EL GRAN NATALI

Hace unos meses José Antonio Marina publicó un interesante artículo titulado ¿Es el esfuerzo un valor de derechas?. La tesis que defendía en el mismo es sencilla y al mismo tiempo de un sentido común tan aplastante que resulta difícil de rebatir, al menos para mi. Las ideologías constituyen sistemas de valores, ideas y creencias que proponen un modelo de sociedad capaz de influir, o incluso determinar, los comportamientos individuales. Las organizaciones más avanzadas han logrado progresar poniendo el énfasis en algunos de esos valores más que en otros, pero sin descartar por completo ninguno. Sin embargo, uno de los efectos de la crisis económica mundial de los últimos años ha sido la polarización extrema del debate ideológico. De tal manera que conceptos como el esfuerzo o el mérito han sido definidos por algunos intelectuales de izquierdas como valores de derechas. Si bien reconocen que la meritocracia se introdujo por los revolucionarios franceses para romper los privilegios hereditarios de la nobleza, en la actualidad se ha convertido en un subterfugio de la casta económica dominante para hacer tolerable la creciente desigualdad social. Por tanto, la ideología del esfuerzo constituye una elaboración diabólica de la derecha para perpetuar el statu quo, y que los más desfavorecidos se resignen a su situación. Cuando se garantiza la igualdad de oportunidades, existen tantos ejemplos individuales de superación personal que desmontan esta teoría que no merece la pena detenerse demasiado en refutar este planteamiento.

El problema, el gravísimo problema para una sociedad, se produce cuando este debate ideológico, tan interesante o estúpido como cualquier otro, se traslada al ámbito de la educación. Porque lo que puede resultar enriquecedor en el plano político, eso que George Lakoff denomina la construcción de los marcos conceptuales que delimitan un discurso, puede resultar letal aplicado a la enseñanza y a los valores que deben regir en ella. Y es aquí donde el filósofo Marina no muestra dudas: en la educación es fundamental fomentar y premiar la cultura del esfuerzo, porque sin ella las capacidades de los alumnos no se van a desarrollar. Y precisamente esto es lo que genera la más profunda y radical desigualdad, porque la educación pierde toda su fuerza niveladora.

Toni Nadal no es filósofo, y quizá no haya leído nunca a Lakoff, pero acaba de publicar un libro que habla muy poco de tenis y mucho de valores. Tampoco es pedagogo, pero escribe desde la experiencia y un sentido común tan aplastante como el de José Antonio Marina. Pero aún así duda, y no prescribe recetas universales. En «Todo se puede entrenar» (Editorial Alienta) se limita a contar su método, las ideas que le han guiado en el entrenamiento del mejor deportista español de todos los tiempos. Aprender a gestionar los adversidades, tolerar los errores, soportar la frustración, y aplazar la recompensa. No convertir los contratiempos en problemas, y aceptar que aprender cuesta, que requiere un esfuerzo. Por eso pone más énfasis en la formación del carácter que en la formación técnica, y reivindica el valor de la palabra y la normalidad en los comportamientos, sin que esto último deba constituir un mérito en un profesional de éxito. Para Toni Nadal la labor fundamental de los profesores, y por supuesto de los padres, es «enseñar a amar el esfuerzo», y que éste no se contemple como algo penoso o negativo.

La semana pasada hemos asistido a la presentación en Balears del Pacto Social por la Educación. Un documento de nombre tan rimbombante no podía estar firmado por menos de treinta entidades en representación de profesores, inspectores, directores de centros, expertos, asociaciones de padres de alumnos, UIB, Escola Católica y organizaciones empresariales. La intención es que el manifiesto sirva como base de un futuro pacto político para la renovación profunda del sistema educativo. En sus propias palabras, nada más y nada menos que «un cambio de paradigma». Estabilidad, calidad, equidad, participación democrática, más autonomía para los centros, más recursos y mejor formación para los profesores, y por supuesto, el catalán como única lengua vehicular de la enseñanza. Hasta dónde yo he leído, ni una sola palabra sobre el mérito, el esfuerzo, y el resto de valores rancios y caducos de la derechona resignada. Para ser todo un cambio de paradigma, a mi me parece que se nos va a quedar corto una vez más.

En su libro Toni Nadal no se permite demasiadas alabanzas sobre su sobrino. Le hace algunas, pocas y contenidas, aunque sin duda merecidísimas. Cuenta anécdotas que ayudan a entender su método y la especial relación con su pupilo. Por ejemplo, la de la escena que describe en el vestuario durante la primera final que ganó en Wimbledon, con el partido suspendido por la lluvia en el quinto set, justifica por sí sola la lectura de todo el libro. Pero el tío Toni es un tipo un poco menos duro de lo que él mismo cree, y en las primeras páginas no puede evitar mostrar su lado más humano. Cuando Rafael sólo tenía seis años, su tío se inventa para sí mismo un personaje con poderes mágicos. El Gran Natali es un tipo capaz de volver a su sobrino invisible, de provocar la lluvia cuando el niño va perdiendo un partido, de pelear con un tiburón que se le ha cruzado mientras nadaba en el mar, y de lesionar a Ivan Lendl mientras lo ve jugar por televisión. Sin embargo, lo que nunca lograron, ni lograrán, los superpoderes del Gran Natali fue que un niño desarrolle todas sus capacidades sin esfuerzo, perseverancia, y tenacidad.

3 Comments

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  1. Uf, debate de altisimo nivel y con multiples facetas (y aristas). Por mi parte, si estoy completamente de acuerdo que sin esfuerzo no hay recompensa, como bien saben los atletas, por ejemplo. Pero, en absoluto, ese valor, como otros, son patrimonio y bandera de un grupo, partido politico, religion o cualquier otra «tribu». Un abrazo fuerte, amigo!

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  2. Estoy completamente de acuerdo con la afirmación de que sin esfuerzo no hay recompensa en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida. Pero ese valor no puede ser «usurpado» por ningún partido político, religión, creencia ni por nadie en particular. Es una simple cuestión de sentido común, algo en lo que Toni Nadal es un auténtico experto. Un abrazo fuerte, amigo!

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