Lo habrán comprobado en alguna ocasión. Un restaurante mal insonorizado puede convertirse en el lugar menos adecuado para mantener una conversación. La comunicación adquiere la misma dificultad que explicar a Hegel junto al bafle de una discoteca durante una sesión de música electrónica. Normalmente el barullo va en aumento. Se produce así un efecto en espiral que obliga a levantar la voz cada vez más. A los postres, todo el mundo se desgañita en estos locales donde cada palabra rebota en paredes y techos … menos en la trattoria de Tonino.
España seguramente es el país de Europa donde más se grita. Solo se nos aproximan en nivel de decibelios ciertas regiones de Grecia, y el sur de Italia. Algunos barrios de Nápoles son un escándalo maravilloso a cualquier hora del día. El sonido de un violín en pleno proceso de afinado por un luthier se mezcla con los berridos de la mamma llamando al niño para que suba a comer. En el distrito de Spaccanapoli, los locales más modestos de comida tradicional se conocen como “vini e cucina”, y por ahí ya vamos entendiendo el griterío que se forma. En la taberna de Tonino, el vino sfuso, barato y de la casa, riega con generosidad las mejores pizzas al horno de leña que he comido en mi vida. Si Tonino no tuviera su particular remedio… el glorioso tiramisú habría que pedirlo por señas.
Sucede lo mismo en los debates. Si uno no lleva instalada una adecuada insonorización mental, el fragor dialéctico puede ir creciendo hasta convertir un cara a cara en algo completamente alejado de su primer objetivo, que es confrontar razones. A mi esto me ha ocurrido alguna vez en televisión. Tu oponente en una mesa de debate te mete el dedo en el ojo cuatro veces con argumentos ad hominem, y a la quinta se te acaba la paciencia y le devuelves una manotazo verbal que compensa con creces todas las impertinencias previas. Craso error. En ese momento el acosador pasa a ser víctima, y tú te conviertes en el radical cuyas opiniones se escucharán de otra manera, o directamente no se escucharán.
La fatal consecuencia de este lapsus no es que empeore la imagen del orador. Lo peor es que esa equivocación desvía por completo el foco de atención que debe centrarse en el debate de ideas, y por tanto anula el mensaje. Después que te llamen marquesita en varias ocasiones, contestarle a un vicepresidente del gobierno desde la tribuna del Congreso de los Diputados que es hijo de un terrorista, sea o no cierto, es un desatino impropio de alguien inteligente, y que por tanto debería saber para qué y para quién se habla en un foro parlamentario.
Yo me imagino a alguien que acaba de perder su trabajo escuchando una gresca tabernaria en un local que lleva por nombre “Comisión para la reconstrucción social y económica” y se me ocurren cosas peores que soltar un manotazo verbal. En esa tasca de la Carrera de San Jerónimo en Madrid el personal, la clientela y las consumiciones están financiadas por todos los contribuyentes. Al parecer ni eso les frena, y la bulla cada semana es más escandalosa.
Mientras hoy millones de familias en este país dedican gran parte de su día a pensar cómo van a llegar a final de mes, Sus Señorías se divierten esputando por el colmillo. Tengo claro con qué objetivo, cuándo y quiénes empezaron escupir al suelo para trazar una línea infame que dividiera a los españoles en dos frentes irreconciliables. Pero a estas alturas da igual el autor del primer salivazo, porque el efecto es el mismo: un estruendo político insoportable en cualquier momento, pero mucho menos en la hora en que España enfrenta una crisis económica y social sin precedentes.
Si llegas a buena hora a la trattoria de Tonino sus viejas paredes de piedra te acogen con el sigilo de un templo. A medida que se llenan las mesas la calma va dejando espacio a un estrépito creciente, hasta que la pelotera se hace insufrible. Entonces Tonino entra en la barra y hace sonar una campana rústica de cobre que retumba por todo el local como un cencerro. Es la señal convenida, y todos los parroquianos guardan silencio durante unos segundos hasta que poco a poco se reanudan las conversaciones en un tono civilizado, casi susurrante al principio. La primera vez le pregunté a Tonino cada cuánto hace sonar la campana, y fue claro: “dipende dal vino. Il rosso è più forte”.
Se consume demasiado vino peleón en la política española. Se echa de menos una autoridad sabia como la de Tonino, alguien capaz de agitar la campana, llamar al orden y traer un poco de sosiego entre tanta escandalera, aunque sea temporal.
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