Y DOS HUEVOS MÁS

marx

      Tienes que encontrar alguna hoja de menta o hierbabuena para introducirla en los orificios nasales. De lo contrario es difícil salir de aquel lugar sin vomitar. Y luego está el picor de ojos, provocado por el uso intensivo de productos químicos en un área de varios miles de metros cuadros. Para completar el paisaje, sal y cal viva en cantidades industriales se acumulan en unas grandes cubetas rectangulares excavadas en el suelo. Si sobrevives a una visita a las curtidurías de piel de Marrakech no tendrán que explicarte más en qué consiste el comercio justo. Y si te queda un ápice de dignidad no comprarás en tu vida una mochila de piel por diez euros. Aquello no es un oficio duro, es una muerte prematura a cámara lenta. No hace falta que te lo prohíban: da vergüenza sacar fotos a personas que se ganan la vida trabajando en condiciones peores que las de muchos animales. Ahora Podemos, el partido de “la gente”, quiere despenalizar la venta de estos productos, entre otros. Argumentan que hay que perseguir a las mafias, no a los manteros. Por la misma razón, encerraremos a Sito Miñanco y dejaremos tranquilos a los camellos.

       He comprado cosas de las que no me siento orgulloso. A veces lo he hecho por motivos personales, y otras profesionales. En Singapur me hicieron un traje a medida por veinte dólares que parecía de Tom Ford. No quise saber en qué nave inmunda se cortó y cosió aquella prenda en menos de doce horas. Me duró un invierno, antes que pareciera un trapo de cocina, y yo tan contento. Tenía poco más de treinta años, pero hoy no se me ocurriría. En aquella época también pasé un mes en China adquiriendo merchandising para una empresa. Fue una experiencia dura e incómoda de la que aprendí muchas cosas, entre ellas el funcionamiento del comunismo capitalista. Visité una fábrica-ciudad en la que trabajaban-vivían treinta mil personas produciendo todo tipo de objetos, algunos falsificados. Jornadas de doce horas y un día libre al mes. La venta de las manufacturas de este campo de concentración laboral son las que quiere legalizar Podemos, el partido de “la gente”. Persigamos a los proxenetas, dejemos tranquilos a los chulos.

      Pablo Iglesias planteó la despenalización del top manta después de que un inmigrante sin papeles falleciera de un infarto. Miembros de la Policía Local de Madrid le practicaron maniobras de reanimación para tratar de salvar su vida, pero la tropa antisistema comenzó a tuitear mentiras que recibieron el apoyo de concejales del equipo de gobierno, y el barrio de Lavapiés vivió su noche de los cristales rotos. Hasta la alcaldesa Carmena sembró dudas desde París sobre la actuación de sus agentes, mientras una turba enloquecida arrasaba mobiliario urbano y coches particulares. Desde el 15M ya nos iba quedando claro que es más fácil acampar en una plaza que gobernar una ciudad, pero Podemos insiste en las demostraciones. Y no solo en Madrid. Por una vez, en Palma nos hemos adelantado al centralismo mesetario. Nuestra regidora de Terrazas y Derechos Humanos, Aurora Jhardi, ha conseguido eliminar de la ordenanza municipal de su competencia la tipificación de la venta ambulante. En el mundo perfecto de esta mujer no existe el derecho de propiedad intelectual, ni una fiscalidad justa -con el que paga impuestos-, ni la agonía del pequeño comercio. Podemos dice que el efecto económico de la venta ilegal es “insignificante”. Desde luego que lo es para un perroflauta o un cargo público, pero no para el pequeño empresario que cada mes paga una nómina, o cada tres tiene que liquidar el IVA.

        A Jhardi le queda poco más de un año en el convento de Cort, por eso le importa poco hacérselo dentro. Si tuviera intención, o posibilidades, de seguir en la silla cuatro años más, antes de intentar derogar las sanciones al top manta hubiera dedicado algo de tiempo a reunirse con alguno de los cincuenta mil vecinos de la Playa de Palma. Trabajadores que madrugan cada mañana para ganarse honestamente la vida le hubieran contado cómo es su día a día. Personas que no frecuentan el ambiente de rastafaris y lanzadores de fuego por la boca le hubieran explicado que en su barrio tienen que convivir con algunos individuos que, por cada bolso de imitación que venden en verano, colocan tres papelinas de cocaína. No son todos, pero no son pocos. Hay otros que no trafican con droga, y se limitan a vigilar el negocio de las prostitutas callejeras mientras disimulan mostrando gafas de sol falsas a los turistas. A Jhardi ni siquiera le interesa el ejemplo de Barcelona, donde su admirada Ada Colau también quiso hacerse la enrollada con este tema a comienzos de su mandato, y provocó tal efecto llamada y problemas de orden público que su propia Guàrdia Urbana le hizo rectificar.

          Hemos pasado del buenismo simplón a un cretinismo que con sus decisiones llega a menospreciar la labor admirable de entidades que trabajan desde la legalidad por la inserción socio-laboral de colectivos en riesgo de exclusión. Podemos, los del “asalto a los cielos”, está confundiendo la caída libre en las encuestas con la barra libre en las propuestas. Pero lo peor es ver de palmeros, o al menos de compañeros silentes, a partidos que hasta hace poco aspiraban a ampliar su base electoral. El alcalde Noguera es consciente de la necesidad de regular la venta ilegal y de modificar la Ordenanza Cívica para evitar un turismo de Sodoma y Gomorra en la Playa de Palma. Pero está maniatado, no sólo por el populismo insensato de personajes que caminan hacia la marginalidad, sino también por el ala dura de su propio partido. Cuando se emprende esa deriva radical el apetito se incrementa, y se entra así en la estrategia marxista, la de Groucho Marx, que cada vez que el servicio tocaba a su puerta exclamaba: “¡Y dos huevos más!”

         Como muestra de ello, la semana pasada un condenado por la Audiencia Nacional por humillar a las víctimas del terrorismo compareció ante los medios de comunicación en la mismísima sede del Ayuntamiento de todos los palmesanos, acompañado por una teniente de Alcalde y un analfabeto funcional que cobra un sueldo de regidor. El PSOE se borró de esa foto, pero sólo fue capaz de criticar este disparate con la boca pequeña, sin hacer demasiado ruido, para no molestar a unos electores que jamás le votarán. La consecuencia de ello fueron dos huevos más, porque el esperpento continuó en el Pleno municipal, cada socio de gobierno a su bola, incapaces siquiera de mostrar respeto por las decisiones judiciales. Acto seguido llegaron las lecciones sobre democracia. Algo que puede entrar en el ámbito de la discusión razonable -ingresar o no en prisión por delitos como los de Valtonyc- se convierte en un esperpento que espanta al votante progresista moderado, el que da y quita mayorías.

 

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