Nació en un pequeño pueblo de Nebraska. Los primeros años de su vida vivió en algo parecido a un remolque con sus padres y su hermano. Su padre nunca había tenido trabajos estables, pero finalmente consiguió un empleo como viajante de comercio y ella, que acababa de cumplir seis años, comenzó a verlo de manera muy esporádica. Tenía un talento natural para los deportes, un cuerpo fibrado y una gran coordinación de movimientos. Son rasgos que a esa edad y en sus circunstancias le ayudaron a disfrutar en un parque de juegos, y a destacar en alguna competición escolar, pero poco más. A los quince años sus padres se separan y ella se muda con su madre a Pasadena, en California. Las primeras noches duermen en un coche, hasta que alguien les ayuda y la señora consigue emplearse primero en una gasolinera, y más tarde en varios restaurantes como camarera. La chica se matricula en un instituto, pero al poco tiempo tiene que dejar los estudios para ponerse a trabajar. Años después consigue graduarse a través de cursos por correspondencia.
Hoy es una mujer que acaba de cumplir unos espléndidos cuarenta y un años, guapa -sin exagerar- con dientes perfectos y una mandíbula definida que le aporta un toque andrógino. Cuando clava su mirada intuyes esa fuerza interior que la hizo levantarse de la lona tantas veces, pero al tiempo es suave en los gestos, y sonríe con naturalidad ante las cosas que hacen sonreír a cualquier persona empática. En su conversación no hay rastro de ese rencor social que hoy tanto asoma en individuos a los que, en los peores momentos de su vida, jamás les faltó un techo bajo el que dormir, una comida caliente o un hospital al que acudir cuando estuvieron enfermos. Tampoco se atisba en su actitud ese punto de superioridad moral del que ha sobrevivido contra todo y contra todos. Es una chica humilde, bastante sencilla dadas sus circunstancias, que en alguna estantería de su casa en Los Angeles guarda dos Oscars de la Academia de Hollywood.
Pedí permiso a Hillary Swank para contar su historia y nuestra conversación a doscientos alumnos de bachillerato del colegio San Cayetano. La dirección del centro tuvo la ocurrencia de invitarme el pasado viernes a dar el discurso inaugural de este nuevo curso académico. Uno trató de cumplir con el compromiso sin dormir al personal a primera hora de la mañana, y aunque era una audiencia exigente sometida aún a los horarios de tres meses de verbenas y chats nocturnos, no observé bostezos. Un error y te aseguras la desconexión inmediata de la mitad del público, sin compasión. La vida de Hillary Swank es un ejemplo de lucha y superación personal que logra atrapar al oyente más despistado.
En España, con el empeño de muchos durante largos años, hemos conseguido ir destrozando los niveles de la enseñanza pública hasta límites impensables. Explicarle a una boxeadora de la vida como Hillary Swank el desprecio de nuestro sistema educativo por el esfuerzo y la tenacidad, cómo se premia la mediocridad y se ensalza un igualitarismo mal entendido, es encontrarte con una mirada pasmada, incrédula ante un absurdo que coloca a nuestro país a la cola de los países desarrollados en todos los informes sobre educación de organismos internacionales. Un colegio privado como San Cayetano es una aldea gala que resiste, un oasis de esperanza para unos pocos privilegiados, pero no puede constituir el más mínimo consuelo. Más bien al contrario, supone la constatación de una creciente injusticia. La brecha que se está generando en este país entre la educación pública, y la privada o concertada, es de proporciones abisales. Y al paso que vamos tiene visos de continuar ampliándose. Avanzamos con paso firme por un camino que lleva a la educación a perder toda su fuerza niveladora. La solución para los más brillantes e intrépidos protagonistas de la nueva política pasa por ir suprimiendo los conciertos con determinados colegios, por ejemplo los religiosos, para así colocar a más alumnos en el fondo del precipicio. Y no son las competencias lingüísticas de los alumnos, o la transmisión de conocimientos, las cuestiones fundamentales a resolver. La nula formación en determinados valores coloca a muchos jóvenes cuando acaban sus estudios, o los abandonan, en una situación completamente ficticia, alejada por completo de una realidad cada día más compleja y global.
Hillary Swank resume muy rápido su vida: luchar y aprovechar las oportunidades. Pero aquí comienza a calar con fuerza el mensaje victimista y lacrimógeno, la excusa de siempre del mal pagador, que dice: ¿para qué voy me voy esforzar si hay gente en el paro con dos másters? Por eso conviene recordar a nuestros jóvenes, que excepto en alguna verbena estival de pueblo jamás han tenido que dormir en un coche, que la educación no es un regalo que les hacemos los padres, o los contribuyentes, y que ellos tienen el derecho de aceptar o no. Es una oportunidad que deben aprovechar, y una obligación previa que deben cumplir para luego poder ingresar en la religión protestante, de la que siempre renegaron luchadoras como Hillary Swank.
Un gran acierto por parte de la dirección del colegio invitarte a pronunciar tu magnífico discurso inaugural! Logrando entusiasmar y despertar el interés en un joven y exigente auditorio, que permaneció atento desde el principio al fin de tu charla. Enhorabuena y continúa sorprendiéndonos!!!
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