Después de cinco años al frente de Twitter, pasado mañana Dick Costello abandona el puesto de primer ejecutivo de la compañía del pajarito azul. La globalización es lo que explica que una red social con nada menos que 300 millones de usuarios en todo el mundo esté fracasando. El negocio está dando señales de agotamiento, y el valor de sus acciones ha caído en los últimos meses de manera alarmante. Algunos de sus principales accionistas creen que la brecha entre las expectativas generadas y la realidad del proyecto obliga a repensar “la misión de Twitter en el mundo”. Como estos planteamientos visionarios quedan lejos de nuestra limitada inteligencia, avanzaremos una teoría más terrenal para explicar por qué casi mil millones de usuarios han probado el servicio y se han marchado.
Para los cerebros informáticos, el primer motivo que justifica la incapacidad palmaria para retener a muchos de los que abrieron una cuenta y la abandonaron, es que la parte tecnológica ha flaqueado por su complejidad. Sin duda algo de eso debe ser cierto, porque el 44% de los usuarios de Twitter no ha tuiteado nunca. La pretendida sociabilidad de una red social queda muy mal parada cuando casi la mitad de sus miembros jamás interactúa. Las alarmas les debían haber saltado a estos genios hace años. Si en 2011 una editorial en España publicaba un libro de 125 páginas con el título “Twitter en un semana”, y además conseguía venderlo, era un mal presagio. Una red social con pretensiones universales que admite un manual de instrucciones de esa envergadura tenía desde su origen un problema de concepto, o para ser más exactos, de su misión en el mundo.
El analista del New York Times Farhad Manjoo sostiene que “Twitter puede ser la única entre las grandes redes sociales que aparta a más personas de las que atrae”. No existen suficientes analfabetos digitales en el mundo para que la complejidad tecnológica explique por sí sola tanta dejación. Mi teoría es que hay más gente normal en el mundo de la que algunos piensan. Y a la gente normal, que sigue siendo la mayoría, no le agrada la violencia verbal, el contenido hiriente, el descuartizamiento gratuito del prójimo, aunque sea famoso, banquero o incluso político. La realidad es que, con esos 300 millones de usuarios, hay más gente normal fuera de Twitter que en Twitter, que se ha convertido en un reducto para dos grandes tipos de usuarios muy activos: personas influyentes con una inteligencia superior a la media, y tontos que pretenden demostrar que también poseen una inteligencia superior a la media. Pero esto último no es fácil, porque al tercer tuit comienza a fallar la cosmética y asoma la animalidad. Se desata entonces entre el bestiario una competencia absurda por ver quién dice la más gorda. La ironía necia, el exabrupto, la chanza gruesa se convierten en una forma de esclavitud para estos imbéciles, que se sentirían normales si escribieran algo normal, y para eso no están en Twitter.
Las redes sociales facilitan una comunicación horizontal, no jerárquica. Esto es positivo. El problema surge cuando esta democratización mal entendida provoca que el tonto, al leer un tuit inteligente, piense: esto también lo puedo hacer yo. Hasta que llegó Twitter, las greguerías y aforismos apuntaban siempre a una inteligencia superior. Ahora, por cada genio auténtico del tuit aparecen diez cretinos que creen que el talento se puede socializar. Pero aún es peor. Sacralizar el formato de los 140 caracteres conlleva una inmediatez, una velocidad que implica necesariamente el error. Muchos de los tuits son inanes, pero otros son tan burdos y humillantes que no podemos evitar pensar en el tipo de persona capaz de expeler semejantes barbaridades. Se alegan entonces dos excusas: en primer lugar, la excepción digital, que resta trascendencia a comentarios salvajes que seguramente esos cafres no se atreverían a publicar en la sección de opinión de un diario. Y luego está el contexto, que es algo difícil de entender, como la fe.
Ayer se cumplieron cuatro años de este tuit formidable: “A la derecha hay que machacarla hasta en sus casas, sacarlos de la madriguera como supo hacer el movimiento vasco para liberar al pueblo”. El 28 de junio de 2011, Mauricio Valiente, tercer teniente de Alcalde de Madrid, perpetró estos 136 caracteres al filo de la medianoche. Le sobraron cuatro para explicar el contexto en que se le ocurrieron, los motivos por los que decidió publicar semejante aberración. Si una de las inteligencias superiores y decentes que circulan por Twitter me asegurara que existe una sola posibilidad, sólo una, de que una mente sana teclee ese texto lleno de odio y violencia, estaría dispuesto a conceder la oportunidad a este Valiente para que me aclarara su contexto. Siempre se ha dicho que en política eres lo que pareces. Ahora, los de la “nueva política” nos piden lo contrario: si pareces un salvaje en Twitter, fuera de Twitter te mereces un voto de confianza para demostrar que no lo eres. Pero no es lógico, por eso millones de personas normales se alejan volando del pajarito azul.
Deja una respuesta