las distancias cortas, pero esa apreciación se aleja de su consideración como personaje público.
Por eso tenía un doble interés en escuchar en directo a una señora que se dedica a una de las profesiones más denostadas del mundo. Hoy está mejor considerado ponerse en pelotas delante de una cámara web y cobrar por ello que ser político. Y a pesar de ello Isabel Díaz Ayuso irrumpe en un escenario con pasitos cortos, agachando la cabeza como pidiendo permiso, y el público la recibe como si fuera la científica que ha descubierto la cura contra el Alzheimer. Al margen de ideologías, un fenómeno tan insólito en nuestros días merece un análisis ajeno al sentimentalismo.
El diario OK Baleares celebró su primer aniversario y el Auditorium de Palma se quedó pequeño para recibir a la presidenta de la Comunidad de Madrid. El día anterior la organización avisaba a los asistentes por mail que no se permitiría el acceso una vez iniciado el acto, que se llegara con una hora de antelación y que nadie olvidara la entrada en papel o en el móvil. Ni Van Morrison, pensé. En torno a todo lo que hace o dice Ayuso existe una reacción hiperbólica que personalmente me resulta incómoda, y que además distorsiona en parte su mensaje, que es lo que a mí me interesa.
Porque Ayuso no canta, ni baila, ni juega al tenis. Se dedica a la política y por tanto son su gestión y sus ideas las que se deberían enjuiciar. Pero este análisis no explicaría nada sobre su carisma. El director de Ok Diario, Eduardo Inda, dijo en la tribuna que tras varias décadas de profesión haciendo información política no había visto nada parecido desde Felipe González. A mí me pareció bien traída esa comparación, porque los resultados electorales que puede obtener Ayuso el próximo mes de mayo en Madrid son comparables a los 202 diputados que obtuvo Felipe hace 40 años.
Se ha escrito mucho sobre esa mezcla de timidez y personalidad arrolladora, sobre la dulzura de sus rasgos faciales y el acero de sus argumentos. Es la virgen de un cuadro de Ribera comportándose como Juana de Arco. Esa contradicción entre fragilidad exterior y fortaleza interior resulta llamativa incluso para sus detractores, pero, como la definición de la RAE, no explica en qué consiste su carisma.
El alemán Max Weber introdujo en las ciencias sociales el concepto de charisma -que venía de la tradición judeocristiana- para asociarlo al ejercicio del poder. Al líder carismático se le atribuían unos poderes especiales que facilitaban su dominio sobre las masas para someterlas a su voluntad. Sucede que llega Ayuso y le dice a esas masas que quiere el poder para que la gente haga lo que quiera, o dicho de otro modo, desarrolle como prefiera su proyecto de vida. Y suena creíble. Quizá no sea posible en todos los casos, pero suena creíble.
La izquierda inteligente debería reconocer que existe una verdad intrínseca en el discurso liberal. Es un relato aspiracional que también resuena en el interior de muchos ciudadanos con conciencia social, que son solidarios con los más débiles y defensores de los servicios públicos. En la dirección contraria, fue Felipe González el que traspasó hacia el centro los límites ideológicos del socialismo para alcanzar unas resultados electorales históricos en España.
El origen del charisma es anterior al latín. Su etimología se encuentra en una voz griega referida al verbo agradar, o alegrar. Y por aquí se va entendiendo algo sobre las pasiones que levanta Ayuso. Porque hay en su discurso un optimismo vital reconocible por cualquier ciudadano no amarrado por el cuello a una ideología, cualquiera que esta sea. Por eso le votan también en Vallecas.
Frente a esta capacidad para agradar o alegrar a los demás cabría pensar que lo opuesto es la antipatía, pero no. La psicología social nos advierte que lo contrario al carisma no es la aversión, sino el resentimiento y la envidia. Y por aquí también vamos entendiendo algo sobre las fobias que provoca, que en realidad sólo contribuyen a agrandar su leyenda de mujer indestructible odiada por mediocres.
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