CASABLANCA

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Va para seis años aquí, cada lunes, construyendo esta columnata. Uno se esfuerza en el diseño de un conjunto abierto, para que quepan más ideas y más personas que piensan de diferente manera, con la única condición de discrepar desde el respeto. Son unos cientos de artículos, no todos afortunados, pero paridos desde la responsabilidad que acarrea ocupar un espacio fijo de opinión en un diario que llega cada mañana a unas decenas de miles de lectores. No siempre fue así. Antes de abril de 2011 venía perpetrando colaboraciones en la tribuna de estas páginas con frecuencia irregular, o sea, cuando tenía tiempo y me apetecía. Hasta que un día me llamó.

No fue exactamente una entrevista de trabajo, aunque en algún momento tuve esa impresión. No me conocía, pero le había llamado la atención uno de mis artículos en el que pude atizar con la misma mano al Opus Dei y al Lobby de Dones, de tan cerca que se hallaban los unos de las otras en su oposición a la custodia compartida. Aquel día me escrutaba en silencio, con curiosidad, dejándome hablar sin interrupciones hasta que me planteaba el siguiente asunto de su interés. Yo pensaba que se trataba de simple cautela, pero con el tiempo aprendí de él que un buen periodista también puede ser tímido. Y entonces me preguntó si me gustaría escribir cada semana en Diario de Mallorca, de manera remunerada y sobre lo que me diera la gana.

A veces pienso que, seis años después, todavía no me he hecho a la idea. El miércoles pasado estaba en un programa de IB3 Televisión, y Neus Albis entrevistaba en directo por teléfono a la madre de dos niños enfermos de tricotiodistrofia, como la famosa -a su pesar- Nadia Nerea. Cuando terminó sus preguntas, Albis le dijo a la mujer que le acompañaban otros dos periodistas. Yo miré a Matías Vallés, a la derecha, y luego me giré hacia la izquierda, pensando que había entrado alguien más en el plató. Pero no había nadie a mi lado. El segundo periodista debía ser yo. No sé si es un exceso de respeto por el oficio, pero sigo pensando que la palabra me viene enorme. En cualquier caso, lo justo es reconocer que el principal responsable de que alguno de ustedes me considere parte del gremio se llama Pedro Pablo Alonso.

Cuando el director de este periódico me pidió que escribiera sobre lo que me apeteciera pensé que era una manera de ponérmelo fácil, de animarme a comenzar sin pensar demasiado. Pero la mayor parte de nuestra conversación había tratado sobre temas políticos, e imaginé que en el fondo era eso lo que quería contratar, un comentarista político. Así que lo puse a prueba, y en el primer artículo le endosé una batallita sobre el maratón de Boston. Nada, ni un reproche, ni media palabra. Otras veces le decía que estaba cansado de tanta política. El me miraba sonriendo, y yo me tiraba un mes escribiendo de arte, de gastronomía, de montañas o de los sanfermines. Y él seguía en silencio. A veces me pedía que le enviara copia de mis textos, y yo entonces pensaba que no se fiaba del todo de mi, de mi criterio al seleccionar los temas, o de la conveniencia de mis opiniones respecto a la línea editorial del medio que dirigía. El resultado de su censura previa fue el siguiente: de trescientas columnas, en una me sugirió suavizar un título demasiado vehemente. En otra me pidió matizar un párrafo porque un periodista del diario se podía sentir aludido, sin yo pretenderlo. Por último, hace unas semanas me apuntó la posibilidad de retirar la palabra “coño” referida al órgano sexual femenino, por resultar una provocación innecesaria. Los tres artículos mejoraron notablemente con sus consejos.

Nada más en seis largos años. Eso sí, él tuvo que escuchar demasiadas veces una misma pregunta formulada por egregios defensores de la libertad de opinión y la pluralidad: “¿qué hace este tío escribiendo en Diario de Mallorca?”. Siempre aguantó el tipo, siempre me aguantó el tipo. A Pedro Pablo Alonso le ha tocado lidiar en soledad estos años toros de mucho trapío. No soy la persona indicada para juzgar su faena, porque no soy objetivo, ni puedo, ni quiero serlo. Es difícil hacer amigos en un periódico siendo el director. A mi me queda el agradecimiento profundo a quien me permitió asomarme a un mundo y a una profesión apasionante. Decía Samuel Johnson que “ningún hombre tiene la obligación de hacer todo lo que puede. Un hombre debe reservarse para sí una parte de su vida”. A Pedro Pablo Alonso le queda mucha vida, y a mi me gusta imaginarme caminando a su lado por la pista brumosa del aeropuerto de Oviedo, y que alguien diga: “me parece que este es el principio de una hermosa amistad”.

2 Comments

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  1. Qué bonito y qué afortunados ambos!!!

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  2. Yo también me pregunto qué hace un tipo que escribe un artículo tan elegante escribiendo en Diario de Mallorca…..
    Enhorabuena y abrazo.

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